Este arresto de altísimo perfil ya no se da, entonces, a la sombra de una guerra comercial, sino también a la de una guerra tecnológica,El arresto en Vancouver de Meng Wangzhou, hija del dueño de los celulares Huawei y directora de finanzas de la empresa, sin duda aviva las llamas del intermitente conflicto entre los EEUU y China. Justin Trudeau, primer ministro canadiense, dice que no hay motivación política para el arresto, y la Casa Blanca afirma que Donald Trump no sabía nada del asunto. El incidente viene luego de que Trump ha pedido a sus aliados no usar teléfonos Huawei con el argumento, no demostrado, de que dupletean como instrumentos de espionaje chino. Con el arresto de Meng, y la posible extradición a los EEUU, las posibilidades de impedir una guerra comercial en regla (hoy en una inestable tregua) disminuyen mucho. Los motivos del arresto de Meng todavía son borrosos, pero las bolsas del mundo reconocieron el peligro apenas lo vieron. Beijing ha reclamado su inmediata liberación. Los medios han empezado a llamarla a la alta ejecutiva “rehén en la guerra comercial” y a Huawei “la joya de la corona tecnológica china”. Este arresto de altísimo perfil ya no se da, entonces, a la sombra de una guerra comercial, sino también a la de una guerra tecnológica. Una acusación de espionaje lleva las cosas al terreno de las estrategias militares. Que es precisamente a donde han llevado las guerras comerciales en el pasado. La guerra específica de Washington contra Huawei viene de lejos. Ya en el 2012 sus equipos fueron vetados para uso en entes gubernamentales, por ser considerados un riesgo para la seguridad nacional. Una política que otros países han seguido, Japón hace unas horas, para evitar “filtraciones de inteligencia y ataques cibernéticos”. Lo cual haría de Meng Wangzhou una suerte de Matahari electrónica en un mundo donde hasta el último chip puede ser convocado para tareas de espionaje, deliberado o inadvertido. Un mundo en el que vivimos, por así decirlo, con las armas en la mano. Sería ingenuo pensar que semejante peligrosidad se aplica solo a las máquinas chinas. Es casi seguro que Beijing, donde “perder cara” es una afrenta decisiva en la política, responderá con alguna forma de agresión. La gravedad del incidente dependerá de la manera en que sea tratada Wangzhou, es decir el tiempo que tome lograr su liberación y las explicaciones que ella reciba.