Alan García no es un perseguido político. Lo único que persigue a García es la justicia. Quizás su consciencia. Y seguro los triglicéridos. ,El líder político mejor percibido por la opinión pública es Alfredo Barnechea con 16%. Eso significa que, de cada 6 peruanos, uno lo aprueba, dos los desaprueban y tres no saben quién es. Con diferencias significativas en cuanto a desaprobación, a Barnechea lo sigue Julio Guzmán (16%), Verónika Mendoza (15%), Kenji (15%) y Keiko Fujimori (14%). Detrás están los impensables: Antauro Humala (10%), empatado con César Acuña y su hermano Ollanta. En el grupo de los imposibles Goyo Santos (6%), Alan García, Walter Aduviri y Marco Arana (3%). ¿Se dio cuenta? Según la encuesta del IEP, Antauro está sexto con el doble de la aprobación que tenía Alan García en marzo 2016. Insistiré: por la naturaleza de su condena, ningún supermercado contrataría a Antauro ni para reponer mercadería en sus anaqueles, pero podría ser Presidente. Hay una noticia repetida en la encuesta, una a la que no le han hecho mucho caso en el Ejecutivo: la aprobación del Presidente de la República no es la del gobierno. La primera se sostiene –aún– en la natural disposición de las personas a apoyar a quien se enfrenta al manganzón abusivo del salón (el fujimorismo y su Quato) para detener los atropellos de este (luchar contra la corrupción). Lo segundo depende de la calidad de la gestión del gobierno que percibe la ciudadanía en cosas como salud, educación y perspectivas económicas. Al Presidente lo aprueba un sólido 57%, pero al gobierno solo un 31% (promedio de la aprobación de Vizcarra, Villanueva y sus ministros) que no está mal pero no es ni tan sólido ni tan sostenible porque depende de la aprobación del Presidente. Si la aprobación de Vizcarra cayera a 25% y todo lo demás se mantuviera igual –algo improbable porque hay un fuerte efecto de arrastre–, la aprobación del gobierno bajaría a 20%. De hecho, cuando a las personas se les pregunta en qué les va mejor a Vizcarra y a sus ministros el 28% dice que en hacerle el pare al matón (lucha contra la corrupción) y, de ahí en más, ningún indicador de aprobación supera el 19%. Ni educación (19%), ni administración de justicia (19%), ni crecimiento de la inversión (16%), ni la economía 14%), ni el desarrollo del empleo (13%), ni la salud (12%). Y un gobierno con 20%, sin bancada, sin partido y con muchísimos enemigos granjeados en su intento de lucha contra la corrupción y los intereses creados en todos los poderes del estado, durará poco o deberá pactar para sobrevivir. Y ya vimos con qué y quiénes tendría que hacerlo. La sostenibilidad del modelo democrático –con sus matices– depende de que este se baste para atender moderadamente bien a la mayoría de la población. La semana pasada, Chicharrón de Prensa visitó al premier César Villanueva y este anunció que, tras el 1 de enero –cuando cambian las autoridades regionales y municipales–, habrá un impulso reactivador que –prometió– llevará a término la reconstrucción del Norte para el 2021 entre muchas otras cosas. Ojalá. Que el gobierno central se meta la mano al bolsillo para darles fondos a las regiones sin mejorar las competencias y capacidades de estas en la identificación y desarrollo de proyectos es muy fácil, pero eso no impacta en el crecimiento ni en la generación de empleo ni, sobre todo, en el bienestar de los ciudadanos que están hartos de que les mientan los mismos de siempre. Un 48% de los encuestados piensa que “el líder que el país necesita tiene que ser un personaje opuesto a la política tradicional, que acabe con los políticos existentes y comience de cero”. Es decir, la mitad de los encuestados quiere a Bolsonaro. ¿Cuál de los líderes políticos mencionados en el primer párrafo de esta columna cumple con estos requisitos? Ninguno. Y por eso el que más tiene 16% de aprobación. Y hablando de Bolsonaro, ¿se dieron cuenta de la narrativa que ha adoptado el ministerio del Interior en sus redes sociales? Una buena estrategia de comunicaciones –sobre todo de shock paulatino– suele ser un buen trampolín. Ah, y no, Alan García no es un perseguido político. Lo único que persigue a García es la justicia. Quizás su consciencia. Y seguro los triglicéridos.