"No hace falta que la derecha sea populista o autoritaria para ser popular. Perfectamente puede arraigar un discurso liberal en los sectores menos favorecidos",La implosión del fujimorismo podría o debería ser una oportunidad propicia para que reaparezca alguna opción derechista que rescate los principios liberales tanto en materia económica como política. Sea a través de su participación en el debate público como de la inserción política en algún partido existente (vemos difícil que surja un partido liberal propiamente dicho), sería deseable que el Perú constituya una alternativa capaz de hacerle frente a los populismos de izquierda y derecha. El fujimorismo auroral contenía elementos de libertades económicas que sedujeron a muchos liberales dispuestos a tragarse el sapo del autoritarismo porque estimaban que en los 90 se salvó al país de la debacle social producida por el terrorismo y el colapso económico desplegado por los desgraciados 80 y sembrado en la dictadura militar. Pero los entusiasmos por el keikismo solo pueden explicarse en función de alguna suerte de inercia nostálgica que haya aún en quienes, autodefiniéndose como liberales, acompañan y apoyan a un proyecto político como el de Fuerza Popular. La agrupación naranja no solo ha revelado gustos y reflejos autoritarios, sino que acompañó ello con apetitos y vinculaciones cada vez más mercantilistas y populistas, muy lejos de cualquier atisbo de las reformas económicas de los 90. Y le sumó un apego a fórmulas ultraconservadoras en temas morales, como lo apreciado esta semana con la participación entusiasta y militante de buena cantidad de congresistas de Fuerza Popular en la retardataria marcha de “Con mis hijos no te metas”. La crisis de Fuerza Popular será de difícil reversión en lo inmediato y sería formidable que ello dé pie a una reconfiguración de la derecha peruana y que la misma se despercuda de esta fujidependencia, a todas luces anacrónica. Si el keikismo ha servido de dique político para algo ha sido, en verdad, para taponar el surgimiento de una opción liberal. La derecha liberal debe marcar distancia no solo respecto del comunismo, el socialismo o los populismos de izquierda (chavismo regional) sino también del rampante mercantilismo que ha signado el comportamiento de las élites empresariales de las últimas décadas y con mayor énfasis de propuestas autoritarias o conservadoras (sorprendente la contemporización de Mario Vargas Llosa para con Bolsonaro en Brasil). La derecha liberal debe entender que la democracia no es un mal necesario que hay que tolerar para mantener las buenas formas, sino un estado virtuoso que permite una lucha política que este sector debiera animarse a dar. No hace falta que la derecha sea populista o autoritaria para ser popular. Perfectamente puede arraigar un discurso liberal en los sectores menos favorecidos. Los millones de emprendedores son una masa crítica que los liberales hace décadas vieron como bolsón político de interés, pero que poco a poco fueron abandonando. Por cierto, es tarea difícil. No basta que un ciudadano pobre sea comerciante o microempresario para que en automático apoye alguna propuesta liberal (si así fuera, en Puno o en Junín jamás hubiesen votado por Aduviri o por Vladimir Cerrón), pero esa condición de base sí permite que haya vasos comunicantes. Todos los ciudadanos somos seres polidimensionales y mientras más lejos se esté de los beneficios tangibles del mercado y del Estado prima una vocación antisistema. Los pequeños comerciantes de Juliaca quieren infraestructura y salud pública, quieren ser ciudadanos, pero a la vez no quieren a la gran empresa privada porque detrás de ella viene la Sunat o el Ministerio de Trabajo que va a perjudicar en su quehacer cotidiano. Para recoger esa vena contestataria, lo que cualquier derecha liberal debería hacer es romper sus ataduras con posturas proempresa antes que promercado y dejar de coquetear con los grandes grupos empresariales, proclives al aprovechamiento del Estado para su propio beneficio, práctica que debería ser rechazada y condenada militantemente por cualquier liberal que se precie de serlo. -La del estribo: el Estado ha sido privatizado por las oligarquías empresariales. La cima de ese proceso, vigente en todo el mundo capitalista, ha sido vista gracias a la megacorrupción de las empresas brasileñas. De ello versa el excelente libro de Francisco Durand, “Odebrecht, la empresa que capturaba gobiernos”, editado por el Fondo Editorial de la PUCP. Apunte personal: el capitalismo no está condenado irreversiblemente a corporativizar la democracia. El liberalismo, en todo caso, está llamado a combatir esa tendencia.