A Vizcarra le conviene seguir esperando, pues cada día que pasa es una ocasión para que el fujimorismo se hunda más en sus contradicciones.,Han acertado quienes apostaron que la confrontación entre el Ejecutivo y Fuerza Popular terminaría entrampándose. En la semana que acaba, ambas facciones no han dejado de enseñarse los dientes, pero sin moverse de sus posiciones. El Presidente Martín Vizcarra parece hacerlo por prudencia. Comprende que en esta guerra de nervios no le conviene actuar con precipitación, que lo que toca es esperar a que el Congreso dé el próximo paso. Su principal movimiento fue el discurso del 28 de julio, donde echó a rodar la cadena de acontecimientos que marcan nuestra agenda política. Ante las propuestas de reforma que planteó ese día, Fuerza Popular pudo escoger el camino de la negociación pero —fiel a su naturaleza— prefirió la confrontación. Luego de su bravata inicial, de la ronda de entrevistas que Keiko Fujmori emprendió para desacreditar a Vizcarra y de los globos de ensayo sobre la posibilidad de una vacancia presidencial, parece haber llegado a un callejón sin salida. Recién ahora sus estrategas comienzan a descubrir cuánta capacidad de maniobra han perdido. Al fujimorismo nunca se le había visto tan desorientado como en esta semana, con un intento de cortina de humo que le reventó en la cara, con Daniel Salaverry ofreciendo un mensaje a la nación que debió enmendar a las pocas horas, con sus comisiones incapaces de encaminar ni una sola de las reformas que urge el país y con sus voceros lanzando mensajes especialmente delirantes. Era lógico que algo así terminara por ocurrir. El partido de Keiko Fujimori es investigado por corrupción en los casos Odebrecht, Lava Juez y Cócteles; ha perdido la mayoría absoluta del Congreso, donde tiene una bancada prepotente, mediocre y corrupta, y cada vez se le demuestran mayores vínculos con personajes oscuros como el pastor Santana. Tarde o temprano, tantos tropiezos iban a producir efectos, y estos han sido dobles. Por una parte, está el descrédito partidario y la precipitada caída en las encuestas de aceptación de su candidata, a quien hoy el 84% de los peruanos rechazan (según Pulso Perú). Por otra, la conciencia de que cualquier intento por enfrentar un problema puede empeorar los demás. Imaginemos que Fuerza Popular soluciona de una vez por todas la reestructuración del Consejo Nacional de la Magistratura, punto medular de la reforma de la justicia que anuncia pero no concreta. ¿No estaría abriendo las puertas a un proceso sancionador contra el Fiscal de la Nación, de cuyas inconductas sobran pruebas? ¿No se correría el riesgo de que uno de sus aliados más valiosos, tanto en la defensa de Keiko Fujimori como en la persecución de sus rivales políticos, reciba una suspensión y quede a las puertas de la destitución? A Vizcarra le conviene seguir esperando, pues cada día que pasa es una ocasión para que el fujimorismo se hunda más en sus contradicciones. Si las cosas siguen como hasta ahora, el comportamiento de su rival habrá terminado de legitimar las medidas que propone y podrá actuar sin resistencias. Pero hasta entonces a la estrategia de la paciencia deberá sumarle el cuidado, porque al fujimorismo no le faltarán las ganas de patear el tablero para salir de este atolladero.