Así terminan los autoritarios de izquierda o de derecha, en la tumba del olvido.,El pensamiento único es enemigo de la libertad. Andréi Zhdánov se llamaba. Era más estalinista que el propio Stalin. Tanto así que Stalin había previsto que al morir, Zhdánov ocuparía su lugar. Después de la guerra contra los nazis, el victorioso Stalin encargó a Zhdánov diseñar un plan para que escritores, músicos, pintores, poetas, dramaturgos, cineastas y periodistas, produjeran obras según las normas dispuestas por el dictador comunista. Los que se oponían, eran castigados con la prohibición, que es como la muerte en vida. Zhdánov no era una luminaria. Era un pobre diablo, pero un pobre diablo con mucho poder, así que era doblemente peligroso. El jefe de la policía secreta de Stalin, Lavrenti Beria, decía de él: “Apenas es capaz de distinguir a un hombre de un toro de una fotografía y, sin embargo, no de hacer disertaciones sobre pintura abstracta”. Sufrieron por su causa la gran poeta Anna Ajmátova, el maravilloso compositor Dmitri Shostakóvich, el grandioso cineasta Serguéi Eisenstein. Nadie recuerda a Zhdánov. Se llamaba Don Hollenbeck y era un periodista múltiple. Trabajó para la prensa escrita, la radio y la televisión. Fue corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial, y después del conflicto, destacó por una columna en la que criticaba a la prensa por sumarse a la campaña del senador Joseph McCarthy, que acusaba de comunista a cualquiera que disentía. La respuesta no se hizo esperar. Jack O’Brian, un periodista venido a menos, desde el diario New York Journal-American, de propiedad del millonario William Randolph Hearst, desató una vitriólica campaña de desprestigio en agravio de Hollenbeck. Más macartista que McCarthy, O’Brian tildaba de comunista a Hollenbeck y exigía a la empresa donde laboraba que lo despidiera. Agobiado por problemas personales, acosado por la persecución macartista, Hollenbeck se quitó la vida. Una reciente biografía lo recuerda como uno de los más notables periodistas de su generación. Pero de O’Brian nadie dice nada. Tampoco de Zhdánov. Así terminan los autoritarios de izquierda o de derecha, en la tumba del olvido.