Los impuestos al alcohol parecen virtuosos por donde se les mire.,Los impuestos al alcohol parecen virtuosos por donde se les mire. Su principal virtud es reducir el alcoholismo, algo más importante incluso que engordar la caja fiscal. Pero como todo impuesto a un producto en el mercado, ellos crean sus propios problemas. Entre ellos por cierto el de la tasa decreciente de recaudación. Un alcohol más caro reducirá el consumo, pero a la vez orientará la libación popular hacia los licores de menor calidad química, un daño social en si mismo. ¿Esto debe ser visto como un problema menor, compensable por el menor alcoholismo o la mayor recaudación? Son muchos los factores que llevan hacia los licores tóxicos. De hecho ya la estructura tributaria del alcohol producido en el Perú está inclinada hacia la promoción del producto de mala calidad. Pues se tributa sobre el precio y no sobre el volumen del producto. Un obvio beneficio para los productores de licores baratos, un subsidio disfrazado de consideración social. Si el MEF deseara darle a su anuncio algo más de peso que un alivio fiscal, podría poner en marcha algunas iniciativas para avanzar en el control del desbordado alcoholismo. No es específicamente el papel del MEF, pero si del Estado. Por ejemplo, la confluencia de alcohol y delito no está suficientemente tipificada. En cambio con el tabaco la situación es más fácil. Este tipo de impuesto suele ser bienvenido porque hasta a muchos de los propios consumidores les gustaría dejar atrás lo que se llama dejar el vicio. Poner el precio fuera del alcance ha demostrado ser una manera eficaz para reducir el consumo. Pero no tanto para aumentar la recaudación. Estos dos impuestos que el MEF ha puesto, por delante tienen visos de ser los más aceptables (frente a los combustibles o los teléfonos, por ejemplo) por razones que podríamos llamar culturales. Pero lo que se está inaugurando es una dispersión de los impuestos que puede devolvernos a antiguas formas de tributación. En lo político las medidas del ministro David Tuesta sigue transmitiendo un clima de crisis fiscal que hasta ahora no flotaba en el ambiente. Pero también de crisis tributaria, en el sentido de aplicar nuevos impuestos en vez de cobrar con más entusiasmo los que ya existen.