La sociedad peruana arrastra malestares. Aflora la idea de que nadie hace algo contundente para resolver los problemas del día a día. Desconfianza por la democracia, y sus desafectos como escribió Fernando Vivas, recaen en los partidos. Las encuestas reiteran la generalizada sensación de malestar de los peruanos con las instituciones: Congreso, Poder Judicial y partidos se perciben como los más corruptos (Pulso Perú-octubre 2017). El 66% de peruanos opina que poco se hace contra la corrupción desde el Poder Ejecutivo. Se comparten desconfianzas, pero la llevan los partidos. Una encuesta de GfK (setiembre 2017) nos decía que para los peruanos los indicadores de economía, educación, salud e igualdad eran superiores a los de los años 80, pero un 55% consideraba que los políticos son ahora peores. El desafecto frente a los políticos es claro; tiene que ver con corrupción o ineficacia, pero también con situaciones sociales concretas y apremiantes. Pobrezas, damnificados, desigualdades corroen la democracia. No se debaten causas, se culpa a los partidos. Políticos y partidos sumergidos en culpas. Las sociedades democráticas de alto malestar producen sentimientos anti-partido y anti-sistema. Son situaciones en las que la sociedad culpa con mayor facilidad a los políticos (porque en teoría llevan las riendas del barco a la deriva). Velasco en los 70 impulsó la idea de la culpabilidad de los partidos y pretendió desde arriba construir una sociedad del “no-partido” y “participación plena”. Fujimori en los 90 culpó a la “partidocracia” por la violencia y la inflación ochenteras. La tecnocracia anti-partido, luego, recogió esos legados (“política para qué”). Enemigo común: los partidos. Si todos son culpables, ¿entonces son los fiscales y jueces los nuevos héroes? Demandamos partidos, pero zarandeamos a estos partidos (o lo poco que queda de ellos), generalizando acusaciones y calificativos. Se arma una cuarta ola anti-partido desde algunos fiscales y jueces, que aplican de forma irracional el concepto “organización criminal” a todo partido. Ello reproduce la idea de que los partidos no tienen ni historia, ideales, propuestas o biografías trascendentes; “son organizaciones creadas para delinquir” sueltan. Más anti-política y desafecto con fiscales y jueces disparando sin control ni fundamento (muchas veces) contra los partidos, generalizando delitos, dilatando sentencias, sin precisar responsabilidades individuales; pero condescendientes con empresarios y funcionarios sospechosos. ¿No hay empresas “organizadas para delinquir”? No hay democracia sin actores partidarios consolidados y hay que lograr de los partidos (tradicionales o nuevos) su actualización y fortalecimiento, pero desde la política renovada y transparente. No desde fiscales o jueces que juegan su propio partido, buscando famas, reflectores, likes en redes y ser los salvadores ante esta desconfianza. Una reedición del anti-partido; otra tragedia. Otros héroes de la nada.