¿Estamos acercándonos al fin del neoliberalismo?
El premio nobel de Economía, Joseph Stiglitz, comenta que con este modelo, el crecimiento se ha desacelerado, y sus frutos fueron a parar, en su gran mayoría, a unos pocos.
En una columna publicada en el Diario El País, el premio nobel de Economía del 2001, Joseph Stiglitz, habló sobre cómo es que el neoliberalismo no ha sido un modelo que haya beneficiado a muchos, sino todo lo contrario, ha sido un generador de riqueza para unos pocos.
Stiglitz afirma que la credibilidad en la total desregulación de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en “terapia intensiva”, y por buenos motivos. “La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia”, sostiene.
En ese sentido, considera que la forma de globalización prescrita por el neoliberalismo dejó a individuos y a sociedades enteras incapacitados de controlar una parte importante de su propio destino.
Asimismo, explica que en todos los países, ricos o pobres, las élites prometieron que las políticas neoliberales llevarían a más crecimiento económico, y que los beneficios se derramarían de modo que todos, incluidos los más pobres, estarían mejor que antes. “Pero hasta que eso sucediera, los trabajadores debían conformarse con salarios más bajos, y todos los ciudadanos tendrían que aceptar recortes en importantes programas estatales”.
“Las élites aseguraron que sus promesas se basaban en modelos económicos científicos y en la “investigación basada en la evidencia”. Pues bien, cuarenta años después, las cifras están a la vista: el crecimiento se desaceleró, y sus frutos fueron a parar en su gran mayoría a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba, en vez de derramarse hacia abajo”, señala el experto.
La era del neoliberalismo no tuvo nada de liberal, afirma Stiglitz. “Impuso una ortodoxia intelectual con guardianes totalmente intolerantes del disenso. A los economistas de ideas heterodoxas se los trató como a herejes dignos de ser evitados o, en el mejor de los casos, relegados a unas pocas instituciones aisladas”.
“El neoliberalismo se pareció muy poco a la “sociedad abierta” que defendió Karl Popper. Como recalcó George Soros, Popper era consciente de que la sociedad es un sistema complejo y cambiante en el que cuanto más aprendemos, más influye nuestro conocimiento en la conducta del sistema”.
De igual modo, apunta que la intolerancia alcanzó su máxima expresión en macroeconomía, donde los modelos predominantes descartaban toda posibilidad de una crisis como la que experimentamos en 2008. “Cuando lo imposible sucedió, se lo trató como a un rayo en cielo despejado, un suceso totalmente improbable que ningún modelo podía haber previsto”.
“Incluso hoy, los defensores de estas teorías se niegan a aceptar que su creencia en la autorregulación de los mercados y su desestimación de las externalidades cual inexistentes o insignificantes llevaron a la desregulación que fue un factor fundamental de la crisis”.
Por último, rememora la crisis financiera de 2008 para argumentar que la desregulación de los mercados no funciona. “El neoliberalismo provocará literalmente el fin de la civilización. Pero también está claro que los demagogos que quieren que demos la espalda a la ciencia y a la tolerancia sólo empeorarán las cosas”.
“La única salida, el único modo de salvar el planeta y la civilización, es un renacimiento de la historia. Debemos revivir la Ilustración y volver a comprometernos con honrar sus valores de libertad, respeto al conocimiento y democracia”, concluye.
FUENTE: Diario El País