Javier Arévalo: “La posición del Estado Peruano sobre el sexo es confesional”
El narrador presenta Estrictamente Sexual, un ensayo sobre la sexualidad en el Perú, cómo la política afecta nuestras relaciones y los mitos que hemos fabricado sobre la intimidad femenina.
El narrador Javier Arévalo tiene una larga relación con los kioscos. De chico no tuvo una biblioteca en casa, así que compensó ese vacío con las ofertas librescas que podía encontrar en esos lugares que décadas atrás lucían llenos de periódicos, revistas, cómics, y guachitos de lotería. Los saldos de Oveja Negra, esa colección de tapa negra y títulos en color dorado, fueron su obsesión. Hasta que creció, se hizo escritor y se encargó de llevar sus propias publicaciones a esos cubículos de madera y metal que retan al tiempo y siguen vendiendo letras en pleno siglo XXI. Por estos días, uno de sus títulos, en encendida tapa roja, se puede ver en los kioscos limeños. Se trata de Estrictamente Sexual, su nueva publicación, un ensayo sobre sexualidad, política y mitos sobre las relaciones íntimas entre seres humanos. Ha cumplido de esta manera dos de sus fantasías, volver a los kioscos que frecuentaba de chico y hablar en voz alta de sexo, para salir de dudas (o quedarse con ellas), y dar rienda suelta a su curiosidad.
¿Fuiste un adolescente muy curioso por el sexo?
Yo fui un niño solitario. Yo quería estar solo. Recuerdo la sala de mi casa llena de soldados, que en realidad eran chapas, y de pronto mi mamá me traía un chiquito para que juegue conmigo. Yo lo aborrecía porque cómo podía jugar una batalla campal entre ejércitos de chapas con alguien más. Mi madre suponía que yo me sentía solo, pero la verdad es que amaba estar solo y jugar solo siempre fue fascinante para mí. Y eso tiene que ver con el autoerotismo. Muy tempranamente, como a los 13 años, leí Penthouse y Playboy en el taller de mi padre y ahí conocí el otro enfoque del erotismo y la sexualidad. Yo vengo de un colegio nacional, donde los hombres se metían la mano. Había un chico, un niño, que usaba unas cartas de calatas y se las pasaba por los genitales, esas cosas me sorprendían, las discusiones sobre quién se estaba acostando con quién. Yo todavía no sabía a qué se referían.
Me has mencionado que veías Playboy y Penthouse. ¿Esas fueron tus primeras fuentes de información sobre el sexo?
Como las revistas llegaban al taller de mi padre, yo tenía acceso a ellas. No solo veía a las calatas, también leía las revistas y era una lectura privilegiada para un chico de 14 años. Ahí conocí a Xaviera Hollander, que empieza a responder cosas a los hombres, y es la que me muestra el Informe Kinsey, el Informe Hite, empieza a hablar de estas clásicas encuestas sobre sexo y ahí empezó a interesarme muchísimo ese enfoque, que seguramente venía heredado del amor libre, de los hippies.
Te voy a pedir un juicio de valor, el nivel de placer sexual de una población, su nivel de satisfacción, ¿está vinculado con su cultura, con su capacidad de acceso a la información?
Claro, los seres humanos gozamos del erotismo, no gozamos de la cópula animal. O sea, la eyaculación de un hombre no es el sexo, eso es muy cópula animal. Y mientras más información tengan, mientras menos miedos se interpongan entre el logro del objetivo del encuentro sexual, que es el placer, mejor será. Pero en lugar de relaciones sexuales lo que tenemos en nuestra población son relaciones sociales. En una pareja, a veces él solo quiere la cópula, y ella quiere mantener una relación social. Ahí no hay posibilidad de llegar a lo que se llama el umbral del deseo, que es a partir del cual uno goza de su sexualidad. Cuando yo trabajo en colegios nacionales veo jovencitos, padres de familia, madres de familia, con hijos. Ves con suma claridad que tienen una vida de dolor. Ellas no están gozando su vida sexual, tienen hijos, tienen relaciones sociales, obligadas.
El erotismo entonces es una creación cultural más que una reacción fisiológica.
Exactamente. Gozamos de lo erótico en tanto somos animales racionales que hablamos y tomamos elecciones y nos impulsan cosas que hemos reflexionado. Tienes que sacarte demasiadas cosas de la cabeza para gozar del sexo. Si un muchacho está completamente obsesionado con la idea de que su pene es muy pequeño o de que no va a funcionar, va a un encuentro sexual asustado. O si una chica cree que tiene que estar chillando durante todo el encuentro porque ha visto una porno en la que las mujeres hacen eso, esa chica convierte en una performance lo que debería ser un acto de exploración.
¿Cuánto tiene que ver la influencia de grupos conservadores con la escasa información que reciben los adolescentes que tú ves en los colegios nacionales?
No son los grupos conservadores los responsables, es el Estado Peruano. Si tú examinas los programas de educación sexual, lo que dice allí abiertamente es que el adolescente no debe tener sexo porque el sexo produce enfermedades venéreas y embarazo. Esa es la posición del Estado Peruano, no habla de sexualidad, de salud sexual, de convivencia sana, de una práctica sana del sexo. La posición del Estado Peruano sobre el sexo es confesional, la instalación de la erotofobia, de la homofobia, en las escuelas viene desde el Estado y es una situación que debe cambiar, todo eso está instalado en los manuales con los que se enseña a los niños en las escuelas.
¿En los manuales para adolescentes no existen las palabras pasión, placer, erotismo, deseo?
Eso no existe. Lo que te dicen es que si tienes sexo adolescente te puedes contagiar de algunas enfermedades y te puedes embarazar. Y no te dicen cuáles son los métodos para no embarazarte, ni siquiera los detallan. La escuela peruana está controlada por un estado confesional al que le importa un bledo que los adolescentes se embaracen porque su prédica es altamente ineficiente para lograr que un adolescente no tenga sexo.
Tú sugieres en el libro que hay una suerte de gozo sexual, de placer, en reprimir los deseos de los demás.
Bueno, la idea de que el poder produce placer está también detrás de eso que ocurre en el Estado, pero eso es más una reflexión mía a nivel personal. Probablemente, estos funcionarios, estos que aplican las normas para los adolescentes, deben regocijarse en la posibilidad de controlar la vida sexual o las fantasías de otros. Es como ser el vigilante en un centro de reclusión: el que goza es el que tiene el poder sobre todo esos seres humanos. Eso lo veo bien nazi, pero es una fantasía, una recreación poética de lo que está ocurriendo.
¿En realidad se puede anular la libido de una persona o solo hacer que se reprima?
No se puede eliminar, no. Pero tú tienes que estar en una situación de salud para poder gozar de la sexualidad, y si estás en una situación de opresión tienes más dificultades. La pobreza, por ejemplo, es opresión. Si tú sometes a una población a la tortura de transportarse en un pésimo servicio público todos los días, si llegas muerto a casa, de dónde sacas fuerzas para tener sexo. La tortura de un transporte público deficiente, el maltrato laboral, todo eso obviamente debe disminuir la libido de la gente. Y hasta parece planificado.
En su poema Tercer Movimiento, Antonio Cisneros dice: "Es difícil hacer el amor, pero se aprende". ¿Tú crees en esa afirmación?
Por supuesto, es el erotismo humano. Aprendes cosas. Aprendes, por ejemplo, las partes sensibles del cuerpo femenino. Es que no solo tienes genitales, un pene, tienes dedos, una lengua, miles de palabras, y tienes que descubrir el efecto que causan y el lugar en el que estás. Yo siempre pongo el ejemplo de que habrá gente que se erotiza mucho con una cama que chirría. Si a mí me pasa, de inmediato estoy pensando que todo el mundo está escuchando, me siento ridículo, me saca de la situación.
Te desconcentra.
Es por mi déficit de atención, empiezo a pensar por qué suena esta cama, mejor si le ponemos aceite, es un caos, porque lo que yo quiero es concentrarme. Y tienes que aprender que eso también le puede pasar a tu pareja, se puede desconcentrar, tienes que saber leer cuando ya no está en situación erótica.
En marzo del 98 salió al mercado el Viagra y fue presentado como la gran solución para los problemas de los hombres en la intimidad, ¿puede desarrollarse una píldora semejante para las mujeres?
No, porque eso es medicalizar el erotismo. El problema es que un matrimonio no necesariamente va a gozar siempre del sexo, y eso le pasa al hombre y a la mujer. Ahí tenemos que admitir que, en algún momento, por muchas cosas, una pareja ya no tiene sexo, pero podría tenerlo si se escapa del lugar donde está, si abandona el espacio donde están los hijos, la casa, no sé. Pero medicalizar es ocultar algo. El hombre que no tiene una erección con su esposa a veces las tiene con cualquier otra mujer. Y allí viene la agresión de la pareja, que no puede comprenderlo, porque también le afecta saber que ya no erotiza a su compañero. Pero eso no se soluciona con una respuesta médica, que es un engaño al final. Como en todo, como en la depresión, tenemos una sociedad que nos aplasta, y los médicos quieren darnos medicina para que seamos felices. Y lo que tiene que ocurrir es que no nos aplasten, que no nos exploten, que nos den tiempo libre, que tengamos espacios mejores para nuestros hijos y mejor educación. Pero no, ellos quieren darnos una pastilla para hacernos felices. Y con el viagra es igual. Lo que necesitamos es que las personas estén relajadas, contentas, para que puedan tener un sexo feliz.
Entonces, los problemas en la sexualidad de las mujeres no tienen que ver mucho con su cuerpo, sino más bien con su falta de libertad, con su falta de poder experimentar.
Exactamente. Por ejemplo, qué empieza a paralizar el sexo de una mujer mayor que no ha cuidado su cuerpo: la vergüenza. Ve a una chica de 23 años, de un cuerpazo, y se ve a sí misma, de 53, y le da vergüenza. Pero habrá otra que no, que puede tener sobrepeso, de la misma edad, pero se dice a sí misma que va a tirar igual. Eso es erotismo, está en la cabeza. Además, eso supone sincerarte contigo mismo.
Es lo que llaman autoconocimiento
Sí, pero algunas poblaciones afásicas, con un pobre lenguaje, no solo no comprenden el libro que leen, sino que no pueden explicarse a sí mismos. Entonces estas poblaciones tampoco pueden explicarse su vida sexual. Mira, las chicas cada vez se liberan más y besan a otras chicas, pero eso no las convierte en nada. Es la sociedad la que le pone nombre a las cosas. Eres homosexual porque tienes sexo con hombres, eres marimacha porque te gustan las mujeres. Esa es la mirada de la sociedad. El deseo siempre ha existido y eso se forma en la adolescencia, en la infancia. No sabes quién te va a atraer. Por ejemplo, a mí me gustaba mucho Miguel Bosé cuando era chiquillo, ahora me parece una vieja fea. Aguanta, me decía yo mismo de adolescente. Qué pasa, yo no soy gay, y, claro, Miguel Bosé era como andrógino, medio chica, medio chico, bailaba, se movía como chica y me atraía sexualmente. Y yo decía: Pero no me gustan los hombres, me gustan las chicas. Y luego supe qué era: Era ese lado femenino suyo, la manera en la que cantaba, hasta ahora canto sus canciones.
Hay dos afirmaciones interesantes en el libro. Dices: "Ni la ninfomanía, ni la frigidez femenina existen". Explícame un poco eso.
Las mujeres son potencialmente superiores que nosotros, pueden tener sexo más allá de la capacidad de un hombre. Un hombre eyacula, entra en latencia, se cansa, pierde la erección. Ellas pueden acabar contigo y seguir con otro. Y el hombre aterrado frente a eso creó a la ninfómana, al monstruo que no se satisface con nada.
Puso una etiqueta para esconder su menor capacidad sexual.
Claro, tú insultas al otro, dices: “eres un estúpido”, para disminuirlo, para estar por encima de él. Y en este caso, el macho insultó a la mujer, cuya potencia es infinitamente superior a la de él, por miedo. El terror del macho creó a la ninfómana. Y la frigidez, como dicen, no existe una mujer frígida, sino mal estimulada. Ellas mismas, cuando responden a la masturbación, aprenden sobre el goce, y quizá el problema no son ellas sino sus parejas, que no las atraen más.
¿La convivencia conspira contra el deseo?
Yo creo que una convivencia en pobreza, sí, puede ser. El asunto con la pobreza es que no tienes espacios, no pueden estar distanciados en el momento en que cada uno necesita estar solo. Por ejemplo, para masturbarse. Y la masturbación hay que asumirla como un hecho, no debería ni sorprendernos ni darnos risa, es simplemente una cosa que hay que hacer. Pero cuando faltan las palabras, cuando las palabras no se usan, cuando no las puedes articular, cuando las cargas de malos sentidos, allí empiezan los problemas.
En algún episodio del libro recuerdas el caso de una mujer que suponía que era anorgásmica, porque no encontraba el placer con su pareja. Lo que me parece interesante no es el testimonio de la mujer, si no estás conversaciones que has tenido con total naturalidad. No sé si vas por la vida preguntándole a la gente cómo es su sexualidad.
No lo sé, me pasa. Yo tengo una amiga a la que conozco hace 30 años, hacemos una parrilla y a los 5 minutos ya estamos hablando de sexo y nunca ha habido nada entre nosotros. Por alguna razón, yo soy muy curioso con la sexualidad, siempre acabo hablando de sexo. No solamente con esta amiga, sino con muchos otros. Es que yo no hablo en términos pornográficos sino con curiosidades muy concretas. Por ejemplo, está el clásico temor al tamaño del pene. Una chica porno lo explicaba claramente: por encima de 18 centímetros duele. La fantasía dice qué bacán si la tiene grande, pero no es así. E incluso en la pornografía ese tipo de miembros no entran completamente, y las chicas tienen que fingir, y ellos saben que deben tener cuidado. Habrá unas que pueden soportarlo, pero el común no lo puede soportar.
Así que los miembros enormes son los efectos especiales del cine porno.
Claro, una porno es un encuentro falso. Creer que es cierta es como creer que una pelea callejera es igual a una película de Jackie Chan. En ambos casos estamos hablando de coreografías. Hay que distinguir esas cosas, pero unos chicos educados por la pornografía están aterrados con sus 14 centímetros, quieren medirse con los estándares falsos del porno. Y de estar aterrados pueden pasar a cosas más serias, como a la violencia, a la agresión, incluso a sí mismos.
Tu libro tiene su origen en una encuesta que quisiste hacer a 100 mujeres que iban a hablar sobre su sexualidad y que debían responder a un único requisito: haber tenido al menos cuatro parejas sexuales. ¿Por qué cuatro, por qué ese número tan arbitrario?
Eso fue arbitrario, sí. La idea era que con una sola pareja no podían distinguir. Dos era un empate. Con tres, era mejor. Pero cuatro, bueno, es lo que pedí. Hubiera puesto 10, pero imagínate ir a preguntar a unas chicas si se habían acostado con 10, iba a ser un poco complicado. O sea, este era mi razonamiento, si se acostó con cuatro pudo haberse acostado con más. Y si se acostó con uno solo su experiencia no me valía mucho. Además, tenían que ser profesionales, para que pudieran hablar y explicar sus experiencias. El misterio de esa encuesta es que muchas recibieron los sobres con las preguntas, con la premisa clara de que nadie iba a conocer sus respuestas. El problema es que devolvieron los sobres bien cerrados y vacíos. Eso me sorprendió muchísimo, eso paralizó la encuesta, eso fue porque sintieron vergüenza, temor, no lo sé. No puedo saber por qué devolvieron la encuesta vacía, y cuando empezamos a tabular creo que teníamos 17 o 40, ya no me acuerdo, contestadas. No sé qué pasó, pero podemos interpretar. O sea, el silencio también es elocuente, no quieren hablar de sexo por alguna razón. Cuál es la razón, no lo sé, pero lo que dice la encuesta vacía es que alguien no quiero responder sobre sexo.
Para terminar, ¿dirías que tu libro nos ayuda a responder la vieja interrogante de Marco Aurelio Denegri: “¿Saben los peruanos tirar”?
Las mujeres dicen que no mucho. Me entrevistaron en una radio y había dos mujeres allí. El doctor que conducía el programa les dijo, “A ver chicas: ¿saben los hombres peruanos tirar?”. Y dijeron no. El 100%. Creo que tiene que ver con saber, con conocer. Y si una mujer, en un encuentro sexual, no goza, obviamente alguien no sabe algo. Quizá ella no sabe, quizá él no sabe. Y cuando no tienen cómo decir lo que pasa es que empiezan los problemas.