Domingo

Moldear a las parcas

Temida por todos, la muerte no suele estar muy representada en nuestro arte popular. Sin embargo, estos artesanos ayacuchanos rompen tabúes y la personifican en coloridas calaveritas, haciendo cosas de vivos. Son piezas que bien podrían regalarse este Día de los Muertos.

El artesano Jesús Sánchez posa con un retablo de esqueletos, que exporta a México y Estados Unidos. Foto: John Reyes/La República
El artesano Jesús Sánchez posa con un retablo de esqueletos, que exporta a México y Estados Unidos. Foto: John Reyes/La República

“¿Calaveras?”, le preguntaron con asombro a Jesús Sánchez en una feria que se montó en el parque del Circuito Mágico del Agua a finales del 2021. El artesano lograba al fin exponer sus artesanías, las cuales no había podido vender en los meses de cuarentena. Fue con lo que tenía a la mano, con decenas de esqueletos risueños haciendo cosas de vivos: bailando, jaraneándose, enamorándose. Vestidos con polleras, ponchos, chullos; tocando quenas, guitarras, cajón; libando pisco peruano. Más que miedo, daban risa, como aquella pieza que representaba a un matrimonio de calaveritas que llevaba un lazo con un irónico mensaje: “Juntos hasta la muerte”.

Sánchez, ayacuchano de Quinua, que se dedica desde la adolescencia al tradicional arte de hacer retablos -esas maravillosas cajas cuyas figuras talladas cuentan una historia- mostraba por primera vez en una feria limeña sus peculiares piezas. Hasta ese momento, el artesano solo producía sus calaveritas para exportarlas a México y los Estados Unidos; y dejaba algunas en la tienda de su hermano Efraín en Ayacucho. Proveía al mercado extranjero desde los años noventa, y nunca las había expuesto en Perú, pensaba que sus paisanos preferían evadir la temática de la muerte.

Sin embargo, en aquella feria, sus piezas volaron. De las cuarenta que llevó -entre esqueletos colgantes, retablos con calaveras talladas, nacimientos de calaveritas- se quedó con un par. “Me preguntaban dónde había estado yo, que nunca me habían visto. No apostaba aquí porque no pensé que al nacional le gustaría, muchos temen a la muerte”, dice Sánchez, quien afirma ser de los primeros que representó a los peruanos como esqueletos, y lo hizo no con fines netamente comerciales.

Cuenta que, en Ayacucho, todos los 1 de noviembre, el Día de los Muertos, se sirve la comida preferida del difunto en un pequeño altar, con la creencia de que su espíritu volverá de visita del más allá. “Todos los ayacuchanos creemos que la vida continúa después de la muerte. Entonces me pregunté, ¿cómo hago para materializar esa idea? Por eso me propuse darle vida a los esqueletos que están enterrados”.

El ayacuchano Claudio Jiménez muestra un retablo de un gracioso matrimonio de calaveras. Foto: Gerardo Marín/La República.

El ayacuchano Claudio Jiménez muestra un retablo de un gracioso matrimonio de calaveras. Foto: Gerardo Marín/La República.

En la cultura mexicana, la relación con la muerte es muy lúdica, la llaman de diversas formas: la catrina, la fría, la impía, la calaca, la tiesa. Es común ver en cualquier mercado y desde fines de octubre coloridos altares con las fotografías de los que partieron provistos de cigarrillos, cerveza y pan. Las calaveras están representadas en los souvenirs, tanto como la Virgen de Guadalupe o Frida Kahlo. Nadie se va del país de los charros sin una en la maleta. Por eso cuando un empresario mexicano vio las piezas de Sánchez en una pequeña feria, en 1998, no dudó en proponerle exportar sus creaciones que serían vendidas en tiendas mexicanas, pero le pidió que cambiara los chullos de sus calaveritas por sombreros de charro.

El vínculo se mantiene hasta hoy. Su producción es como de fábrica, cada quincena y fin de mes, debe enviar un lote de entre cien a doscientas piezas de calaveritas en diferentes formatos. Y a veces hace pedidos especiales, como un retablo grande donde escenificó un matrimonio de esqueletos (con el cura incluido) que vendió por 2500 soles a una estadounidense; o calaveras sentadas en el wáter fumando un cigarrillo, de las que hizo diez piezas.

Calaveras rockeras y jaraneras

El artesano Claudio Jiménez también exporta al extranjero sus creaciones. Hijo del maestro retablista ayacuchano Florentino Jiménez, ha sido un transgresor que retrata en sus piezas no solo religión o costumbrismo, también la corrupción, la violencia -tiene un retablo en homenaje a las víctimas de Uchuraccay-, y hasta la pandemia de COVID-19. En julio de 2020 trabajó una pieza donde representó una sala UCI, a los peruanos que volvieron a sus pueblos por la crisis, y a la muerte como una calavera empuñando su guadaña.

Pero fuera de representar a la parca en este momento triste, el artesano ya había incorporado en sus retablos a las calaveritas desde hace mucho. “En mi arte los esqueletos hacen las costumbres del Perú, soy el número uno haciéndolo”, dice Claudio, quien, además de sus piezas tradicionales, donde representa el folclor local, también exporta a Estados Unidos traviesas figuras de esqueletos como rockeros, atletas, violinistas, bailarines que son muy vendidas en la colonia mexicana.

Y es que en México es usual representar a las catrinas vestidas de muchos colores, realizando el oficio o pasatiempo que el difunto tenía en vida. “Expongo mis piezas en la feria de Santa Fe, Nuevo México, una vez al año, a donde solo viajan los mejores artistas peruanos”, dice. Entrañables también son sus figuras de calaveras de perros o gatos ataviados con ropa humana. Y es que otra costumbre mexicana es honrar a las mascotas para quienes se colocan ofrendas la noche del 27 de octubre.

La calavera de un cantante callejero en pleno proceso de pintado en el taller del profesor Jiménez.

La calavera de un cantante callejero en pleno proceso de pintado en el taller del profesor Jiménez. Foto: Gerardo Marín/La República

Ya volviendo a los retablos de Jiménez, impresionante es uno llamado Bohemia, cantina de los muertos, que nos deja boquiabiertos por el detalle de la escena, donde se ve a calaveritas en plena jarana y bebiendo licor como si estuvieran vivas, y se vende en la página web del distribuidor Indigo Arts Gallery a 2.800 dólares.

Estos artesanos peruanos afirman que cerraron negocio con importadores extranjeros por la calidad de sus materiales. “En México usan arcilla o papel maché”, dice Sánchez, quien emplea harina de trigo mezclada con yeso para formar una pasta parecida a la plastilina que le permite esculpir con más detalle sus piezas. Jiménez, por su parte, usa la papa hervida mezclada con yeso industrial.

Recuerda Jiménez que en una feria extranjera la gente comentaba que cómo era posible que un peruano hiciera mejores esqueletos que los mexicanos, y él respondía que el Día de los Muertos no es exclusivo de aquellos. “Hasta ahora me preguntan ¿y por qué esqueletos? -dice Sánchez-, y yo solo quiero expresar cómo es el más allá, y para mí es levantando una calavera y dándole vida”.