Las confesiones del padre Robert Prevost
“Jorge Vásquez Saldaña me escribió para contarme que el padre Robert Prevost, o sea el actual papa León XIV, estuvo en mi charla”.

Escribe: Eduardo González Viaña
Por casualidad, ayer en una librería encontré Las confesiones, un libro que había devorado durante mi adolescencia. En él, San Agustín escribe su autobiografía y una serie de reflexiones sobre cómo se convirtió al cristianismo. Este libro tuvo gran importancia para la vida cultural y literaria de Europa y para la filosofía medieval.
Ello me hizo recordar que, en 1999, me encontraba escribiendo un ensayo acerca de cómo ve a Dios un socialista. Exactamente en mayo de ese año, me encontré en una librería de Trujillo con tres jóvenes seminaristas, quienes habían leído algunos de mis libros y me invitaron para que diera una charla en la Escuela de los Agustinos. Así lo hice.
Jorge Vásquez Saldaña, uno de ellos, me escribió la semana pasada para contarme que, durante mi charla estuvo presente el director, quien era el padre Robert Prevost, o sea el actual papa León XIV.
“Lo que más entusiasmó al padre Robert, y a nosotros, fue que dijeras que los ricos no obedecen la ley de Dios sino las leyes de la oferta y la demanda”.
Recuerdo un poco más. Me referí a los tristes días actuales en que ese concepto está reducido a una calavera con dos tibias y un símbolo de guerra.
En el nombre del mismo Dios, pero tan solo porque se pronuncia en idiomas diferentes a uno y otro lado de la frontera, un pueblo humilla, condena, desaloja y extermina a otro, y otra vez, cristianos contra musulmanes en los Balcanes, protestantes contra católicos en Irlanda, judíos contra musulmanes en Palestina, hinduistas contra musulmanes en la India y todos contra todos en algún país del África, matan y mueren supuestamente por Dios, pero ostentan el mismo, repetido y maldito signo de Caín.
¿Es compatible este dios con la existencia del dolor y la enfermedad, la pobreza y la explotación, la quema de los bosques y el aire envenenado, la esclavitud y la guerra, las cárceles y el hambre? ¿O son estos flagelos la prueba de que no existe o de que, quizás, no tiene poderes?
En mi charla proponía la creencia en un Dios en expansión que está en nosotros, más adentro de lo que nosotros estamos dentro de nosotros mismos y que nos hace a todos participar de la esencia divina.
En Crimen y castigo, Dostoievski hace que un criminal y una prostituta lean juntos el evangelio de Juan. Raskólnikov besa los pies de Sonia, y le explica: “No me he arrodillado ante ti. Me he arrodillado ante todo el sufrimiento de la humanidad”.
Este es el dios que es sujeto y objeto, naturaleza y hombre y, al mismo tiempo, creador y criatura. Nace en cada hombre y ha existido desde siempre. Es el dios-océano que se abre en dos para que pasen los israelitas y el dios-arco iris que establece un pacto con Noé y sus descendientes, y es el dios de Francisco de Asís, hermano del hermano Lobo y del hermano Sol, del hermano Viento y la hermana Luna, e incluso de la sora nostra morte corporale.
Mi actitud frente a la sociedad y la vida es la de un creyente en el socialismo. Creo que mi viejo cristianismo es el que me conduce por esos caminos. Estas son mis confesiones.
¿Y cuáles son las confesiones del padre Robert? Las hemos conocido una y otra vez durante todo el tiempo en que viviera en el Perú como “un cura gringuito”. Su apego al ejemplo del papa Francisco y del teólogo Gustavo Gutiérrez nos hace ver cada día que Dios está en él más de lo que él supone.
Hay quienes intentan meterse a codazos para tener una cita y tomarse una foto con él. Seguramente León XIV atenderá a todos, aunque en algunos casos será, sin duda, una práctica de tolerancia cristiana.
Este sábado, por casualidad, estuve en la misa en la que el padre Wilder Vásquez Saldaña fue ordenado como obispo. Era él uno de los tres jóvenes seminaristas que conocí en 1999.
Jorge, por su parte, dejó el seminario, es abogado en Cajamarca y se casó hace algunos años. El otro seminarista me parece que es párroco en Pacasmayo.
Al mismo tiempo que Wilder recibía el báculo de obispo, el padre Robert era ungido como sucesor de San Pedro. Tal vez eso ya estaba dicho en Las confesiones de San Agustín.