Cultural

Jorge Acuña vuela sobre la plaza San Martín

Guantes blancos, ropa blanca y negra, cara pintada de blanco. La primera vez que lo vi actuar, pensé que era mudo. Después nos hicimos amigos y me contó los secretos de su arte.

Jorge Acuña Paredes. Foto: Archivo LR.
Jorge Acuña Paredes. Foto: Archivo LR.

Escribe: Eduardo González Viaña

“Si el pueblo no puede ir al teatro, el teatro debe ir hacia el pueblo”, dijo el mimo Jorge Acuña Paredes y se trasladó a la plaza San Martín que convirtió en su centro de operaciones.

Guantes blancos, ropa blanca y negra, cara pintada de blanco. La primera vez que lo vi actuar, pensé que era mudo. Después nos hicimos amigos y me contó los secretos de su arte.

-¿Y Jorge Acuña era muy hablador? -una amiga me pregunta.

-Sí, sí, sí y sí -respondo.

Sí, sí y sí. Llegó a Lima procedente de Pucallpa. Durante un buen tiempo, no supo lo que era un colchón ni unas sábanas limpias. Lo tomó a su cuidado doña Victoria Ramos, una señora que no había podido tener hijos. Vale decir que Jorge conoció lo que era la vida mucho antes de vivirla. Por eso fue el primer alumno en la ENSAD y se empeñó en que el arte llegara hasta aquellos que no podían llegar hasta él.

Su arte y su palabra vibraban con una pasión arrolladora. No es fácil hacer reír a los espectadores, y menos si estás triste, pero Jorge lo lograba y producía un contagio multitudinario. ¿Era eso todo lo que buscaba? No, no y no.

No era payaso. Detrás de la carcajada, estaba el hombre que piensa, que se toca la sien derecha con el dedo y puede transmitir, incluso, pensamientos subversivos.

Me hace recordar lo que José Carlos Mariátegui escribió sobre Charles Chaplin. “El arte logra, con Chaplin, el máximo de su función hedonística y libertadora. Chaplin alivia, con su sonrisa y su traza dolidas, las tristezas del mundo. Y concurre a la miserable felicidad de los hombres, más que ninguno de sus estadistas, filósofos, industriales y artistas”.

Mariátegui se murió antes de saber que, en efecto, el arte de Chaplin era subversivo. Tanto lo era que, en los años 50 se le consideró bolchevique. Además, el macartismo imbécil lo echó de los Estados Unidos.

Hará quince años, dos jóvenes editores me visitaron a mi llegada al Perú. Querían, según me dijeron, publicar cien mil ejemplares de una colección de mis cuentos y otros cien mil de otros nueve escritores peruanos que ellos consideraban lo mejor de nuestra historia republicana.

En total, un millón de libros. Harold Alva y Jorge Espinoza no llegaban a los 30 años de edad, pero me dieron un sobre con mil dólares.

Me explicaron que podían lograr vender los libros porque, si el pueblo no lee es porque no tiene dinero, y cada uno de sus libros iba a costar un sol.

Les devolví sus dólares y les pedí un sol en pago de mis derechos porque yo también creo en lo mismo.

Se fueron a dos lugares: la alameda Chabuca Granda y la plaza San Martín. En este último lugar, el mimo Jorge Acuña recorrió la plaza invitando al pueblo a leer. Lo hizo durante todo el tiempo que duró la improvisada feria.

Al final, los editores cumplieron con su tarea y, ahora mismo, me acaban de decir que el apoyo del artista fue fundamental.

En 1970 arrestaron a Jorge por hacer teatro en la calle, pero él se sintió muy contento por la oportunidad de ejercer su arte en la cárcel. También en esos años trabajó en la Universidad de Huamanga haciéndose cargo del teatro. Luego recorrió el Perú apoyando los esfuerzos por la reforma agraria. Por fin, volvió a la plaza San Martín. Pasó allí más de veinte años.

Un niño juega con una mariposa invisible. Es Jorge que, de un momento a otro, se ha transformado en un pequeño. Una hora más tarde, lo vemos volar e irse con las mariposas por el Jirón de la Unión. En otro momento, es un trabajador que trata de cargar el peso del planeta. Por fin, es un guerrero que lucha contra los tiranos.

Nada de eso era una ilusión. Era reflejo de la realidad y también profecía. Al mismo tiempo, era imagen de un pueblo atormentado que algún día será triunfador.

Alguna vez dio una función escenificando la obra de Edgar Allan Poe “El corazón delator”. Sin duda el corazón de Jorge sigue hablando, aunque se haya quedado en silencio hace unos días, en Estocolmo.

Quizás en estos momentos está volando sobre la plaza San Martín.

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