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Cultural

Jorge Díaz: Ese resplandor fugaz que llamamos vida

El escritor acaba de publicar La breve eternidad, un libro de relatos en los que se entrecruzan los temas de la vejez, el amor y la muerte.

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Por: Alberto Alarcón

Hace más de cuarenta años que el escritor cajamarquino Jorge Díaz Herrera produjo una grata revuelta en la literatura peruana con la publicación de su libro de relatos Alforja de ciego. Este título, proveniente de las canteras populares y que hasta hoy se aplica a los golosos omnívoros, calzaba muy bien con la brevedad y diversidad temática de esos primeros cuentos. En su momento, el poeta Wáshington Delgado los calificó como “diferentes, concisos, rápidos, punzantes, a veces poéticos, a veces fantasiosos, a veces satíricos”.

Díaz Herrera acaba de publicar su último libro La breve eternidad bajo el legendario sello Arte Reda del destacado diseñador peruano Víctor Escalante, a cuyo cargo estuvo también la primera edición de Alforja de ciego. Son doscientos cuentos a los que el propio autor considera una forma de sus memorias. “En esta larga juventud que llevo- dice en una reciente entrevista- confieso que este libro, es la memoria de mis recuerdos, todo lo que en él se dice me ha sucedido, bien como protagonista, o como testigo, en sueños o como ocurrencias de otras ocurrencias de quienes me han ayudado a compartir y sostener la vida”.

El tema de la brevedad de la vida y la idea de la eternidad son viejos asuntos que siempre son susceptibles de ser renovados mediante el acto creativo. Díaz Herrera los desarrolla a través de innumerables personajes a quienes la vida los lleva a ser héroes, villanos o simples seres anodinos, atrapados en curiosas y extrañas circunstancias como producto de su propia conducta o del azaroso destino. En el cuento “La esperanza”, por ejemplo, el personaje Maribel espera inútilmente a un hombre que le ha ofrecido su amor de una manera engañosa. Nada más importante para ella que ese encuentro que nunca se produce, ni siquiera hechos históricos como el descubrimiento de América o la caída del imperio romano, dando la impresión de que el desamor puede ser más trascendente que la historia colectiva.

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En “Pescadores del mar”; Matías, un pescador joven y Manuel Merino, un viejo capitán de lancha, protagonizan una historia del abandono. Matías se marcha a otros lares y el viejo Manuel, solo, viejo y derrotado, un día trepa a un caballito de totora y no regresa más. “Nunca volvió- dice el narrador- y jamás dieron con él. A quien devolvió el mar fue al caballito de totora, despanzurrado”. Al final, del relato Matías regresa; pero “en sus ojos se veían las chispas de un asesino”. Una tarde aparece ahorcado en el muelle. El autor sugiere que esto se produce, o bien por el sentimiento de culpa de Matías o, como afirman las mujeres del pueblo, lo ha matado el fantasma del viejo Manuel, como venganza por haberlo abandonado.

Cuentos como “Nato”, “Pisquito” o “Manchita”, simbolizan el racismo, el desamparo o la permisividad de los padres frente a los hijos cuyas vidas terminan desastradas por el alcohol o la droga. Todos los personajes de estos cuentos son peruanos y están penetrados por la gran capacidad observatoria de Díaz Herrera, a quien, junto con Julio Ramón Ribeyro, puede considerársele ya uno de los pocos conocedores del alma y la psicología de los peruanos. Elemento destacable en esta obra es también el uso del lenguaje, el autor va directamente “al grano”. Pasa por alto los llamados “conectores” y trabaja con un estilo personalísimo los tiempos verbales y los diálogos, provocando de este modo una intensa relación entre el lector, los personajes y el ambiente de los relatos.

Se intuye en los textos de La breve eternidad la influencia de Juan José Arreola el minimalista Raymond Carver y José Saramago. La vejez y la muerte conforman en estos relatos dos temas reiterativos que confirman esa vieja paremia que dice “el amor es eterno mientras dura”.