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Cultural

Fragmento inédito de “Sol de medianoche”, la nueva novela de Stephenie Meyer

El libro es parte de la saga best seller “Crepúsculo” 5, el mismo que se publicará próximamente.

La escritora Stephenie Meyer con la portada de su nueva novela que se publicará.
La escritora Stephenie Meyer con la portada de su nueva novela que se publicará.

La escritora estadounidense Stephenie Meyer es autora de la serie best seller “Crepúsculo” y de las novelas “The Host” y “La química”. Estudió Literatura Inglesa en la Brigham Young University y actualmente vive en Arizona. Aquí le adelantamos un fragmento de su novela inédita “Sol de medianoche”, de la saga “Crepúsculo” 5.

Cuando Edward Cullen y Bella Swan se conocieron en Crepúsculo, nació una historia de amor icónica. Pero hasta ahora, sus fans solo conocen la historia a través de Bella. Por fin los lectores podrán vivir la versión de Edward en “Sol de medianoche”.

FRAGMENTO INÉDITO DE ¨SOL DE MEDIANOCHE¨

Autora: Stephenie Meyer

I. Primera impresión

Era ese momento del día en el que más deseaba ser capaz de dormir.

El instituto.

¿O sería «purgatorio» la palabra correcta? De existir siquiera alguna manera de expiar mis pecados, esto debería contar en alguna medida a la hora de hacer balance. No, no me acostumbraba al tedio; cada día se me antojaba más monótono aún que el anterior, si cabe.

Quizá se pudiera considerar esto mi modo de dormir, si el sueño se definiera como un estado inerte entre los periodos de actividad.

Tenía la mirada perdida en las grietas que recorrían el enlucido del rincón opuesto de la cafetería y me imaginaba que formaban unos dibujos que en realidad no estaban ahí. Esa era una de las maneras de bloquear la riada de voces que me farfullaban en la cabeza.

Eran varios los cientos de esas voces a las que hacía caso omiso por puro aburrimiento.

En cuanto a la mente humana, lo había oído todo ya, hasta la saciedad y un poco más. Hoy, lo que consumía el pensamiento de todo el mundo era el insignificante drama de la nueva incorporación al reducido cuerpo del alumnado. Qué poco bastaba para alterarlos. Había visto aquel nuevo rostro repetido en un pensamiento detrás de otro, desde todos los ángulos. Una chica humana normal y corriente. La expectación por su llegada era algo tan predecible que resultaba agotador: la misma reacción que obtendría uno al mostrarle un objeto brillante a un grupo de críos de dos años. La mitad de los miembros masculinos de aquel alumnado tan borreguil ya se imaginaban prendados de ella, tan solo porque era algo nuevo que les habían puesto delante. Hice un mayor esfuerzo por no prestarles atención.

Solo eran cuatro las voces que bloqueaba por cortesía más que por repulsión: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, que ya estaban tan acostumbrados a la falta de intimidad en mi presencia que rara vez se preocupaban por ello. Yo les daba lo que estaba en mi mano. Intentaba no escuchar siempre que podía evitarlo.

Y, aun así, por mucho que lo intentara… lo sabía.

Rosalie, como de costumbre, estaba pensando en sí misma: su mente era como una charca de agua estancada que contenía muy pocas sorpresas. Había captado fugazmente un reflejo de su perfil en las gafas de alguien y ahora meditaba sobre su perfección. Nadie tenía el cabello de un tono más semejante al verdadero color del oro, nadie tenía una silueta que fuese un reloj de arena tan perfecto, nadie tenía el rostro como un óvalo tan simétrico e inmaculado. No se comparaba con los humanos que había allí; tal yuxtaposición habría resultado risible, absurda. Ella pensaba en otros como nosotros, ninguno de ellos a su altura.

Emmett, que solía mostrarse despreocupado, tenía el rostro fruncido en un gesto de frustración. Ahora mismo se estaba pasando una de esas manazas por los rizos de ébano y se retorcía los cabellos en el puño. Aún estaba que echaba humo por el combate de lucha que había perdido contra Jasper durante la noche. Tendría que recurrir a toda su limitada paciencia para ser capaz de aguantar hasta el final de la jornada escolar y organizar una revancha entonces. Nunca me sentía como un entrometido al escuchar los pensamientos de Emmett, porque él jamás pensaba nada que no pudiese decir en voz alta o poner en práctica. Es posible que solo me sintiese culpable leyéndoles el pensamiento a los demás porque sabía que ahí dentro habría cosas que ellos no deseaban que yo supiese. Si la mente de Rosalie era una charca de agua estancada, la de Emmett era un lago cristalino sin la menor sombra.

Y Jasper estaba… sufriendo. Contuve un suspiro.

Edward. Alice pronunció mi nombre mentalmente y captó mi atención de inmediato.

Era exactamente igual que si lo hubiera dicho en voz alta. Me alegraba que mi nombre se hubiera ido pasando de moda en las últimas décadas: qué molesto había sido en el pasado; siempre que alguien pen­ saba en algún Edward, yo volvía la cabeza en un acto reflejo.

Ahora no la volví. A Alice y a mí se nos daban bien aquellas con­ versaciones privadas. Era raro que alguien nos descubriese. No aparté la mirada de las grietas del enlucido.

¿Cómo lo está llevando?, me preguntó.

Fruncí el ceño, un leve cambio en la colocación de los labios. Nada que nos delatase ante los demás. Bien podría estar frunciendo el ceño de puro aburrimiento.

Jasper llevaba demasiado tiempo inmóvil. No estaba interpretando los tics humanos tal y como debíamos hacerlo todos, en movimiento constante para no destacar, igual que Emmett se tiraba del pelo, Rosalie cruzaba las piernas hacia un lado y después hacia el otro, Alice daba unos toquecitos con la punta de los pies en el linóleo del suelo o yo me dedicaba a mover la cabeza para quedarme mirando los distintos dibujos en las paredes. Jasper parecía estar petrificado, con ese porte esbelto tan erguido, tanto que ni siquiera los cabellos color miel parecían reaccionar al aire que llegaba desde las rejillas de ventilación.

Los pensamientos de Alice adquirieron entonces un tono de alarma, y vi en su mente que estaba observando a Jasper con su visión periférica.

¿Hay algún peligro? Se adelantó y estudió el futuro inmediato, revolviendo entre aquellas visiones de monotonía en busca del origen de mi gesto fruncido. Incluso mientras lo hacía, no dejó de acordarse de colocar uno de los puños, tan pequeños, bajo el mentón afilado y parpadear con regularidad. Se apartó de los ojos un mechón de esos cabellos oscuros, cortos e irregulares.

Volví la cabeza muy despacio hacia la izquierda, como si me estuviese fijando en los ladrillos de la pared, suspiré y la giré hacia la derecha, de vuelta a las grietas del techo. Los demás asumirían que estaba interpretando el papel de humano. Solo Alice sabía que le estaba haciendo un gesto negativo con la cabeza.

Se relajó. Me lo dirás, si la cosa se pone fea.

Moví únicamente los ojos, arriba hasta el techo y de nuevo hacia abajo.

Gracias por hacer esto.

Me alegré de no poder responderle en voz alta. ¿Qué le iba a decir?

¿«Un placer»? No lo era, precisamente. No disfrutaba aguzando el oído para captar los conflictos de Jasper. ¿De verdad era necesario hacer este tipo de experimentos? ¿No sería más seguro reconocer sin más que tal vez Jasper nunca iba a ser capaz de controlar su sed igual de bien que el resto de nosotros, en lugar de llevarlo hasta el límite? ¿Por qué arriesgarse a la catástrofe? Habían pasado dos semanas desde nuestra última salida de caza. No es que fuese un intervalo de tiempo poco manejable para el resto de nosotros. Un tanto incómodo sí, de vez en cuando: si un humano se acercaba demasiado, si el viento soplaba en la dirección inadecuada. Aunque los humanos rara vez se acercaban demasiado. El instinto les decía lo que su pensamiento consciente jamás entendería: éramos un peligro que debían evitar.

Ahora mismo, Jasper era muy peligroso.

No sucedía con frecuencia, pero de tanto en tanto me sorprendía la inconsciencia de los humanos que teníamos a nuestro alrededor. Todos estábamos tan acostumbrados a ello que siempre nos lo esperábamos, pero en ocasiones parecía más llamativo de lo normal. Ninguno de ellos reparaba en nosotros, allí, pasando el rato en aquella sufrida mesa de la cafetería, a pesar de que una manada de tigres ocupando nuestro lugar sería menos letal que nosotros. Ellos no veían más allá de cinco personas de aspecto raro, lo bastante parecidas a seres humanos como para que colase. Costaba imaginarse lo de sobrevivir con unos sentidos tan increíblemente torpes.

En ese momento, una chica bajita se detuvo en el extremo de la mesa más cercana a la nuestra, para hablar con una amiga. Se quitó el pelo pajizo de la cara y se lo peinó con los dedos. Los conductos de la calefacción proyectaron su olor hacia nosotros. Estaba acostumbrado a lo que me hacía sentir aquel olor: el dolor seco en la garganta, el vacío del ansia en el estómago, la tensión automática en los músculos, el excesivo flujo de veneno en la boca.

Todo esto era bastante normal, y solía resultar sencillo no hacerle caso. Era más difícil justo ahora, con unas reacciones más fuertes, multiplicadas por dos, mientras observaba a Jasper.

Jasper estaba dejando volar la imaginación. Lo estaba visualizando: se imaginaba que se levantaba de su asiento junto a Alice y se acercaba a aquella chica bajita. Se inclinaría y se aproximaría más, como si fuera a susurrarle algo al oído, y dejaría que sus labios acariciasen el arco de su garganta. Se imaginaba el pulso de aquella chica bajo la frágil barrera de su piel y la sensación que tendría en su boca…