
El polígrafo, conocido como 'detector de mentiras', nació con la ambición de convertirse en una herramienta científica para determinar la veracidad de los testimonios. Desde sus primeros experimentos a finales del siglo XIX, investigadores como Hugo Münsterberg en Harvard, en EE.UU., intentaron vincular reacciones fisiológicas (cambios en la presión arterial) con la detección de engaños. Sin embargo, pronto quedó claro que no existe un patrón físico exclusivo que delate la mentira, ya que factores como estrés o ansiedad pueden generar respuestas similares.
William Moulton Marston, psicólogo y abogado, fue uno de los impulsores del método en la década de 1920, pero sus intentos de validarlo en tribunales fracasaron. En 1922, el caso James Alphonse Frye marcó un precedente: la justicia estadounidense rechazó el uso de la técnica por invadir el papel del jurado. Este rechazo inicial influyó en décadas posteriores, limitando su aceptación legal en varios países.
El uso del polígrafo fue muy debatido entre los científicos de la época. Foto: La Nación
A pesar de los reveses judiciales, el polígrafo ganó notoriedad en la policía científica estadounidense. Figuras como August Vollmer y Leonarde Keeler impulsaron modelos más portátiles y aplicaron técnicas como la Relevant/Irrelevant Technique (RIT). Keeler extendió su uso incluso al ámbito empresarial, aunque enfrentó críticas de su colega John Larson, quien llegó a lamentar haber contribuido al desarrollo del aparato por su escaso rigor.
La máquina se popularizó gracias a campañas mediáticas que la mostraban como infalible, y Marston (que más tarde crearía a Wonder Woman y su 'lazo de la verdad') aprovechó esa fama. Sin embargo, el polígrafo solo medía variables como presión arterial, sudoración y ritmo cardíaco, sin poder establecer de forma definitiva si una persona mentía o no.
Organismos como la American Psychological Association y publicaciones científicas como Scientific American han estimado su efectividad real entre un 64% y un 85%. Incluso concediendo una tasa del 75%, en un grupo de 1.000 acusados podría arrojar hasta 180 resultados erróneos, una cifra preocupante en el contexto judicial.
Por estas limitaciones, numerosos sistemas judiciales restringieron o prohibieron su uso como prueba. Aun así, el polígrafo dejó una huella profunda en la cultura popular, apareciendo en programas de televisión, películas y novelas. Hoy, la comunidad científica coincide en que no puede considerarse un método fiable para detectar mentiras, y su historia sirve como recordatorio de los límites de la tecnología frente a la complejidad del comportamiento humano.

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