Encuentro y desencuentro con el sol, encuentro y desencuentro con el amor, encuentro y desencuentro con Uchkus Incañan, en fin, encuentro y desencuentro con Huancavelica y el Perú profundo. Tan profundo como ignorado.,Rolly Valdivia / Revista Rumbos En el segundo párrafo. De todas maneras. Ahí estará tu nombre, ahí te mencionaré en altas, en cursiva y en negritas para que resalte. No te estoy mintiendo. Es la pura verdad. Te lo prometo por mi santa madrecita. ¿Qué te parece? Te gusta. Aceptas. Ya pues. No te hagas el difícil. Apóyame. Ayúdame… pero no tanto tampoco, solo lo justo, lo necesario, lo soportable. PUEDES VER: Huancavelica: la Ruta de los Espejos de Agua Sí, eso fue lo que dije o lo que más o menos le dije al SOL –al del cielo no al que reposa solitariamente en mi billetera–, cuando las nubes se convirtieron en presagio de tormenta, haciendo cundir mi desesperación en ese periplo de distancia incierta, por obra y gracia de algún vivito que se dio el trabajo de borronear el kilometraje en el hito sembrado al inicio del camino. Cumplí. En el segundo, en altas, en cursiva y en negritas. Deuda saldada. Lo justo, pues, al menos para el sol, aunque no tanto para los amables y pacientes lectores de este texto que va del enredo al disparate. Soy consciente de ello. Lo siento y les pido disculpa y, de yapa, les juro que no me molesto si alguno de ustedes cree que he perdido completamente la gordura, perdón, digo la cordura. Solitaria, una mujer descansa en la Plaza de Armas. Foto: Rolly Valdivia Y es que hay que estar medio “tocadito” o “rayado” para convertir el inicio de un relato viajero, en un monólogo de adoración al aparatosamente llamado 'astro rey'. Ese no era mi propósito. Por el contrario, quería ser ordenado y formalito. Pero ya ven, lo hice. Metí las cuatro y no sé cómo sacarlas. Caray, sigo dando vueltas en lo mismo, ensimismado como un gato que corretea su cola. Y por andar así, hasta ahora no les cuento en donde estoy ni en qué ruta realicé mi juramento. Tampoco les he dicho cómo pretendía comenzar esta nota hasta la aparición del hito borroneado y las nubes congestionadas. Momento de tensión. El cielo amenaza con deshacerse en lluvia mientras la distancia por recorrer es un misterio acrecentado por las respuestas de los pobladores, que aseguran siempre que Uchkus Incañan estaba aquicito, allacito o a la vueltita nomás; entonces, lo único que se me ocurrió fue pedirle al sol que se dejara de timideces e impusiera en el horizonte el brillo de sus rayos. Al inicio no me hizo caso. Tuve que rogarle y hacerle la promesa que me ha metido en este embrollo. Si eso no hubiera pasado, usted estaría leyendo desde el primer párrafo la historia de esa novia de gesto adusto y figura contundente, a la que casi le da patatús cuando un par de invitados o paracaidistas, armaron el desorden y la chacota con sus gritos de 'beso, beso'. Ajedrez callejero. Foto: Rolly Valdivia La Catedral del divorcio Los músicos, que hace un ratito tocaban el Danubio Azul con arpa y saxofón, movieron la cabeza en claro gesto desaprobatorio. Sin embargo, el griterío prendió entre los asistentes, mas no en los novios. Ellos se resistían, se hacían los locos, querían subirse ya, ahora, al toque al auto nupcial que los alejaría de la Catedral de San Antonio y de la Plaza de Armas. Y eso era muy raro. Más raro que la entrada de esta humilde y desorientada crónica que, felizmente, va encaminándose de a pocos porque ya no estoy en un camino incierto sino en el mismo centro de Huancavelica, la otrora y acaso nostálgica “Villa Rica de Oropesa”, siendo testigo de ese matrimonio matutino, casi madrugador, que se presentó ante mis ojos como un extraño ritual de bienvenida. Tan extraño como la seriedad militarizada de la novia y su renuencia al beso. Tan sorprendente como la costumbre de recorrer siete puentes en el paseo motorizado de la flamante pareja. Tan increíble como la creencia de que esa Catedral de estilo barroco es recontra salada, porque quienes se casan ahí terminan incumpliendo la promesa de estar juntos hasta que la muerte los separe. Matrimonio huancavelicano. Foto: Rolly Valdivia Divorcio seguro. Eso es lo que dicen. Eso es lo que cuentan en las calles envejecidas de una ciudad que en la época colonial, sustentó sus sueños de grandeza con el mercurio extraído en la mina Santa Bárbara. Nada es eterno. El sueño se convertiría en pesadilla, en despertar sombrío a 3,680 m.s.n.m., en realidad dolorosa que ha hecho de Huancavelica una región empobrecida. Por eso pocos la visitan. Prefieren evitarla, mirarla de soslayo, como si su pobreza fuera una enfermedad o como si tuvieran miedo a descubrir una realidad que no encaja con crecimiento económico ni con las proclamas entusiastas de que el Perú crece, avanza, se proyecta ambiciosa y certeramente hacia el primer mundo. Y no es porque esté cerca de una iglesia, pero debo confesar que en este caso no estoy libre de pecado. Es mi primer viaje a la ciudad de Huancavelica. La capital regional que me faltaba conocer. En mi defensa debo decir que estuve en otros pueblos de la zona, como Huaytará –con su templo erigido sobre muros incas–, Izcuchaca –con su noble puente de piedra– y, claro, la inolvidable Chupamarca. Banda nupcial. Foto: Rolly Valdivia Allí todo era entrada y salida. No había centro en ese pueblo de la provincia de Castrovirreyna, al que llegué en la tolva de un camión. Aquella vez dormí en el piso. Desayuné, almorcé y cené solo habas, únicamente habas. Y me adivinaron la suerte en las hojas de coca y en la oscuridad cómplice de una trastienda, mis anfitriones narraron sucesos desgarradores de la época del terror. Recuerdos de violencia y muerte. Recuerdos que contrastan con la alegría de la boda, bueno, de casi todos en la boda porque la novia acentuó su gesto avinagrado cuando los impertinentes desataron la eufórica consigna de 'beso, beso', desconociendo que en esta tierra de altura, no es del todo bien visto darse 'piquitos' en las afueras de un templo. Al final se impone la presión popular. Los labios se rozan. Lluvia de arroz. La pareja se va. Los familiares se quedan. Se juntan. Se entrelazan. Se apoderan de la calle. Persiguen a la banda. Se van zapateando a la fiesta. Brindis y baile a local lleno, o a casa repleta, no semivacía como ocurrió en la Catedral. Siempre pasa. Muchos se pierden la ceremonia religiosa. Pocos la celebración mundana. Eso me lo explicaría después una exnovia que no dio el sí en la Catedral para evitar un futuro divorcio. Ella me contaría, además, lo de los siete puentes, lo de los besos mal vistos, lo de las iglesias casi vacías en casi todos los matrimonios. No en el suyo, por si acaso, que estuvo repleto, algo raro en una ciudad en la que las parejas suelen darse el sí, los sábados a primera hora. Parada del tren Macho. Foto: Rolly Valdivia El templo en el corral Tal vez esa sea la causa o el origen de la escasa concurrencia, sentencio con aire doctoral, un aire doctoral que jamás asomó, cuando después de conocer, trepar y tratar de encontrarle formas a las imponentes moles del bosque de piedra de Sachapite, decidí enrumbar hacia la promesa arqueológica de Uchkus Incañan, sin imaginar siquiera que terminaría implorando el advenimiento del sol. Mi pedido no fue en vano. Luz. Calor. Se corrieron las nubes. Ahora tenía que persistir. Seguir andando en busca de aquel centro de experimentación agrícola y de investigación astrológica. Eso es lo que había leído antes de emprender la travesía y lo que me impulsaba a mantener la fuerza de mis pasos, a no rendirme, a encontrar la ruta que finalmente me llevara a la comunidad de Uchkus Alto. Siete kilómetros después. Un puñado de casas. Adobe y tejas. Campos de sembrío. Un colegio. Una posta médica a punto de cerrar. Una doctora que funge de guía turística: corta por la canchita, verás una escalera. Peldaños de piedra. El último esfuerzo. Encuentro con dos niñas. Caritas sucias. Sonrisas inocentes. Zapatitos gastados. Un saludo. Una pregunta: ¿saben dónde está Incañan? Bosque de piedras de Sachapite. Foto: Rolly Valdivia “Es ese corral”. ¿Ah?, ¿cómo?, ¿un corral? Siete kilómetros, una imploración y una promesa para conocer un corral. No, pues, vaya crueldad. Eso no era posible. “¿Están seguras?” Las niñas dicen que sí, que lo que busco es ese corral o ese canchón cercado por muros de adobe. Sigo sin creerles. Me alejo. Me encuentro con unas señoras. Vuelvo a preguntar. Obtengo la misma respuesta. Qué fiasco. Daban ganas de retornar rapidito para esperar a la combi salvadora que, según la doctora, pasaría en el momento menos pensado. A pesar del fiasco tenía que echar un vistazo. Total, uno nunca sabe y era posible que detrás de esos muros descubriera una portada de piedra finamente prehispánica y típicamente incaica que recompensara el esfuerzo realizado. Mucho para un corral. Poco para un complejo arqueológico con pretensiones de atractivo turístico. Incañan necesita ser restaurado. Es triste ver sus bloques de piedra desperdigados en el piso. Es una afrenta a la memoria de los anccaras (sus pobladores primigenios), de los chancas y de los incas. Su obra, su legado, las muestras de su grandeza no deben perderse por la desidia y la ignorancia. Puente en Huancavelica. Foto: Rolly Valdivia Salí. Bajé. Encontré la combi. Volví a la ciudad. Conocí un cañón del río Ichu. Dormí con rumores de lluvia. Al despertar no había novios en la plaza. Visité la estación del mítico tren macho pero no lo encontré, quizá porque sale cuando quiere de Huancavelica y llega cuando puede de Huancayo. Y quise ir a la mina Santa Bárbara y a la laguna Choclococha, pero me quedé en la ciudad. Otra vez las nubes. Otra vez la imploración al Sol. Si apareces te menciono en el inicio de mi próxima nota, bueno, si es que hay una próxima, gracias a la indulgencia de los lectores y a la paciencia de los responsables de esta publicación. En Rumbo Lo histórico: Huancavelica fue fundada el 4 de agosto de 1571 por el alcalde Mayor de Minas Francisco de Angulo. Lo kilométrico: 444 kilómetros separan Lima de Huancavelica por la ruta de la carretera Central. El viaje: Servicios diarios. Tiempo estimado: 12 horas. Costo del pasaje: 45 soles aproximadamente. El bitute: mondongo, pachamanca, puchero, cuy y trucha. Lo visitado: Bosque de piedras de Sachapite, en el distrito de Yauli y a 20 kilómetros de Huancavelica. Ingreso libre. Se llega en combi o en taxi / Uchkus Incañan, en la comunidad de Uchkus Altos del distrito de Yauli. Se encuentra a 7 kilómetros de Sachapite. Ingreso libre. Hay carretera.