Luego de una de las semanas más dramáticas que les ha tocado vivir a los peruanos en el campo político —y en el Perú, eso es mucho decir—, la historiadora Carmen McEvoy ofrece en la siguiente entrevista sus primeras impresiones sobre los principales retos que tendrá por delante la nueva presidenta de la República, Dina Boluarte.
—Alguna vez me dijo que el Perú siempre está bailando al borde del precipicio, pero, por alguna razón, nunca termina de lanzarse. ¿Lo del frustrado golpe de Pedro Castillo confirma de alguna manera su teoría?
—Lo del frustrado golpe de Castillo, del cual ahora ni él mismo se acuerda y que ha trocado en una comedia de enredos con pócima antimemoria incluida, muestra los límites a los que ha llegado la república del Perú, a doscientos años de la instalación de su primera Asamblea Constituyente. Este episodio rocambolesco, con visos tragicómicos, no aparece de la noche a la mañana. Es consecuencia directa de décadas y décadas de degradación de la Presidencia de la República. Porque, aparte del desprecio por el bien común y la polarización que desde nuestros convulsionados orígenes nos marca, el objetivo de muchos de los mandatarios que precedieron a Castillo fue, también, asaltar al Estado para repartirse sus recursos. El legado cleptocrático llegó a las manos de un maestro rural cuya tarea principal fue enfeudar abiertamente lo que, pensaba, por herencia le pertenecía a él y a su banda, algunos de cuyos miembros venían operando en municipios y regiones. Este modelo patrimonial-prebendario ha entrado en crisis y ello se expresa en la implosión estatal que tenemos en frente. ¿Nos salvaremos del precipicio? Pienso que el amor por la vida siempre prevalece en el Perú, pero en esta oportunidad hay que participar activamente en la difícil y decisiva transición que se nos viene ahora.
—¿Cree que la reacción que impidió que el golpe se concretara demuestra que hay algunos resortes democráticos que —a pesar de todo lo ocurrido— todavía funcionan en el país?
—Hay que decir que Castillo no tuvo de su lado ni a su propia escolta. Una de las limitaciones de Castillo es su desconocimiento de la historia del Perú. La versión que él posee es la de una sucesión de siglos de explotación que, en su condición de provinciano, él debía cambiar de un plumazo. No hay que olvidar que quiso convertir Palacio de Gobierno en un museo, y hay que ver en lo que finalmente acabó: un garito de mala muerte. El expresidente desconoce el mecanismo del golpe de Estado que hunde sus raíces en el siglo XIX y requiere de una serie de actores, procedimientos y sincronías. Por otro lado, no es posible negar el racismo con el que Castillo se enfrentó, amén de las acusaciones de fraude que lo minaron emocionalmente, y eso se notó en la lectura de la proclama golpista.
—O quizás el fracaso de la intentona se debió más a una planificación apresurada.
—Lo que diría es que la apuesta por el permanente salto hacia adelante, que esta vez fue un golpe de escasas tres horas, no hace más que corroborar la escasa reflexión y planificación de Castillo, excepto en su manejo del reparto de la prebenda. Las instituciones republicanas, pienso, respondieron a la altura de las circunstancias neutralizándolo a tiempo. Sin embargo, vale recordar que sin la corte de áulicos y seguidores que lo entronizaron y le validaron todo, ahora incluso el golpe, su vena autoritaria no se hubiera expresado tan claramente. De la misma manera que el negacionismo, cinismo e irresponsabilidad a los cuales nos tiene acostumbrados.
—En un reciente artículo señala que la cultura decimonónica convive todavía en las altas esferas del poder. ¿El intento de golpe de Pedro Castillo lo demuestra?
—Por supuesto que sí, aunque solo sea en una versión bastarda del golpe decimonónico que era utilizado como mecanismo de acceso y preservación del poder. Castillo pertenece a la estirpe de los caudillos en versión caricatura, con Aníbal Torres al lado para refrendar cada uno de sus disparatados actos. Esa obsesión con el pueblo que dice representar, para al final traicionarlo y desplumar al Estado, viene de la tradición caudillista que, a pesar de todas sus limitaciones, logró conectar, como ha ocurrido con Castillo, con el interior del Perú.
Protestas
—Sin embargo, creo que hay algo importante que es necesario advertir también: que la aventura golpista de Castillo no nos debe hacer olvidar que parte corresponsable de esta situación tan difícil es el Poder Legislativo, compuesto por fuerzas políticas que, desde un inicio, se inventaron un fraude para desconocer resultados electorales. Es decir, no debemos perder de vista que, en el fondo, tenemos a políticos que solo defienden principios democráticos cuando les conviene.
—Efectivamente. En algún momento afirmé que Castillo tiene un Congreso hecho a la medida de su cinismo y, ahora que vamos conociendo mejor la trama de esta escandalosa historia, muy sintonizado con el toma y daca del sistema prebendario peruano. Porque sin esa compra, mediante puestos, obras y demás beneficios, el aprendiz de golpista no hubiera logrado mantenerse en el poder. Castillo, para quien la primera magistratura de la nación no es el centro desde donde se dignifica al Perú, sino el lugar de las transacciones económicas hechas a su medida, nos llevó hasta extremos inimaginables, con una investigación fiscal abierta, hija detenida, y asesores, parientes y compadres fugados. Urge desmantelar a esta cultura política perversa que nos denigra como sociedad y tampoco nos permite avanzar como país.
—¿Qué papel puede cumplir Dina Boluarte?
—Todo el abuso al que hemos sido sometidos —no hay que olvidar que fuimos el país con más muertos con el Covid-19 a pesar de tener las arcas fiscales llenas— nos hace sumamente desconfiados del poder de turno, en este caso el de la presidenta. Dina Boluarte inaugura su mandato en un campo minado y con protestas sociales que van en incremento. Si a eso le añadimos las hondas diferencias sociales y la presente crisis mundial, que han disparado los precios de los alimentos trayendo el hambre y la miseria a los más necesitados, tenemos el escenario para una tormenta social perfecta. La superposición de intereses múltiples, entre ellos los ilegales como el narcotráfico, que sigue sacando toneladas de cocaína por el Callao, nos enfrenta a una situación sumamente compleja, para lo cual es necesario convocar a todos los peruanos de buena voluntad.
—¿Boluarte debería tratar de llegar a un acuerdo mínimo con el Congreso?
—Cabe recordar que el Congreso, que ahora pretende erigirse en el guardián de la democracia, tiene un bajísimo índice de aprobación y muchos de sus representantes juegan también el juego prebendario, lo que significa que en teoría Boluarte está sola frente a una multiplicidad de problemas, algunos de larga data.
—¿Cree que la mejor opción es seguir con ella hasta el 2026 o lo mejor sería adelantar elecciones generales?
—Pareciera ser que un adelanto de elecciones sería una salida, en el sentido de aquietar a las fuerzas políticas en permanente pugna, pero sin reformas y sin un diálogo franco entre peruanos, el remedio puede ser peor que la enfermedad. Espero que el nuevo gabinete sea capaz de representar a todos, a un país tan diverso, mientras nosotros, como sociedad civil, nos damos una tregua. ¿Para qué? Para escucharnos y aprender el uno del otro. Quizás ese solo cambio de actitud, que parte del respeto y la empatía, genere una atmósfera benéfica para sacarnos de esta crisis sistémica, como la denominé en abril, que nos roba el presente, el futuro, la paz y el bienestar que todos nos merecemos después de tanto sufrimiento y tanta desventura.
—Los ciudadanos, de manera espontánea, han empezado a movilizarse en varias regiones. Esto posiblemente quiere decir que la caída de Castillo no significa —como muchos pensaban— una solución en sí misma. Más allá de que fue vacado con justicia, ¿podría ser más bien su salida un nuevo disparador de la crisis?
—Es obvio que la salida de Castillo no resolverá una crisis que es de larga data y hunde sus raíces en un sistema que debe ser reformado. La presidenta parece que ha entendido que el momento político exige escuchar a la ciudadanía, que lo que demanda es el adelanto de elecciones, tema que se ha venido discutiendo desde hace un buen tiempo. Este proceso, con el que se puede estar en acuerdo o desacuerdo, debe seguir los lineamientos constitucionales. Muchos opinamos que debería estar precedido por un debate nacional.
—¿Debate sobre qué?
—Respecto al Perú que queremos para los difíciles años que nos esperan por delante. En ese sentido, una conversación franca sobre nuestro modelo de Estado, vetusto y dominado por la inercia y la corrupción, es algo fundamental. Quiero añadir algo: las movilizaciones están amparadas por la Constitución, siempre y cuando se realicen pacíficamente y sin perturbar la paz pública y el libre tránsito a lo largo y ancho del país. Tenemos experiencia de una policía represora, en especial el Grupo Terna, y está en manos del nuevo ministro del Interior y de la presidenta Boluarte evitar que el Estado reprima, como es su costumbre, y cree el caldo de cultivo de una violencia, que ya se viene larvando desde hace varios años. Solo el diálogo y el cumplimiento de compromisos cuyo objetivo sea el bienestar general lograrán desactivar la cultura de guerra e instalar la paz social, obviamente, con justicia y equidad, que es algo que todos anhelamos.