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Política

Los Rasputines de Martín Vizcarra

Antes de llegar a librerías El perfil del Lagarto: Radiografía de un político con sangre fría (Planeta, 2021), el reportero de investigación Carlos Paredes desató una potente crisis política al revelar que el expresidente Martín Vizcarra, exministros y funcionarios de su Gobierno se habían vacunado en la clandestinidad con el mismo producto chino que luego se terminó por comprar. En el siguiente adelanto del libro, Paredes relata cómo dos personajes palaciegos sin mayores méritos conocidos, Maximiliano Aguiar y Hayimy Aleman, influenciaron en las decisiones de Vizcarra.

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Paredes publicó el libro El perfil del Lagarto, donde recorre la carrera del expresidente Martín Vizcarra. Foto: composición/La República

Por: Carlos Paredes

Maximiliano Aguiar salió del país tres días antes de que cerraran los aeropuertos y las fronteras por la pandemia. Regresaba a su tierra, San Juan, en los Andes argentinos, como había sido su rutina cada quince días desde marzo del 2018, cuando se convirtió en consejero principal del presidente Vizcarra. Este regreso a casa, sin embargo, no tenía fecha de retorno a Lima. Más que por razones sanitarias o para protegerse de la propagación exponencial del nuevo coronavirus en el Perú, su alejamiento progresivo del primer círculo vizcarrista tenía que ver con otro virus, el de los celos intestinos, las cuitas internas promovidas por Mirian Morales, quien había adquirido un inusitado poder con el aval de Vizcarra. Aguiar, un sociólogo argentino dedicado al marketing y la comunicación política, carente de la locuacidad o el narcisismo característico de sus paisanos porteños, ha sido gravitante en las decisiones que tomó el expresidente en los dos primeros años de su interrumpida presidencia de treinta y dos meses.

Pero Aguiar no fue el único asesor fundamental que tuvo el expresidente Vizcarra. Al segundo solo lo conocían tres personas del círculo de confianza más estrecho del ex primer servidor de la nación. Este segundo asesor ingresaba sigilosamente a Palacio de Gobierno por la puerta trasera y era recibido por Karem Roca. Nunca dejó registro de su presencia, ni quedó grabado en video, por órdenes estrictas del presidente. Pero no era un fantasma, sino un hombre de gruesa figura siempre dispuesto a escucharlo y a responder sus preguntas, a veces angustiadas o urgentes. Era el ciudadano Hayimy Aleman Herrera, conocido en los medios de comunicación y en la farándula local simplemente como Hayimy, el vidente.

Cada vez que le preguntaban al expresidente Vizcarra quiénes eran sus principales asesores, él respondía que todos sus ministros, cada quien en su sector. Salvo contadas excepciones, sus sucesivos gabinetes han sido una escala de ministros grises, con poca o nula experiencia política, sin liderazgo. Varios de ellos fueron viceministros en el Gobierno de Humala o funcionarios públicos con años acumulados en el sector en el que nunca hubieran podido llegar a ser siquiera directores generales. Vizcarra aplicó su máxima desde cuando era presidente regional: prefería la lealtad incondicional que la capacidad o preparación técnica. Son contados con los dedos de una mano los ministros con gran perfil político o profesional. Aunque lo negó tres veces ante la prensa, César Villanueva juramentó como su primer jefe del gabinete con el único mérito de haber promovido la segunda vacancia del presidente Kuczynski. Un detenido y procesado por corrupción fue el primer abanderado del autodenominado. César Villanueva Arévalo negó tres veces en entrevistas periodísticas que sería el primer presidente del Consejo de Ministros de Martín Vizcarra como premio a ser promotor de la segunda moción de vacancia presentada contra el expresidente Pedro Pablo Kuczynski; sin embargo, terminó juramentando como tal, el 2 de abril del 2018. Su gestión terminó un año después, el 8 de marzo del 2019. Al poco tiempo fue detenido, acusado por el Equipo Especial Lava Jato del Ministerio Público de recibir sobornos de la empresa brasileña Odebrecht cuando fue gobernador de San Martín.

Gobierno de la anticorrupción. En la era Vizcarra, los ministros que defendían su autonomía rápidamente eran relevados. Sus hombres de máxima confianza, casi todos de Moquegua, fueron los ministros de los tres sectores especialmente controlados por Vizcarra: Transportes y Comunicaciones, Vivienda y Saneamiento, y Agricultura y Riego. Los que no lo eran, renunciaban a los pocos días. Ninguno de sus ministros, ni los cinco presidentes del Consejo de Ministros, fue realmente su asesor político o estratégico.

En buena parte de su mandato, Vizcarra escuchaba solo a dos personas. Uno era, como ha quedado claro para propios y extraños, el argentino Maxi Aguiar, quien hacía que mantuviera una gran popularidad y números envidiables en las encuestas de aprobación de gestión. El otro era un vidente. Hayimy no tenía como herramientas a la sociología, la psicología de masas o la comunicación política; lo suyo eran las ciencias ocultas. Era el guía que intentaba satisfacer una de las obsesiones de Vizcarra: la futurología o, en lenguaje común, adelantarse a la jugada.

Un argentino discreto

Mercedes Araoz presentó a Maximiliano Aguiar con Martín Vizcarra. Fue al empezar la campaña electoral del 2016, cuando el argentino venía a Lima como profesor de un diplomado en Imagen Política en ESAN. Cecilia Ames Tineo, amiga de Araoz y esposa del exministro de Educación Jaime Saavedra, conocía a Aguiar de la Universidad de Salamanca, en España, donde ambos estudiaron una Maestría en Asesoramiento de Imagen y Comunicación Política. Ella se lo recomendó a Meche, que además de ser la candidata a la segunda vicepresidencia de la fórmula presidencial de PPK, también postulaba al Congreso de la República por Lima. Araoz ha contado en su libro, donde recoge sus memorias políticas (2), que aceptó la asesoría de Aguiar porque sus consejos le parecían sensatos y sus pretensiones económicas concordaban con los pocos recursos que tenía para su campaña. Ante los sorpresivos cambios de estrategas extranjeros de PPK, en medio de la lid electoral, Aguiar asumió por breve tiempo la conducción, aupado por Araoz y Vizcarra, quien era el jefe de campaña en la segunda etapa de la elección. Después de esa experiencia, Vizcarra mantuvo contacto con el asesor argentino. Parece que le encandiló su perfil bajo, su asertividad para traducir lo que la gente quiere y su interpretación fina de lo que ocultan las encuestas. La comunicación constante por WhatsApp cambió cuando desde Canadá Vizcarra le pidió a Aguiar que viajara a Lima para llegar antes de que el avión de Air Canada que lo traía de regreso al Perú desde Toronto aterrizara en el aeropuerto Jorge Chávez, antes de que se convirtiera en el nuevo presidente constitucional del Perú tras la renuncia obligada de PPK. Fue cuando se extinguía su cumpleaños número 55, el jueves 22 de marzo del 2018. Vizcarra salió del aeropuerto saludando a un grupo de personas que habían ido a recibirlo con una torta de cumpleaños. Maxi, como le dicen los que trabajan con él, ya lo estaba esperando en su departamento en Lima, en compañía de Mirian Morales. Los tres revisaron el discurso inaugural de Martín Vizcarra, leído horas más tarde en el hemiciclo del Congreso donde los fujimoristas fueron los que más aplaudieron. Maximiliano Aguiar Masuelli es un experto interpretando lo que develan las encuestas, eso que en la jerga sociológica se podría llamar «análisis cualitativo de las expectativas populares». El libro se titula Meche. Fue escrito por la exvicepresidenta Mercedes Araoz Fernández y publicado en la colección Primera Persona, del sello editorial Crisol, en diciembre del 2020. Martín Vizcarra fue un gobernante ávido de hacer lo que fuera para complacer esas expectativas populares. No le interesaba implementar políticas públicas sostenidas: solo ganarse a la gente, a la gran masa. Y para eso estaba dispuesto a cumplir con lo que la calle pidiera. En términos de la ciencia política, podríamos decir que estaba lejos de ser un estadista; presentaba signos inequívocos de un político populista de tendencia ideológica indescifrable. Le interesaba mucho más la encuesta del mes que la historia.

Una vez instalado como asesor de Vizcarra, Aguiar cumplía básicamente dos funciones: reconocer al enemigo público de turno y diseñar la estrategia para que el presidente se enfrentara a él, momento en el cual el apoyo popular subía como la espuma. Asimismo, traducirle al presidente los resultados de las encuestas y focus groups que se hacían exclusivamente para el Gobierno. Vizcarra tomaba decisiones sobre la base de lo que pensaba, quería o anhelaba la mayoría de peruanos. Desde su pequeña oficina, en el segundo piso del ala oeste de Palacio, Aguiar necesitaba tener una herramienta básica para su trabajo. Solicitó que la Secretaría de Comunicación Social de la PCM contrate a una compañía encuestadora con experiencia, una de las tres más importantes del mercado, para que hiciera mediciones periódicas y sostenidas de la opinión de la gente en temas clásicos de interés público y otros de coyuntura inmediata. Las encuestas se hacían mensualmente, mientras que los focus group de modo quincenal, con públicos objetivos más segmentados y sobre temas puntuales. La idea era medir cualitativamente el pulso específico de los peruanos y las peruanas de Lima y del interior del país constantemente. Aguiar, que mantenía una compañía consultora en su país, había establecido una rutina mensual de trabajo como asesor de Vizcarra. Pasaba quince días en Lima y los otros quince en su natal San Juan, donde lo esperaban su esposa, que también se dedica a la consultoría en comunicación política, y sus dos menores hijos. Cuando no estaba en Lima, mantenía comunicación con el presidente con llamadas telefónicas o de WhatsApp. Vizcarra no solía utilizar herramientas de comunicación audiovisual como FaceTime u otras plataformas para reuniones virtuales como Zoom, después popularizadas en estos tiempos de pandemia.

Aunque el discurso de asunción del mando que Vizcarra leyó el 23 de marzo del 2018 contenía dos elementos para granjearse el apoyo de la mayoría fujimorista en el Congreso —acusó de corrupción, sin presentar prueba alguna, al Gobierno de PPK, del que él formó parte, y se negó a ratificar a algún ministro del gabinete Araoz—, muy pronto fue claro para Maxi que el sentir popular le daba una gran ventana de oportunidad para que Vizcarra se emancipara del yugo fujimorista al que se había sometido para llegar a la presidencia. Fue el escándalo de los Cuellos Blancos del Puerto o «Lava Juez», como lo bautizó el equipo periodístico que tuvo acceso a los audios que desnudaron el nivel de putrefacción del sistema de administración de justicia, el que le terminó de mostrar el camino a seguir. La evidencia oral de cómo actuaba la banda de crimen organizado en la que se había convertido un grupo de magistrados del más alto nivel, miembros del Consejo Nacional de la Magistratura y algunos políticos y personajes periféricos era abrumadora y debía capitalizarse. Sobre todo porque este escándalo alcanzaba también a la misma Keiko Fujimori por su conexión con el «hermanito» mayor, el juez supremo César Hinostroza Pariachi. Si había un momento para atacar era ese, porque la gente lo iba a apoyar. Solo tenía que asegurarse de negar sus encuentros y desaparecer los rastros de conversaciones telefónicas con el empresario automotriz Antonio Camayo, inmiscuido en esta trama.

Vizcarra dio el golpe en su discurso a la nación con motivo de las Fiestas Patrias del 2018. Aguiar le mostró claramente la ruta a seguir: enfrentarse a los fujimoristas, presentar un plan de reformas del sistema de administración de justicia y del sistema político-electoral, y reclamar para diciembre de ese año la realización de un referéndum sobre cuatro temas de arraigo popular —uno de ellos era eliminar para siempre la reelección de congresistas—. Este golpe de impacto acorraló al Congreso con apoyo de la gente, hasta su contundente triunfo en la consulta popular. Hay que reconocer que la mayoría fujimorista y sus socios en el parlamento le facilitaron la tarea con reacciones hepáticas, matonescas, sin un mínimo de estrategia política de cara a los peruanos.

Hasta que llegó la pandemia, Maxi fue el asesor político y estratégico de Vizcarra que condujo todas sus batallas, aquellas que lo llevaron a consolidarse como el ganador absoluto en un país crispado y polarizado. Pero su relación con el argentino no estaba exenta de celos. Vizcarra renegaba cada vez que la prensa atribuía solamente al argentino las jugadas de su estrategia de choque. A su círculo moqueguano solía decirles: «Pero si esto se me ocurrió a mí, Maxi nada tiene que ver». Sobre la base de la traición, Vizcarra logró ser un sobreviviente de la crisis inacabable, iniciada en el 2016, cuando Keiko Fujimori decidió no aceptar su derrota y enfrentar abierta y duramente al Gobierno de PPK.

Hay batallas en esta guerra de baja intensidad que son titánicas para Maxi, como cuando le aconsejó abandonar la ceremonia de toma de mando en Brasil y retornar de inmediato a Lima, para defender al Equipo Especial Lava Jato del Ministerio Público, defenestrado por el cuestionado fiscal Chávarry el último día del 2018. Otro golpe efectista fue su propuesta de solucionar la crisis política adelantando las elecciones a diciembre del 2019. Fue un gesto contundente de supuesto desprendimiento del poder por parte de Vizcarra. Irse antes para lograr un fin superior: acabar con la crisis política que hacía ingobernable el país… Pura estrategia. Eso de que el pueblo decida con su voto a quién le da la confianza para tomar las riendas de la administración del Estado no pasó nunca de ser solo un discurso. Apagaba las críticas incandescentes que lo acusaban de planear su entornillamiento en la silla presidencial, e incluso lo tildaban de autoritario, pero nunca dio señales de estar realmente convencido de que esa era la solución. Podría ser que sus fantasmas, los de su gestión como presidente regional de Moquegua, desataban sus inseguridades. Sabía que en cualquier momento podrían delatarlo, mostrar el cúmulo de pruebas que tenían sus corruptores del pasado, sus socios y cómplices de ayer y hoy. Eso lo aterraba. Prefería irse con una popularidad rebosante, con un capital político intacto, como para regresar en el 2026, antes que en medio de acusaciones graves de corrupción. Lo que más le quitaba el sueño era arruinar su prestigio. La obsecuente mayoría fujimorista del Congreso le ayudó en esa tarea. También, la presidencia.

Otra batalla ganada por la dupla Martín-Maxi fue la sociedad con Daniel Salaverry, quien fue elegido presidente del Congreso con los votos fujimoristas y apristas en julio del 2018, como premio por haber capitaneado con éxito el «Operativo Mamani», la grabación subrepticia de conversaciones entre Kenji Fujimori y otros congresistas apodados los «Avengers», asunto que aceleró la caída de PPK. Una vez convertido en presidente de un poder del Estado, Salaverry pensó que era el momento de abandonar el barco naranja, encallado en el desprestigio político y embarrado con acusaciones de corrupción de su lideresa y de varios de sus más conspicuos integrantes.

Salaverry decidió traicionar a Keiko, como antes lo había hecho Vizcarra con PPK. De este modo, sellaron una alianza que ha perdurado en el tiempo, tanto que ahora son la dupla de la camisa blanca en las elecciones del 2021. Esa alianza posibilitó el desgaste imparable de Fuerza Popular, erosionado por dentro, y, finalmente, la disolución fáctica del Congreso cuando los fujimoristas habían retomado el control de la mesa directiva con su aliado Pedro Olaechea, exministro y congresista de PPK. Ese fue el acto estelar de la estrategia de Maxi: hacer lo que tanto clamaba la gente en las calles, lo que exigían a gritos los peruanos: cerrar de una vez ese circo romano en el que había terminado convirtiéndose, para muchos, el hemiciclo del parlamento. Lo decían las encuestas y focus group que leía diligentemente Aguiar. Vizcarra disolvió el Congreso la tarde del lunes 30 de setiembre del 2019, con el aplauso del 84% de los peruanos que asociaban a la tremendamente desprestigiada clase política solo con los inquilinos de ese viejo edificio de la plaza Bolívar. Por lo menos eso decían las encuestas.

Hubo, también, consejos de Aguiar que no atendió el expresidente Vizcarra. El más importante en la era prepandemia fue crear su propio partido político, sus bases reales de apoyo aprovechando el gran caudal de popularidad que lo acompañó en buena parte de su gestión. Lo conversaron varias veces con el primer círculo de mujeres y hombres de confianza desde que decidió romper con el fujimorismo. La primera oportunidad para hacerlo fue apenas pidió el referéndum, en el segundo semestre del 2018. Había dos opciones: pactar con algún partido ya inscrito, hacerse de esa nomenclatura y cambiarle de rostro para que sea el partido vizcarrista; una tarea más fácil, teniendo en cuenta lo oneroso que era recaudar 240.000 firmas válidas de adherentes para inscribir un partido político. Al asesor Oscar Vásquez se le encargó explorar los partidos disponibles en el mercado que estuvieran interesados en entregar su organización a la nueva ola vizcarrista de la política peruana. Las negociaciones más avanzadas fueron con los partidos Avanza País-Partido de Integración Social, representado por su secretario general Edwin Ibáñez, y el partido Perú Nación, de Francisco Diez Canseco Távara. No se llegaron a concretar acuerdos finales con ninguno de los dos. El trencito, símbolo de Avanza País, ahora es del economista Hernando de Soto, que después de estar cerca de monarcas y presidentes como asesor transnacional, ahora se postula para ser uno de ellos. Diez Canseco Távara también decidió postularse por primera vez a la presidencia en el 2021, después de cuatro décadas de actividad política ininterrumpida, aunque no visible para la gran mayoría de peruanos.

La segunda opción, la de buscar firmas para hacer su partido propio, también se echó a andar. El encargado fue Walter Chirinos Purizaga, un hombre de confianza de Vizcarra, excandidato al Congreso por el partido PPK en el 2016, que había sido designado jefe de la Dirección General de Gobierno Interior (Onagi) del Ministerio del Interior. Era el jefe de prefectos y subprefectos del país. En esa calidad, se comprometió a pedir el apoyo de todos ellos para recolectar el medio millón de firmas válidas que se necesitaban para inscribir un partido propio para el presidente Vizcarra. Chirinos fue relevado del cargo el último día de diciembre del 2018, con él se fue el proyecto de inscribir el partido propio.

El operador político en este cometido, el de inscribir o coaptar un partido político para el vizcarrismo, fue el premier César Villanueva. Él también fue relevado del cargo en marzo del 2019. Fuera de la PCM abandonó esa responsabilidad, y poco tiempo después también perdió su libertad al ser alcanzado por el escándalo de corrupción Odebrecht.

Aunque Aguiar consideraba que el Gobierno permanecía frágil sin una estructura de apoyo partidaria orgánica a nivel nacional, Vizcarra sobrestimaba su popularidad personal. Creía que le bastaba y sobraba para terminar su mandato hasta julio del 2021. Cuando cerró el Congreso de la República, en setiembre del 2019, los analistas y voces amigas del régimen pensaban que era el momento de que Vizcarra presentara su lista propia. Tampoco lo hizo, simplemente porque estaba convencido de que no lo necesitaba. Según su lectura, el próximo Congreso, aunque atomizado, no iba a tener capacidad de opacar su liderazgo avasallador en la escena política nacional. Sentía que exponía demasiado capital político para un Congreso efímero, que solo iba completar un mandato interrumpido por el clamor popular, hecho realidad por él. Se volvió a equivocar.

*

Cuando la pandemia estalló, sorprendió a un cada vez menos escuchado Maxi Aguiar en Lima. Él pudo regresar a su país a tiempo, justo antes del inicio de la emergencia sanitaria, pero desde ese momento sus contactos virtuales con el presidente se hicieron cada vez más espaciados. Los consejos o papers que mandaba directamente al presidente no eran tomados en cuenta. Aunque al principio lograba comunicarse por WhatsApp y hablar casi a diario con el presidente, sentía que cada vez sus silencios eran más explícitos en las conversaciones, señal inequívoca de que Vizcarra pensaba diferente a su asesor de cabecera, o de que estaba escuchando a otros más que a él. La discrepancia principal de Aguiar sobre la estrategia comunicacional en pandemia era que el presidente no podía ser el único, el omnipresente vocero del Estado. Maxi explicaba que lo que había funcionado en las primeras semanas del confinamiento obligatorio no podía continuar indefinidamente. Era mejor tener un vocero con autoridad en el tema, epidemiólogo, buen comunicador, que respondiera la batería de preguntas de los peruanos intimidados por el nuevo virus, preocupados por una economía inducida al coma profundo, para evitar la propagación de la COVID-19. Según Aguiar, la figura presidencial se tenía que guardar para hacer los grandes anuncios, no para responder la artillería rutinaria. Creía que la oportunidad era en abril, cuando se anunció la primera prórroga de la larga cuarentena que pasamos. Pero Vizcarra había sido infectado por el virus del figuretismo, creía que era el padre esforzado y preocupado que todos los días nos aconsejaba y cuidaba al mediodía. Las dos mujeres que lo rodeaban en su primer círculo, después de la salida de Iván Manchego y la lejanía de Max Aguiar, lo aplaudían y lo felicitaban diariamente. Llegaron a decirle que era como el «hermano Pablo» que todos los días nos daba su mensaje a la conciencia. Así se sucedían diariamente las ruedas de prensa sin prensa, ni preguntas de los periodistas en tiempo real, ni posibilidad de repreguntas. Hubo anuncios erráticos de antología, a veces porque llegaba el mediodía y Vizcarra no tenía la información completa o porque no lo habían preparado para preguntas o situaciones difíciles. Había un filtro para las preguntas que se «sorteaban» de los periodistas acreditados, pero algunos temas eran imposibles de evitar. En la quincena de mayo aseveró que habíamos llegado a la cima de contagios, que comenzaba el descenso, lento, pero que la ansiada meseta estaba a la vista. Nunca hubo meseta: lo que vino en adelante fue un incremento exponencial de los contagios. Los fallecidos se multiplicaron en todo el país. También aseveró varias veces que las vacunas llegarían en el último trimestre del 2020, y que todos los miembros de mesa iban a ser vacunados antes de las elecciones, entre otras afirmaciones más. Cuando le preguntaron por el escándalo de Richard Swing, dijo que posiblemente había logrado un empleo en el Estado porque participó en campaña del partido PPK en el 2016.

Maxi entendió que había dejado de ser escuchado: la estrategia estaba ahora en manos de Mónica Moreno. Así se lo hizo saber al presidente. Vizcarra lo escuchó y aceptó a medias su renuncia: le pidió que no se fuera, que apoyara al premier Vicente Zeballos y a la joven ministra de Economía que empezaba a agarrar protagonismo en el manejo de la pandemia. Aguiar continuó cobrando, trabajando a distancia solo con Toni Alva, porque Zeballos ni lo escuchó. Harto de la situación, tomó la decisión de filtrar su renuncia al diario El Comercio para desvincularse de manera amistosa pero definitiva. No quería exponerse a que le indilgaran una estrategia que no era suya o, lo que es lo mismo, a que lo despidieran antes de que él decidiera irse. Su alejamiento oficial se conoció en agosto del 2020, unos días después de que el Congreso le negara el voto de confianza al nonato gabinete Cateriano, que languideció a los veinte días de haber juramentado.

NOTAS

César Villanueva Arévalo negó tres veces en entrevistas periodísticas que sería el primer presidente del Consejo de Ministros de Martín Vizcarra como premio a ser promotor de la segunda moción de vacancia presentada contra el expresidente Pedro Pablo Kuczynski; sin embargo, terminó juramentando como tal, el 2 de abril del 2018. Su gestión terminó un año después, el 8 de marzo del 2019. Al poco tiempo fue detenido, acusado por el Equipo Especial Lava Jato del Ministerio Público de recibir sobornos de la empresa brasilera Odebrecht cuando fue gobernador de San Martín.

El libro se titula Meche. Fue escrito por la exvicepresidenta Mercedes Aráoz Fernández y publicado en la colección Primera Persona, del sello editorial Crisol, en diciembre del 2020.

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