Al hablar de pobreza, hay un factor clave que nuestras autoridades no están considerando en su total dimensión: la educación superior es una vía para garantizar que una familia pueda abandonar sostenidamente ese círculo. Abre la posibilidad de romper el ciclo histórico de desigualdad.,Escribe: Joseph Dager Alva (*) Director de la Escuela de Posgrado de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya El INEI nos acaba de dar una pésima noticia: la pobreza ha aumentado en nuestro país. Como bien ha dicho el presidente Vizcarra, esto es inaceptable. Aunque los porcentajes parezcan pequeños, el tema es grave y hay que tomar medidas urgentes. Preocupa mucho que se revierta la tendencia al decrecimiento de la pobreza, que venía desde años. ¿Qué hacer? Tomar real conciencia de la dimensión del problema. El concepto que utiliza el INEI es el de “pobreza monetaria”, que siempre da una cantidad menor de pobres pues se fija en el consumo. Aun así, los pobres han aumentado. Si utilizáramos conceptos más integrales de medición, como el de pobreza multidimensional, que hace referencia al acceso a servicios, el número sería mayor. Por otra parte, las cifras indican que la pobreza extrema, al menos no ha aumentado. Ello es efecto de los programas sociales de atención directa, demostración que el gasto público puede ser inversión social. Así deberíamos entenderlo. El gasto en población vulnerable no es gasto, no podemos pensar que afecta el “equilibrio fiscal”: que el MEF no vea esa partida. Y al hablar de pobreza, hay un factor clave que nuestras autoridades no están considerando en su total dimensión: la educación superior es una vía para garantizar que una familia pueda abandonar sostenidamente ese círculo. Abre la posibilidad de romper el ciclo histórico de desigualdad. La decisión de meses atrás, de los gabinetes Zavala y Aráoz, de someter a una reducción tan drástica un programa como Beca 18 ahora se muestra, más que nunca, absolutamente equivocada. Ante una amenaza de recrudecimiento de la pobreza, el Estado peruano debe aumentar, considerablemente, los recursos que dedica a las universidades públicas para que estas brinden una educación de calidad y sean una alternativa óptima para jóvenes de pobreza y pobreza extrema. Además, estos jóvenes deben también seguir teniendo la posibilidad de acceder a universidades privadas. Esto último no debería entenderse como que se está financiando a los “privados” en desmedro de lo “público”. Para evitar este malentendido, el Estado podría seleccionar universidades privadas sin fines de lucro como las destinatarias de esos becarios. Estas becas deben ser comprendidas como una de las estrategias estatales para subsidiar al sector educativo, obligación que hoy nadie pone en duda; así se financia la demanda. Los becarios de hoy y profesionales de mañana, tendrán mayor seguridad de que no les ocurra lo que les ha sucedido a estos actuales 300 mil peruanos: no volverán al círculo de la pobreza. Será un triunfo económico y de un indicador cuantitativo. Pero será mucho más que eso, porque en las relaciones que esos becarios mantienen con sus compañeros universitarios de distintos orígenes sociales; va tejiéndose, de a pocos, lo que dentro de algunos años puede llegar a ser el inicio de un Perú al fin más integrado.