Visto desde una perspectiva de país católico el Papa es una figura mundial. Lidera una de las grandes religiones, dominante en los países latinos, con peso político decisivo en no pocos de ellos. Como hace notar la cita atribuida a José Stalin, el Papa no tiene ejército, aunque la iglesia que comanda cubre el mundo. Pero los grandes poderes nacionales de estos tiempos no lo ven exactamente así. El poder papal es reconocido, como un poder suave, más una influencia o un prestigio que un poder propiamente dicho. Ideal para las buenas causas, incluidas las reconciliaciones, pero secundario (no quiere decir inútil) cuando choca la fuerza bruta. Es de notar que la política internacional del Papa frente al poder laico se suele hacer desde el Vaticano mismo. Sus giras, como esta última de Francisco, suelen abocarse a temas específicos de los países que visita. Específicos, pero a la vez cuidadosamente distanciados de la política interna menuda y divisiva. Las palabras de Francisco en Madre de Dios, por ejemplo, se aplican a los males concretos de la región, pero no puntualizan. Podrían aplicarse a toda la Amazonía, y probablemente esa es una de las intenciones. Falta saber si su buena intención se traducirá en algo positivo después de su partida. El nexo religioso hace que las llegadas papales sean un asunto casi íntimo con la población, lo cual pone de lado el aspecto de visita de un jefe de Estado. El Vaticano maneja con gran habilidad la articulación de estos dos aspectos de la figura papal. Incluso en el caso de papas mucho menos simpáticos que Francisco. Aún así, no todas las giras papales son plácidas. Países con fuertes sectores anti-papa han montado fuertes protestas, entre las que todavía se recuerda las de Holanda en los años 80. Lo de Chile en esta semana estuvo al borde de ser una protesta significativa, impulsada por faltas percibidas del Vaticano. Importantes como son para reforzar y adornar la fe de un país católico, las giras papales no son varitas mágicas. El embate de las religiones protestantes o las llamadas de superación personal siguen minando la base demográfica del catolicismo en el Perú. Se necesitaría más que la simpatía natural de Francisco para revertir la tendencia.