Estimado Mirko: Por razones que conocemos, la reconciliación está en la agenda política hoy. Incluso algunos tratan de dar proyección histórica a esa agenda, ubicándola en el marco del bicentenario de la Independencia. Así, deberíamos llegar al bicentenario reconciliados, perdonados los “excesos” cometidos en las décadas del terrorismo, reconstruida la credibilidad en las instituciones de la convivencia democrática y compartida una misma narrativa sobre esa aciaga época histórica. Esta manera, superficial, permisiva y hasta interesadamente individualizada, de enfocar el asunto de la reconciliación empobrece mucho el significado de este concepto y el uso que de él hizo la CVR. El tema de la reconciliación remite al encuentro, no exento de conflicto, entre la sociedad y el Estado con la mediación de un discurso proveedor de sentido a las acciones sociales y políticas. Sabemos bien que ese encuentro no se ha dado nunca en la historia del Perú independiente. No en vano lo mejor de nuestra historiografía ha puesto el acento en el abismo entre el “Perú real” y el “Perú oficial”. El informe de la CVR subrayó que las raíces de la violencia de los años del terror había que buscarlas en una historia plagada de contradicciones, injusticias y desencuentros. Su convocatoria a la reconciliación estaba referida a los execrables hechos de las décadas de 1980 y 1990, pero enmarcados estos en una perspectiva que se proponía afrontar con cordura pero sin temores los problemas estructurales que afectan de antiguo a la sociedad peruana. Olvidando aquella interpretación, no son pocos los que, ahora situados en posiciones religiosas o políticas interesadas y cortoplacistas, entienden la reconciliación como el fruto natural de un proceso muy simple: reconocimiento de las faltas, arrepentimiento y perdón. El perdón borra incluso la huella de la falta y habilita para la comunión, el reencuentro, la reconciliación. Lo curioso, sin embargo, es que quienes desde el Estado, las fuerzas armadas o las organizaciones terroristas cometieron los crímenes y destrozaron las instituciones no han dicho una palabra ni de reconocimiento ni de arrepentimiento. En cualquier caso, situada en esta perspectiva, incluso aunque se diera un arrepentimiento sincero de unos y otros, la reconciliación que el gobierno y la oposición nos proponen es tan burdamente interesada y cortoplacista que hace de este concepto un uso grotesco y cómico que no puede ser fruto sino de la ignorancia o de la voluntad de engañar. Saludos José Ignacio López Soria