Ojalá que superada la deleznable campaña contra los dos últimos ministros de educación pueda, ahora sí, recuperarse un debate público sobre la naturaleza, política y alcances de la educación peruana, y retomarse una polémica sustantiva que tiene larga data. En materia de educación hay, entre varios otros, dos dilemas centrales y complementarios que no pueden dejarse de lado: uno atañe a la función social de la escuela y el otro a su lógica financiera. La escuela puede entenderse, y se entiende en la mayor parte del mundo, como un mecanismo de movilización y democratización de la sociedad. El caso paradigmático es el de la República de Corea, donde un esfuerzo intenso y sostenido en el largo plazo ha llevado al país a promedios de ingreso per cápita y medianas de ingreso insospechables décadas atrás. Esta concepción, por supuesto, supera la idea según la cual la educación es ante todo un buen negocio, limitado a los alumnos cuyas familias pueden financiar sus elevados costos. Un detalle muy importante para entender la educación coreana consiste precisamente en la escasa diferencia de calidad existente entre la escuela privada y la pública. El estado coreano es un Estado volcado a la educación. Emulados por su ejemplo nos propusimos, en el Acuerdo Nacional, llevar la inversión peruana en educación a un modestísimo 6 % del Producto Bruto Nacional. El segundo, y complementario, dilema, corresponde a la alternativa entre entender la educación como un mecanismo de acceso y movilización sociales o, por el contrario, como una manera de incrementar y / o perpetuar las diferencias. Parafraseando a Pierre Bourdieu, la educación sirve, desde esta última y tradicional perspectiva para asegurar el capital cultural, la legitimidad y la distinción de los que están arriba frente a los que están abajo. Cuando alguien pregunta “¿En qué colegio estudiaste?” está preguntando por el origen social de la familia, sus habilidades culturales, sus antecedentes económicos y, en el Perú, hasta raciales. Hay un dato muy interesante para la actual discusión peruana sobre la evaluación magisterial. Se trata de una referencia que utiliza Andrés Oppenheimer (cuya perspectiva general es por supuesto, más que controversial) en un artículo reciente en el que se refiere a las calificaciones de los profesores coreanos. “Solo aquellos que están en el 5 por ciento de los graduados universitarios con los mejores promedios pueden aspirar a ser maestros en Corea del Sur. En América Latina, los sindicatos consideran a los maestros “trabajadores de la educación”, en lugar de profesionales”. Nuestro desafío consiste en considerar a los maestros como trabajadores, por supuesto, pero también (como ocurría tiempo atrás, cuando ser llamado profesor era un símbolo de status) como élite de los trabajadores más destacados. Devolver a los maestros esta dignidad implica, por supuesto y entre otras cosas, mejorar de manera progresiva y constante sus niveles salariales.