
Escribe: Eduardo González Viaña
Después de fallecido, ¿en qué personaje suyo le gustaría volver a la vida?
Esta es una pregunta que me ha servido para muchas entrevistas a escritores, pero creo que, por buenas razones, voy a tener que dejar de usarla. Se la hice a Jorge Luis Borges y me contestó:
-Si ese trueque fuera obligatorio, preferiría volverme a morir.
Por su parte, Gabriel García Márquez solía responder a preguntas como esa:
-¡Uy!, eso significaría volver a leer mis libros. Nunca releo mis libros porque me da miedo.
Ciro Alegría me respondió, con una sonrisa de niño adolescente, que él siempre quiso ser el “Fiero Vásquez”, un bandido que lucha por los comuneros contra los hacendados. ¿Se acuerdan ustedes de él? Es un hombre moreno de nariz roma y quijadas fuertes, y lo llamaban “el Fiero” porque su cara estaba marcada por la viruela. Se convirtió en bandolero para vengar los abusos que había sufrido su familia y, de ahí en adelante, lo hizo porque le encantaba esa profesión.
Conocí a Juan Rulfo en Frankfurt, en una feria del libro en septiembre de 1976, pero después de saludarlo y conversar un poco, tuve temor de formularle esa pregunta porque recordé una frase de sus libros: “Lo que pasa con estos muertos viejos es que en cuando les llega la humedad comienzan a removerse. Y despiertan”. Temí que, en vez de responder, se disfrazara de fantasma.
En esa misma feria, me encontré con Julio Ramón Ribeyro. Éramos los únicos peruanos entre unos treinta escritores latinoamericanos. Los organizadores nos habían encerrado en un hotel a veinte kilómetros de la ciudad, tal vez por temor de que nos quedáramos en las bellas y antiguas calles de Frankfurt, atraídos por sus ilusiones.
Julio Ramón Ribeyro. Archivo LR.
Entre los participantes del evento se encontraban Eduardo Galeano y Germán Arciniegas. Era visible la antipatía entre el escritor uruguayo y el colombiano. Si mi tocayo hubiera permanecido en Uruguay, la dictadura lo habría convertido en un “desaparecido”. Arciniegas era ahora un embajador de su país, pero tiempo atrás la dictadura de Rojas Pinilla lo había tildado de comunista y había mandado quemar sus libros. Creo que la diferencia generacional era el problema.
Conversando con Julio Ramón, le hablé de la pregunta famosa y él me replicó:
-Pero, ¡qué ocurrencia esa de preguntarles en qué personaje se transformarían! Nosotros podemos convertir a los escritores en nuestros personajes.
Nos habíamos tomado unos vinos. Entonces, a él se le ocurrió la idea.
-Vamos gastarles una broma a los autores -me dijo.
Comenzamos a redactar cartas supuestamente escritas por algunos de los participantes a la cita. Personas que tal vez ni siquiera se habían dicho “buenos días” se invitaban a almorzar al día siguiente en el restaurante del hotel.
“Galeano: lo invito a almorzar conmigo. Necesito hablar con usted”, rezaba la inventada carta de Arciniegas.
“Doctor: ojalá pudiera venir a mi mesa. Lo invito”, era la misiva supuesta de Galeano.
Dejamos las cartas en la administración. Al día siguiente, nos sentamos en el centro del restaurante y escuchamos conversaciones como esta:
-Oiga, Galeano, no vamos a continuar hablando sobre el clima. ¿Para qué me ha invitado?
-Yo no lo he invitado. Usted lo ha hecho.
Así sucedió en otras mesas donde, supuestamente, se habían citado a cenar escritores de las tendencias más opuestas o de evidentes antipatías personales.
En las iniciales intervenciones del encuentro habían sido visibles esos choques y eso nos preocupó un poco, pero luego, evidenciada la broma, la carcajada fue casi general y muchos se hicieron grandes amigos.
Lamentablemente, Galeano, a quien yo suponía con un mayor sentido del humor, se quejó de que todos habíamos sido víctimas de un acto de “terror literario”.
En una conversación posterior entre los tres, previa una arrepentida confesión de nuestra parte, el magnífico escritor uruguayo accedió a responder a mi famosa pregunta, y lo hizo parafraseando un texto de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll:
“Sé quién era esta mañana cuando me levanté, pero creo que he debido cambiar varias veces desde entonces”.
Ahora que pienso en Ribeyro, supongo que el maravilloso cuentista debe estar ayudando a Dios a jugarnos algunas otras bromas.

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