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Opinión

El país anti electoral en campaña, por Juan De la Puente

 Los fujimorismos en la versión 2.0 -sin modelo- tienen posibilidades de ser reelegidos en cómodas cuotas para formar un nuevo pacto gobernante.

juan de la puente
Juan de la Puente 30-11

El proceso electoral empieza a poblarse de lo conocido: profusión de encuestas, predicciones audaces y promesas de libreto. En ese punto no hay nada nuevo. Las encuestas decisivas serán las de poco antes de las elecciones (y quizás ni entonces), las predicciones agresivas entrarán a la lotería, y las promesas disruptivas se parecen tanto que los candidatos deberán realizar contorsiones para diferenciarse.

La novedad se encuentra en otros fenómenos, por lo menos en dos que hacen de este proceso muy distinto a los que hubo desde 2001: el carácter no democrático de las elecciones de 2026, y el surgimiento de un país anti electoral que también está en campaña.

Sobre lo primero, que estas elecciones no son democráticas, es un asunto que la mayoría de partidos y medios y una parte de la academia evaden. El déjà vu se esclarece. Las elecciones se parecen bastante a las del 2000, con diferencias notables: 1) el sistema electoral se esfuerza por mantener su independencia y capacidad de movimiento, acosada por presiones y omisiones (financiamiento, decisiones judiciales que ordenan trastocar el calendario electoral e intervenciones vedadas como el intento de supervisión del Ejecutivo al padrón electoral); 2) el segmento de medios de comunicación no tomados por el poder de turno es más amplio que hace 25 años; y 3) si en el 2000 se disputaba la reelección de un modelo y de una persona, el neoliberalismo y A. Fujimori, ahora se disputa la reelección de un régimen sin liderazgo y sin modelo.

La última de estas diferencias merece detalles. En las elecciones de 2026 está en cuestión la reelección de un régimen que carece de modelo, cuya tesitura es un amasijo mercantilista y la evocación vacía neoliberal (leer el réquiem del modelo en los comunicados del Consejo Fiscal del 30.5.2025 y 21.10.2025), paraguas bajo el cual operan intereses legales e ilegales, inclusivos y populistas y racionales e irracionales. El neoliberalismo peruano es un pollo sin cabeza.

Sería injusto no mencionar que el arco fujimorista de 2000 se ha ampliado, de modo que entre 6 y 8 candidaturas importantes pertenecen a ese sector. A. Fujimori ha extendido su presencia simbólica a través del pacto que gobierna desde el Congreso. Los fujimorismos en la versión 2.0 -sin modelo- tienen posibilidades de ser reelegidos en cómodas cuotas para formar un nuevo pacto gobernante. La prueba ácida de la victoria simbólica de A. Fujimori es que una buena parte de partidos, políticos, abogados y economistas que hace 25 años se expresaron con beligerancia contra la re reelección y pugnaron por la democracia, están ahora del lado del pacto, aplauden y ejecutan la captura del Estado, y defienden y teorizan sus leyes y reformas constitucionales. No hay en la historia peruana un episodio transgénero tan flagrante.

Sobre lo segundo, el régimen gobernante ha producido algo muy singular, dos procesos paralelos, con caminos propios que no se miran, dos ciclos adversarios: el ciclo electoral que va por un lado y busca el poder, y el ciclo anti electoral que va por otro lado, contra el poder. Esos mundos que no se miran son una reelaboración expresiva de las brechas.

A diferencia del pasado, cuando hubo grupos que no creían en las elecciones, ahora es la sociedad, en un alto porcentaje, la que no cree en las elecciones. No necesitan para ello desertar del campo democrático, sino de sus resultados. Hay un Perú electoral y otro anti electoral. La hostilidad a los partidos y candidatos -cuyo hito fue la agresión a P. Butters en Juliaca en octubre- es frecuente y adquiere diversas formas. En la más reciente, la presentación en el Cusco de la fórmula presidencial de Podemos fue accidentada.

Los partidos realizan sus campañas con temor a la sociedad. Se prefiere los actos puertas adentro (como la presentación de las fórmulas presidenciales de Fuerza Popular en Trujillo y de Renovación Popular y Unidad Nacional en Lima). La política deja las calles y no solo porque se prefiera las redes sociales. Una suerte de electoralismo vergonzante no quiere desafiar al otro plano en el que se mueve la sociedad, que es la protesta contrapolítica, la desconfianza y la crítica al poder.

En una dimensión mayor a la experimentada en 2021, el bolsón de electores resistentes al proceso electoral es más consistente. En la mayoría de encuestas, solo uno de cada cuatro ciudadanos menciona una candidatura preferida y ninguna de estas supera el 10%.

¿Hasta cuándo o de qué modo persistirá el país anti electoral? La idea de que la oferta (los partidos y candidatos) sin cambiar seduzcan a los votantes es equívoca quizás porque el problema no está en la oferta, sino en la demanda. Por lo pronto, no existe un concepto actualizado del votante promedio luego de una década de crisis de representación. Mientras se piense que ese votante creerá en un candidato(a) que promueve el crecimiento económico y actúe como gerente (Arellano dixit), la seducción naufragará.

Insistiendo en revisar la demanda para corregir la oferta, dudo que en las elecciones se registre un voto masivo a favor de mantener la estabilidad o de recuperarla. Sería lo ideal, pero esos valores han dejado de existir en los últimos 10 años, de modo que los discursos pro estabilidad pretenden conservar poco o nada. En añadido, el mercado peruano ha sumado una fortaleza más, navega muy bien en la incertidumbre.

El votante promedio en el Perú es por ahora el que se resiste votar. En lugar del perfil del elector habría que detectar el perfil anti elector, es decir, indagar por qué los políticos y su oferta son rechazados pasiva y activamente. En ese punto se precisa de nuevas preguntas que superen la razón metodológica y se adentren en la razón de la integridad. En tal dirección, la reciente encuesta de Datum (El Comercio 23.11.2025) reporta varias claves: un tercio rechaza con rabia y enorme distancia a las personas con ideas diferentes, es decir, con ira, desprecio y temor, en tanto que el 58% cree que la política peruana es altamente centralista. Del mismo modo, una reciente encuesta de IEP (La República 28.10.2025) reporta que los sentimientos predominantes frente a la situación política actual son principalmente negativos: tristeza, pesimismo, cólera, decepción, frustración, desesperanza y desagrado. Cómo que las piedras no hablan.

Los dos países deben encontrarse. Eso no será posible si se persiste en proponer como ejes divisorios derecha vs izquierda o sistema vs antisistema. Estas variables existen, pero han cambiado de lugar y están aisladas arriba y sin conexión abajo.

El país anti electoral está en campaña y la cuestión no es seducirlo, sino reunirse con él. No se trata de mentirle al elector, sino de abrazar sus expectativas. Hasta ahora, ningún partido del pacto, por ejemplo, ha pedido disculpas por los 50 muertos en las protestas 2022/2023, por la retórica limeña excluyente (“quieren tomar Lima”) o el desprecio por la disidencia (“Puno no es el Perú”). Ninguno tiene la fuerza moral para proponer una comisión investigadora imparcial de la cruenta represión de 2022/2023.

Dentro de las múltiples crisis peruanas, hay una crisis crucial, que es la crisis de la palabra. Esta ya no comunica y es reemplazada por el vacío de los significados en el sentido que no es pronunciada bajo el canon renovador de la política democrática, como un hecho de ida y vuelta. La agregación de promesas parecidas, el insulto y la desinformación tienen la misma intensidad que la represión de la palabra, es decir, la exclusión del que reclama, el acoso a las mujeres de la esfera pública y la descalificación de las expectativas de reparación histórica. De continuar este formato de campaña -mucho bailecito sin deliberación- no habrá encuentro entre país electoral y el país anti electoral, entre oferta y demanda. De la democracia sin partidos pasamos de un salto a la política sin política y a las elecciones sin elección.

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