
Conocí al diablo en México y me lo presentó Raúl García Zárate. Con él cambió toda la historia de la guitarra. Los españoles la habían traído al Perú para que ella domesticara a la gente de aquí, pero terminó transformada, mestiza y fervientemente andina.
Raúl García y yo estábamos en México por invitación de Chabuca Granda quien había convocado a unos cincuenta artistas para realizar una embajada cultural en ese país. La autora de “La flor de la canela” esperaba retribuir, de esta manera, la ayuda que el país hermano nos había dado durante el terremoto de 1970.
Permanecimos, más o menos, un mes y medio. Raúl le puso música a un cuento mío llamado “Toro”, en el que un hombre escapa de su persecución y se convierte en un danzante que ejecuta los ritmos peruanos de los lugares por donde pasa. El cuento se interpretaba gracias a los pasos y a las zapatillas de la compañía de danza de Rosa Elvira Figueroa. Para mí, aquella fue una oportunidad para conocer a García Zárate y entrevistar permanentemente a su guitarra.
-Es un instrumento traído por los conquistadores -le dije-. No veo qué tiene de diferente, a menos que tú puedas explicármelo.
En efecto -pensé-, pues en cuanto se refiere a su forma, la guitarra peruana no ha variado como sí lo ha hecho, a lo largo del continente, el tres cubano, el cuatro venezolano, el tiple colombiano, el guitarrón chileno y el charango para citar solamente algunos.
De todas maneras, yo quería una respuesta del gran artista porque la guitarra que llegó en manos del conquistador español acompañó las profundas transformaciones del mundo andino y tuvo que conocer iguales mutaciones. Recordaba yo, además, lo que decía Igor Stravinski para quien “una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado muerto. Es una fuerza que anima e informa el presente”.
Por toda respuesta, Raúl afinó la guitarra y comenzó a tocar. No estaba cantando ni lo hizo en ningún momento. Dejó la tarea varias veces y otras tantas la retomó.
Raúl García Zárate. Foto: Difusión.
-Lo que tú escuchas es el diablo. El temple diablo. Nunca saldrá como voz de una guitarra doncella. Es la canción que, a lo largo de los siglos, nosotros los mestizos hemos conseguido sacarle.
Y añadió:
-Como sabrás, los instrumentos musicales indígenas fueron prohibidos. No tan solo los prohibió la autoridad colonial, también lo hizo Dios, o por lo menos eso dijeron quienes hablaban en nombre de él. Los extirpadores de idolatrías señalaron que los instrumentos de viento, en especial aquellos que se tocan sobre un cántaro, eran tan solo llamados al demonio. Por eso, los músicos andinos fueron perseguidos y se intentó que los aplastara el instrumento traído desde Europa.
Sin embargo, el espíritu andino supervivió e impuso afinaciones diferentes con las cuales la guitarra intentaría conseguir lo que la voz de los instrumentos de viento. Por eso, la primera de esas afinaciones se llama “temple diablo” y parece ser, en efecto, una rebelión de los dioses andinos.
Como lo prescribía el viejo Simón Rodríguez -maestro de Simón Bolívar-, nuestra América no ha de imitar servilmente, sino ser original y así, por eso, la guitarra engaña al que la escucha, parece ser la misma, pero ya es otra.
En la embajada cultural congregada por Chabuca, se encontraban, también, el grupo Perú Negro y algunos cantantes individuales como Cecilia Barraza. Nuestras funciones competían con las del Ballet Negro de Senegal, que, por cierto, atraían a más gente, tal vez por las mismas razones de transculturación que hemos señalado anteriormente.
La guitarra andina es un puente entre dos mundos y acaso, también, una frontera.
“Adiós Pueblo de Ayacucho, perlaschallay
donde he padecido tanto, perlaschallay
Adiós Pueblo de Ayacucho, perlaschallay
donde he padecido tanto, perlaschallay
Ciertas malas voluntades, perlas chayai
hacen que yo me retire, perlas chayai
Ciertas malas voluntades, perlas chayai
hacen que yo me retire, perlas chayai
Paqarinmi ripuchkusa, perlaschallay
tuta tuta tutay mantay, perlaschallay”.
Intenté conversar un poco más con Raúl, pero no hablo quechua porque soy un peruano de la costa norte. De todas formas, el mismo diablo nos acoge y nos da la mano. Desde ese día, no sé qué será lo que yo aprenda primero, las escarpadas montañas lingüísticas del quechua o la afable amistad de la guitarra andina.
Adiós pueblo de Ayacucho, perlaschallay.

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