
Da la impresión de que el plagio es un delito que se olvida rápido. Personas muy prominentes pescadas con las manos en la propiedad intelectual ajena siguen circulando tan campantes. Allí están, un empresario de la educación universitaria y la política, o un célebre narrador, beneficiados por la tolerancia, o acaso la amnesia, del público.
En efecto, entre nosotros ser un plagiario comprobado no desprestigia, o digamos que es algo que es dramático cuando aparece, pero que al poco tiempo no le interesa a casi nadie. Plagiar está en la lista de los delitos sin víctima. Quizás la idea es que el plagiado no pierde nada, y quizás hasta deba sentirse orgulloso de que alguien lo plagie.
El público puede olvidar o perdonar lo que quiera, pero el plagio es un paquete de ilegalidades: robo al autor original y estafa a quien recibe el texto (o audio, o video) con el nombre falso. La pena establecida es entre cuatro y ocho años de cárcel, pero este periodista no conoce casos de presos en virtud de ese delito.
Al final, la única consecuencia para el plagiario es que en un país chismoso el dato se pega a su nombre, y gracias a Internet permanece allí una eternidad. Una lista de candidatos al 2026 plagiarios sería más o menos larga, con tropezones sorprendentes. Esto mientras los textos plagiados injustamente se hunden en el olvido ciudadano.
¿Qué se plagia? Lo más frecuente, las tesis y otros encargos universitarios. Entre lo más plagiado, los planes de gobierno producidos en otros países. Pensemos también en artículos publicados en localidades remotas o en lejanos idiomas traducidos por la máquina. O grandes trabajos salidos directa y subrepticiamente de la inteligencia artificial.
Una fiscal suprema ha sido acusada de copiarse el trabajo de una colega abogada. La denuncia es rotunda: la fiscal se habría llevado “hasta las conclusiones”. En estos casos, lo más divertido suele ser la defensa del plagiario, al que no se le quita la idea de que los demás son tontos. Ya vendrá su abogado a lavarle la cara.
Mientras el plagio sea considerado una suerte de delito venial, seguirá floreciendo en todos los ambientes de la propiedad intelectual. Está rodeado de tanta impunidad que ni siquiera vale la pena denunciarlo. ¿Puede el país confiar en una fiscal que ha plagiado? Como decía un amigo mío, en una frase cuyo origen desconozco: el que miente, roba, y el que roba, mata.

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