
El fin de semana reciente, el congresista de Somos Perú Héctor Valer escupió e insultó al periodista Max Lanza Umiña, de Radio La Decana de Juliaca, cuando este lo increpó por haber vinculado en el Congreso a los manifestantes de Puno con Sendero Luminoso. La agresión quedó registrada en video y generó indignación entre los ciudadanos.
El gesto es más que un exabrupto, ya que se trata de un acto de violencia simbólica y de desprecio.
Valer no es un parlamentario cualquiera. Llegó al Congreso como tercero de la lista de Renovación Popular, luego integró el pacto de gobernabilidad con el expresidente Pedro Castillo y hoy milita en Somos Perú, la bancada que preside el Parlamento. Su itinerancia política refleja oportunismo, pero lo que ocurrió en Juliaca desnuda algo más profundo: la distancia irresuelta entre muchos de los políticos centralistas que son percibidos como oportunistas y de Lima.
Desde hace varios años, el sur peruano carga con la herida abierta de haber sido estigmatizado, incluso con intentos de desconocer sus votos en 2021. La agresión de Valer no hace más que soliviantar ese sentir.
En el fútbol, un jugador que escupe a otro recibe tarjeta roja, queda marcado como un agresor y su participación queda suspendida en siguientes fechas. En política, un congresista que escupe a un periodista no debería quedar impune.
La Comisión de Ética del Congreso tiene la responsabilidad de actuar, no solo por el periodista afectado, sino porque se trata de una afrenta a la ciudadanía que exige respeto y dignidad.
El escupitajo de Valer puede interpretarse desde diversas miradas. Desde la psicología social, se trata como un acto de deshumanización que reduce al otro a objeto de dominación y, al mismo tiempo, de una conducta aprendida en contextos violentos, asociada con poder y desprecio. En la perspectiva antropológica, el escupitajo es uno de los símbolos más antiguos de humillación que tiene que ver con maldecir y marcar al otro como indigno.
En conclusión, escupir no es un acto banal como pretenden aducir los defensores de lo indefendible. Es un acto violento que nace de la falta de argumentos y de un desprecio profundo hacia el otro.
Por todo ello, no basta con la indignación ciudadana que sin duda se manifestará en contra de los partidos que albergan y pasan por agua tibia este tipo de agresiones en las próximas elecciones. La Comisión de Ética debe sancionar a Héctor Valer. El sur del país no merece más agravios. Al contrario, merece respeto y justicia.

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