
Señor director:
El miércoles 20, los vecinos de Barranco, Miraflores y también de Lima tuvieron un espectáculo que solo pudo ser comparable con la escena de la película Día de la Independencia en la que el OVNI oblitera la Casa Blanca; solo que, en nuestro caso, en vez de destruir con un platillo volador, fue el atentado visual y el despliegue inusitado de violencia simbólica lo que destruyó las pupilas y el buen temperamento de los vecinos.
El nivel de violencia simbólica y real desplegado por la asociación entre Carlos Canales, Jessica Vargas y Rafael López Aliaga para “salvaguardar” su “Puente de la Paz” solo puede ser comprensible si se lee en conjunto con los cacerolazos que no pararon de sonar durante todo el evento, y con las gigantografías inmensas que colgaban de edificios en ambos lados del malecón repudiando la presencia de unas luces enceguecedoras y, sobre todo, de un proceso de adjudicación y construcción tortuoso y mal llevado con los vecinos.
Es increíble cómo, en tan poco tiempo, Aliaga y sus congéneres han logrado alienar a una población que quizá en alguna circunstancia pudo haber visto con buenos ojos esta obra, pero que ahora está en pie de lucha, a puertas de un proceso electoral en 2026, contra una jauría de “gobernantes” que atropella, no consulta, agrede y, sobre todo, tiene motivaciones muy distintas a las del servicio público.
Prueba de ello son las múltiples acusaciones de concertación contra una familia que, mediante dos razones sociales distintas, estuvo en muchas de las licitaciones, en la terna final, y ganó casi siempre —una u otra de las empresas— como postor. Su ejecución masiva de diversas obras en todo el distrito estuvo plagada de ineficacia, creemos, quienes escribimos y muchos vecinos, debido a que esa elección como postores tendría más que ver con conveniencia que con sus cualidades.
Ese mismo criterio se dio en el puente, que luego de ser adjudicado a una empresa que ganó por un centavo la licitación, abandonaría la obra a su suerte luego de quebrar, en un escándalo rarísimo, generando tráfico infernal en pleno verano, cuando esta vía recibe su mayor carga vehicular. Así se perjudicó no solo a los vecinos de ambos distritos, sino a toda la ciudad, que ya no podía hacer sus viajes habituales por una grúa elefantiásica abandonada en medio de la ruta.
Asimismo, la Contraloría ha detectado una serie de deficiencias estructurales en el puente, recogidas por diversos medios de comunicación, cuya subsanación desconocemos. Además, hay que resaltar que el puente es profundamente antiestético al imponer un color partidario —el del alcalde— y que fue hecho con una estructura que cedió al facilismo para lograr inaugurar algo antes que buscar una propuesta que integrara bien los elementos naturales del entorno.
Con todo esto en mente, vuelvo entonces a preguntar: los perros, las rejas y la policía, ¿qué cosa protegen? Y, sobre todo, ¿de quién? Uno puede imaginarse este mismo escenario ocurriendo en un lugar menos privilegiado del Perú, donde incluso quizá ya habrían soltado a los perros para que cumplieran su función más allá del simbolismo.
Si este es el free trial de lo que sería un gobierno de Renovación Popular a nivel nacional, queda claro que sus “obras de la paz” serían inauguradas a punta de perros, rejas y policías. Una pena más para la vida política y social de este país.
José de la Torre Ugarte
Vecino de Miraflores, Lima

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