
Tras dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS), bajo el liderazgo de Evo Morales primero y Luis Arce después, Bolivia se aproxima a un giro ideológico y programático. Nuestro vecino del sur se encamina a una segunda vuelta entre el demócrata cristiano Rodrigo Paz y Jorge “Tuto” Quiroga, ambos de centroderecha.
No debería entenderse únicamente como el reemplazo de la izquierda por la derecha. Al contrario, es una nueva muestra de la urgencia que reclama una sociedad que busca nuevas respuestas frente a una crisis que la golpea.
La inflación desbordada, la escasez de combustibles y la fractura interna del propio MAS han abierto el espacio para que las opciones de centro y derecha ganen terreno. Sin embargo, no es extraño.
Cuando los gobiernos se alejan de las necesidades reales de la gente y se encapsulan en disputas de poder, la ciudadanía termina buscando alternativas que ofrezcan estabilidad, eficiencia y renovación. No obstante, la experiencia vista en la Argentina de Milei, o la de Bolsonaro en Brasil, prevén la suficiente información de que este viraje no garantiza por sí mismo mejores resultados.
El riesgo de un programa centrado únicamente en el fetiche de la reducción del Estado, sin sentido social, es que termine castigando a los sectores más pobres y vulnerables.
Al mismo tiempo, se abre una oportunidad para repensar el lugar de Bolivia en el mundo. Y existen algunas variables, como la riqueza de litio, que serán -muy probablemente- fundamentales en las decisiones políticas que estarán en el debate público boliviano. Aquí radica el verdadero desafío que se postula entre pasar de una economía dependiente y extractiva a un modelo sostenible y con visión de futuro. Muy parecido a lo que ha ocurrido y ocurre en el Perú.
La democracia boliviana solo saldrá fortalecida si es que el nuevo rumbo se asume con diálogo, institucionalidad y respeto por la pluralidad política y cultural del país. Si, en cambio, se opta por la imposición y el dogmatismo, solo se repetirá la historia de desencantos y rupturas.
Bolivia está ante la posibilidad de inaugurar un ciclo distinto. El verdadero reto es gobernar con responsabilidad, visión y grandeza. Y, sobre todo, respetar los resultados electorales que cuentan con observadores internacionales que garantizan su desempeño legítimo.

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