¿Qué pasa con los dictadores cuando pierden el poder? Quizás las respuestas más vistosas a esta pregunta vienen del Medio Oriente. Desde el exilio dorado del exrey egipcio Faruq en los años 50, hasta la fuga del sirio Bashar al-Assad hace algunas horas, pasando por la ejecución del coronel libio Muammar Khadaffi en el 2011, a manos de una turba en la calle.
La modalidad estándar en esa zona es fugar con la riqueza amasada a cuestas y dedicarse a la gran vida en el extranjero, igual que Faruq, quien lloraba pobreza en su yate de Mónaco por tener menos de lo que había tenido. Así pasó con el sha de Irán, que fugó piloteando su propio avión hacia el exilio en casi diez países y falleció en El Cairo.
Al-Assad, médico de profesión, no parece del género parrandero internacional. Fue un dictador de una austeridad sombría, oscurecida todavía más por la sangrienta guerra civil que está terminando con la toma de Damasco. Pero acaso su trayectoria puede todavía seguir en el movido escenario del Medio Oriente.
Vemos que, llegado el momento, la fórmula es sencilla por todas partes. Se suben al avión (o el yate) o son asesinados. Pero las vidas posdictadura no son brillantes, no importa de qué continente geopolítico provengan. Fidel Castro lo entendió, y no quiso aceptar el exilio en Galicia que le ofrecía Francisco Franco. Mejor ser el peor administrador de las Américas.
Algunos no viven para disfrutar la fuga. Un coche bomba asesinó al sangriento dictador nicaragüense Anastasio Somoza en 1980, en el apacible Paraguay. Augusto Pinochet, el panameño Manuel Noriega y el venezolano Marcos Pérez Jiménez fueron todos extraditados. Suele esperarles la prisión, por lo general domiciliaria.
Abel Escribà-Folch, quien ha estudiado estas cosas, opina que los dictadores prefieren el exilio en países que son vecinos cercanos, han alojado a dictadores en el pasado, son militarmente poderosos y tienen lazos coloniales. En cambio, evitan los Estados democráticos y que están atravesando un conflicto civil.
En la era de las migraciones, hay que pensar en las raíces étnicas. El dictador Alberto Fujimori fugó hacia Japón, donde le iba pasablemente bien. Pero subestimó a la justicia peruana y terminó extraditado desde Chile para servir una larga condena. Murió formalmente preso, en un hospital, este mismo año.4o