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Opinión

Poesía chilena, Lima y Santiago, por Mirko Lauer

Carlos Cociña es un poeta estupendo y un gran vallejiano, especialmente en la modalidad de prosa poética sin concesiones. Su lenguaje es inteligente y austero, y su tono sugiere que el poeta está radicalmente solo, dejando claro que el lector no debe entrometerse.

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Día Mundial de la Poesía

El célebre poeta chileno Raúl Zurita acaba de publicar en Lima la versión final (en el sentido de definitiva) de Canto a su amor desaparecido (Personaje Secundario, 2004; originalmente publicado en Santiago en 1985). Tiene cierto sentido que esta primicia ocurra aquí, ya que su primera publicación fuera de Chile también fue en Lima: Desierto de Atacama (Hueso Húmero, N.° 9, 1981).

Canto es una dolorosísima endecha por aquellos que fueron asesinados por Pinochet y sus secuaces, una poesía escrita bajo la presión de la barbarie. Mario Montalbetti le atribuye “lenguaje más allá de las lenguas y vida más allá de los poemarios”. El libro guarda un cierto parecido con Voces de Chernóbil, de la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich (Premio Nobel 2015).

En Santiago, en 2019, Diego Maquieira publicó Gramercy Park, un collage en formato de bolsillo, con tapa dura y a todo color, que recientemente se ha agotado en su país. Las 150 páginas del libro están llenas de poemas, fotos, óleos y dibujos de diversas épocas, ninguno creado por Maquieira. Sin embargo, el entretenido conjunto es definitivamente suyo.

Cuando reeditó su primer libro, Los Sea Harrier, en un CD en 1993, Maquieira dejó claro que no quería publicar un libro convencional de poesía. En 2013 apareció su primer collage, El Annapurna (Santiago, edición no venal, 2013). La obra de Maquieira se define por la simbiosis entre el humor, la poesía, las artes visuales, lo fantástico y lo lúdico. Da Vinci habría aceptado que esa amalgama es, sin duda, cosa mentale.

Carlos Cociña es un poeta estupendo y un gran vallejiano, especialmente en la modalidad de prosa poética sin concesiones. Su lenguaje es inteligente y austero, y su tono sugiere que el poeta está radicalmente solo, dejando claro que el lector no debe entrometerse. Incluso sus títulos, como Hora cero o Antología, así, sin adornos, lo confirman como un poeta difícil.

Sin embargo, hay elementos que auxilian al lector. El más notable es la sutil influencia de la luminosa austeridad de Juan Ramón Jiménez. Aunque su prologuista, Scott Weintraub, ubica el origen de Cociña en el mejor vanguardismo occidental, el del año 1922, representado por Trilce, Ulises, La tierra baldía o Antígona. Es una lectura lenta, pero enormemente enriquecedora.

En su postfacio, Carlos Soto describe la obra de Cociña como “poesía fiel y quirúrgica. Contundente y mesurada”.