Dos sucesos recientes colocan a A. Latina en lugar expectante, la reunión de APEC en el Perú y la Cumbre G-20 en Brasil. Son sucesos que responden a dinámicas distintas. La primera fue más abierta, un encuentro de tres mundos -América, Asia y Oceanía- con Asia como el centro de atención; y la segunda más endogámica, donde el eje interpretativo giró en torno a las capacidades del gobierno de Lula como portavoz de los países emergentes.
Sobre ambas reuniones planearon dos fenómenos que forman parte del ciclo mundial al mismo tiempo multipolar y disgregado, las tiranteces entre EEUU y China y una tensión más aguda entre el norte global y el sur global. Son realidades que interactúan unas veces para reiterar el rol rector de las reglas por parte de las economías del norte demandadas por el sur, y otras para ratificar la gigantesca transformación de un mundo en el que a la incertidumbre se han sumado el riesgo y las amenazas.
En el Perú se dieron cita una veintena de economías que cooperan y compiten, pero donde Asia aparece como la fuerza política y económica penetrante en el otrora patio trasero de EEUU, una potencia en larga retirada de sus roles tradicionales.
La reunión de APEC ha confirmado la creciente e imbatible influencia asiática -principalmente China, pero también Corea del Sur, Vietnam y la India- en la región donde no se registra una hegemonía, o llámese espacio autónomo, no alineado activamente o en disputa. No es una influencia política prima face, o que busca serlo, sino económica, de modo que lo político cae por su propio peso, aunque con códigos muy distintos a los conocidos en la región.
Presencia e influencia no son lo mismo que dominio político. China no tiene un marcado interés por el signo ideológico del gobierno con el que negocia, tampoco posee bases militares y, en cambio, sostiene una activa inversión en centros cruciales de las economías de la región. Por ejemplo, en el Perú ha conseguido altas cuotas de participación en los sectores de la electricidad, minería, gas, construcción (ver artículo de H. Mujica en Diario Uno) en porcentajes que ninguna otra economía había logrado en tan poco tiempo y en un volumen agregado de sectores.
Es obvio que China no pretende participar y/o dirimir en las controversias políticas de la región, y por esa razón la idea de que A. Latina vive o a ella se traslada una nueva "guerra fría", es discutible. Ni la rivalidad entre China y EEUU es parecida a la que sostuvieron en su momento EEUU y la URSS (las relaciones entre ambos países siguen siendo intensas, conflictivas, pero intensas), ni lo intereses actuales de las dos potencias son las mismas que en su momento activaron la presencia de aquellas -EEUU y URSS- en la región. Sin ser ingenuos, no obstante, es cierto que ambos practican -deseándolo o no- un juego de dinámicas geopolíticas de muy largo plazo, cuya principal característica es el declive de lo que llamamos “occidente”.
Habría que anotar, además, dos relevancias para el debate, que A. Latina sufrió mucho con la "guerra fría", con experimentos que implicaron, y aún implican, el recorte de las libertades, la violación de DDHH, y que es muy probable que el retorno de Trump al poder no implique -salvo en asuntos migratorios- un cambio sustantivo de la política norteamericana para la región. Si hay alguna guerra en la que A. Latina no debe participar, es en una nueva "guerra fría".
Tampoco la derecha regional parece incómoda con la presencia china o, en general asiática, en A. Latina. La minimización del discurso iliberal de Milei respecto a China es notoria, en tanto se aprecia un pequeño peregrinaje de líderes de partidos conservadores a Beijing para intercambios con el Partido Comunista Chino. En el Perú, a propósito de la reunión de APEC, el Congreso dominado por una coalición derechista condecoró al presidente de la República Socialista de Vietnam, Luong Cuong, y el ultraconservador alcalde de Lima le entregó las llaves de la ciudad.
Por otro lado, en Brasil, con ocasión de la reunión del G-20 también se ha escenificado la falta de hegemonía, aunque fue una vitrina que permitió apreciar nuevas y viejas complicidades, rivalidades y aislamientos. La capacidad de atracción de Brasil, indiscutida potencia regional, y la participación en ella del presidente Lula, transformó la cita de las economías desarrolladas en un espacio de juego más amplio y ambicioso y donde el principal resultado es la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza.
El rostro de este pacto es crucial para las relaciones norte-sur. Fue gestionada durante más de un año y va más allá del mismo G-20. Incluye a 148 miembros fundadores, de ellos 82 países, la Unión Africana, la Unión Europea, 24 organizaciones internacionales, 9 instituciones financieras internacionales y 31 entidades sin ánimo de lucro y ONG.
Los otros dos propósitos del G-20, la reforma de los organismos internacionales (ONU, FMI, Banco Mundial y OMC) y la transición energética, experimentaron avances escasos y sobre ellos planearon la elección de Trump en EEUU y las guerra en Ucrania y Gaza. El contexto arrojó la imagen de una Europa distante de EEUU en ambos temas, a la espera de las fichas del nuevo presidente norteamericano, y si hubo un visible aislamiento, fue del discurso hiperbólico de Milei.
La cita, sin embargo, pudo mostrar una región abierta y plural, con voz propia, partícipe de un sur compacto. La serie de visitas de Estado que se sucedieron en varios países de A. Latina, a propósito de las citas del G-20 y APEC lo patentizan.