La semana pasada inauguramos el megapuerto de Chancay, un proyecto que promete convertir al Perú en un eje logístico clave del Pacífico sudamericano. Si bien representa una oportunidad histórica, lamentablemente aún no estamos completamente preparados para aprovecharla. Las razones son varias: falta de infraestructura vial adecuada para conectar el puerto con el resto del país, una planificación urbana insuficiente en Chancay y la ausencia de estrategias claras para maximizar su impacto.
En esta columna quiero enfocarme en un aspecto en particular: la falta de diversificación en nuestra canasta exportadora. De acuerdo con el GrowthLab, desde 2006, Perú ha añadido apenas 10 nuevos productos a su cartera exportadora. Es decir, hemos sido incapaces de ampliar significativamente lo que ofrecemos al mundo y seguimos dependiendo de los mismos productos de siempre. Además, al ser principalmente exportadores de materias primas —el 60% de nuestras exportaciones corresponde a minerales como cobre, oro y zinc— nuestra economía es extremadamente vulnerable a las fluctuaciones de precios y demanda internacional, lo que pone en riesgo la estabilidad económica del país.
Déjenme explicar por qué ampliar la oferta exportadora es crucial. Imaginemos dos países: uno que exporta madera sin procesar y otro que transforma esa madera en productos terminados como muebles de diseño, pisos de lujo o instrumentos musicales. El segundo país no solo obtiene mejores precios por sus productos, sino que también genera empleos calificados, desde carpinteros especializados hasta diseñadores. Además, impulsa el desarrollo de tecnología necesaria para procesar la madera, como maquinaria de precisión para corte y ensamblaje.
Esta es la idea detrás del Índice de Complejidad Económica (ECI), desarrollado por el GrowthLab, que mide la sofisticación de las exportaciones de un país. Según este índice, los países con exportaciones más complejas tienden a crecer más rápido porque producir bienes avanzados requiere tecnología, talento especializado, innovación y cadenas de valor integradas. Este proceso no solo crea empleos de calidad, sino que también fortalece industrias locales, impulsa el conocimiento técnico y dinamiza otros sectores económicos.
Ahora, volvamos al Perú. Según el ECI, ocupamos el puesto 107 de 133 países, apenas por encima de Etiopía. Para ponerlo en perspectiva, nuestros vecinos Colombia y Chile están en los puestos 66 y 78, respectivamente. Esto refleja que, para nuestro nivel de desarrollo económico, lo estamos haciendo bastante mal. Seguimos atrapados en un modelo basado en la exportación de productos básicos con bajo valor agregado, sin dar el salto hacia una economía diversificada y más sofisticada.
Tomemos el caso del cobre. Tanto Perú como Chile cuentan con grandes reservas, pero la diferencia radica en lo que hacemos con este recurso. Mientras que Perú exporta principalmente cobre en concentrados, con un valor limitado, Chile refina gran parte de su producción y exporta cerca de $20 mil millones en cobre refinado, aproximadamente ocho veces más que lo que nosotros logramos procesar. En cambio, Perú envía gran parte de su mineral tal como se extrae a países como China, donde es refinado, permitiendo que sean ellos quienes capturen los beneficios económicos de este procesamiento.
Mucho. Si seguimos siendo un país que exporta principalmente materias primas, no importa cuántos puertos construyamos: estaremos subutilizando nuestra infraestructura.
Para aprovechar esta oportunidad necesitamos un cambio estructural. Aquí hay tres cosas que podemos hacer en el corto plazo:
El megapuerto de Chancay tiene el potencial de ser una pieza clave en nuestra transformación económica. El desafío está en complejizar nuestras exportaciones, en convertirnos en ese país que no solo corta la madera, sino que fabrica los muebles.