El congresista FP Fernando Rospigliosi plantea que Juan José Santiváñez debe irse a su casa por el incidente Quispe Palomino, pero todavía no. La demora sugerida sería para evitar una situación catastrófica cuando los jefes de Estado del mundo lleguen aquí para la cumbre de APEC. ¿Qué sería lo catastrófico? ¿La ausencia de Santiváñez?
El ministro del Interior ha empezado a defender su empleo con uñas y dientes. Ya antes Dina Boluarte le dio un abrazo para borrar el recuerdo de los audios del Capitán Culebra (el ministro los ha declarado falsos, “esa no es mi voz”, pero no lo ha demostrado). La captura de un falso n° 2 de SL es una nueva falta de parecido calibre.
Rospigliosi dice que Santiváñez debe irse porque ha cometido un “error garrafal”. Pero lo sucedido más bien parece un nada erróneo montaje para que un ministro deslucido y que no rinde en el cargo se oxigene ante el público. Mayor razón para que el titular vuelva a casa, por maquinador. Pero en este asunto hay mucho más.
Al sentir amenazado su cargo, el ministro del Interior se ha hecho respaldar por la PNP, a partir de un argumento inconvincente de identidades cruzadas y confundidas. Con lo cual este ministro queda en manos de los altos mandos policiales que le organizaron la defensa. De allí al golpe policial en beneficio del ministro y los mandos PNP hay un paso.
La renuncia es un fantasma que ronda a la gestión de Santiváñez. Su renuncia es pedida por todas partes. Ofreció renunciar si el estado de emergencia no funcionaba (no está funcionando). Cinco de sus asistentes han renunciado sin muchas explicaciones. Mientras tanto la seguridad va de mal en peor, mientras en ese sector una mano lleva a la otra.
Las cifras de la inseguridad están cada vez peores, y hay una clara percepción de parálisis estatal. Las maniobras distractivas se multiplican. Sacar a Santiváñez parece fácil, aunque el hombre puede dar sorpresas. Lo difícil será reorganizar el sistema de seguridad en todo el país. ¿Qué opiniones tiene Rospigliosi sobre eso?
La sensación que da es que Boluarte no solo se ha hipotecado al Congreso, sino además a parte del gabinete, a la policía y finalmente a su hermano Nicolás.