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Opinión

El espejo implacable, por Jorge Bruce

Mientras Dina y su versión imaginaria posan frente al espejo, el ministro del Interior asegura que estamos en el mejor de los mundos.

larepublica.pe
BRUCE

La película La sustancia, que se puede ver estos días en la cartelera limeña, se inicia con el desasosiego de una estrella de la televisión, confrontada ante los estragos del paso de los años en su rostro y cuerpo. Sabemos que es una estrella en sentido literal y figurado, porque su nombre figura en una de las baldosas del paseo de la fama hollywoodense: se trata de Elisabeth Sparkle, una diva de ejercicios aeróbicos como otrora lo fuera Jane Fonda, quien ha sido despedida por su jefe al cumplir cincuenta años. La película comienza y termina con esa imagen de la estrella en el piso.

El tópico de las actrices famosas que se ven obligadas a someterse a intervenciones de cirugía plástica para seguir vigentes en el exigente mercado del cine y la televisión es solo uno de los referentes del filme. El trasfondo principal es el de todas las mujeres, a quienes se les exige mantenerse jóvenes y bellas, a fin de seguir siendo deseables o mantener su vigencia en el mercado laboral. La cirugía plástica es beneficiaria directa de estas exigencias de pactos con el diablo, en el denodado afán de pretender detener el paso del tiempo. Recuerdo haber visto en el centro comercial Larcomar, en Miraflores, un establecimiento de un célebre cirujano peruano, dedicado a atender a los clientes provenientes del extranjero y ofrecerles sus programas faustianos o mefistofélicos.

Es inevitable asociar estos trajines con el rostro de la presidenta de la República, Dina Boluarte. Como es evidente, lo que ella haga con su cara es asunto suyo. Deja de serlo cuando lo hace con la plata de todos los peruanos y desapareciendo de la escena pública para seguirse operando, mientras el país se ve extorsionado a todo nivel. Hay un claro paralelismo con la trama de La sustancia. El programa de Marco Sifuentes, ‘La encerrona’, reveló que, dado que el Congreso no autorizó su viaje a Nueva York, Boluarte se tomó el día libre para hacerse una nueva intervención en el rostro: ¡A más frustraciones, más bótox! Ese día se esperaba un paro de transportistas, el gremio que sufre de manera más visible y violenta el ataque de las mafias de extorsión. Ahora que se plantea otro paro para el diez de octubre, veremos si la tendencia a refugiarse en el quirófano continúa.

El paralelismo al que aludíamos líneas atrás es el de procurar huir no solo del tiempo, sino de la realidad, refugiándose en una progresiva transformación de su imagen. Otra vez, el “como si”: me miro en el espejo y la persona que veo no es la responsable de esta situación catastrófica. No soy Dina, sino su versión joven y bella. Por lo tanto, soy inimputable y esos juicios por los 50 asesinatos cometidos en la represión de las protestas son responsabilidad de Dina, no mía. Tampoco tengo que preocuparme por responder a las preguntas del periodismo ni menos dar explicaciones al pueblo peruano acerca del horror en el que se está convirtiendo su vida cotidiana. Entiendan: esos problemas son de Dina, no míos, ¿ya?

Les recomendaría tanto a Dina Boluarte como a su versión especular acudir a ver La sustancia. No voy a “spoilear” a quienes todavía no la hayan visto y tengan la intención de hacerlo. Lo que es ineludible constatar es que, mientras Dina huye en pos de su versión más joven y ajena a los problemas de los peruanos a quienes debería gobernar, el Congreso sigue dictando leyes cada vez más inicuas, como la reciente en favor del crimen organizado, el sicariato y la extorsión. O la decisión de juzgar a policías y militares que cometan delitos durante los cada día más frecuentes —e inservibles— estados de emergencia, solo en el fuero militar y policial.

Mientras Dina y su versión imaginaria posan frente al espejo, el ministro del Interior asegura que estamos en el mejor de los mundos y que la percepción de inseguridad es subjetiva. En una suerte de eco a la disociación de palacio, lo propio afirma el general Arriola, quien dice que el Perú es el país más seguro de Latinoamérica después de El Salvador.

Esta confabulación delirante no engaña absolutamente a nadie, como lo demuestran las encuestas una y otra vez. Una inmensa mayoría de peruanos los repudia. La prueba flagrante de esta emoción “subjetiva” es que ninguno de ellos puede aventurarse por la calle sin una numerosa escolta de protección. Lo único que se ha democratizado es el miedo a ser asaltado, extorsionado o asesinado. Hace poco hizo noticia el asesinato de un empresario en el privilegiado distrito de San Isidro. Con justa razón, varias personas se indignaron en las redes sociales ante el comentario periodístico que enfatizaba: “¡Hasta en San Isidro se cometen asesinatos!”. Al mismo tiempo, es cierto que esto es novedoso. Mientras en el Congreso continúan los “debates” bizantinos ante escaños vacíos, la criminalidad nos angustia y victimiza a todos los barrios del país.

En La sustancia hay una suerte de moraleja respecto del intento desesperado de parar el Rolex de la vida. Está claro que nuestros gobernantes han optado por continuar la fuga hacia adelante. Se ha cumplido un año de Vladimir Cerrón como prófugo, y esto también nos revela la profundidad del abismo moral en el que estamos sumidos. Pero hay algo que ningún espejo, ninguna mentira, ningún acto de corrupción puede impedir: es ese instante de combustión en el que la realidad desesperada de tantas personas aterradas y empobrecidas optan por enfrentar sus miedos y salir a las calles a defender sus vidas. Solo la vitalidad organizada puede detener al crimen organizado. Y eso no hay espejo que lo pueda impedir.