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Opinión

Que Dios nos ayude, por Jaime Chincha

Abra los ojos, amable lector, estamos en el país del nunca jamás. Y no se olvide de que es por este Congreso lumpen que debemos sufrir todos estos latrocinios

larepublica.pe
Jaime Chincha

El Gobierno de la señora Dina Boluarte ha desescalado al país a un nuevo abismo: el de la dimensión desconocida. El paro de transportistas del último jueves exhibe, sin vacilación alguna, la anomia que vive el Perú de estos tiempos recios. Hombres y mujeres que movilizan a toda una ciudad, forzados a frenar de bruces sus buses por la extorsión que no los dejan seguir tan noble servicio público. Todo por culpa de un Estado más indolente que nunca. Ver los ómnibus de la policía trasladando gente me recuerda los ómnibus del Ejército que hicieron lo mismo en la época del terrorismo. Los paros armados de los ochenta son un déjà vu tras el desconcierto vivido esta semana. Los extorsionadores y sicarios de hoy son los senderistas y emerretistas del ayer. La absoluta indiferencia —qué digo, pertinaz negligencia— de este régimen tiene el rostro del premier Gustavo Adrianzén. Frío, con el puchero en ristre y esa cara de sudorosa rabia canina, reprimida apenas por el fajín que lleva puesto, Adrianzén invocó a los transportistas a no parar. Como si con su sola palabra fuese suficiente. Dios da barbas a quien no tiene quijadas. El poder que ha enceguecido a ese señor que funge de presidente del Consejo de Ministros no tiene límites ni sentido común. Ha hecho lo mismo con los incendios forestales. Adrianzén sostiene a ese ministro del hambre apellidado Manero, quien ha sido capaz de decir que no importa la quema de cinco mil hectáreas del país, porque “tenemos más de 7 millones de hectáreas agrícolas”. No es para tanto, refrendó el señor Adrianzén, mientras la liebre permite que su cofre pueda sortear el tráfico libremente y sin apremios cada mañana. La Constitución no habilita a los ministros pasarse la luz roja —tan solo a quienes jefaturan los tres poderes del Estado y a presidentes extranjeros de visita—, pero vivimos en el país en el del que hago lo que me da la gana.

Adrianzén sostiene a Santiváñez, el ministro que debió ponerse el chaleco y activarse desde las cuatro de la mañana para mitigar el paro del jueves. Brilló por su ausencia. Santiváñez anda más preocupado en que no se sepa que el Cofre presidencial trasladó a Cerrón a su cómoda clandestinidad y lo llevó a donde Dios sabe quién. Los Boluarte sostienen a Adrianzén. Adrianzén sostiene a Quero, el ministro más sobón de lo que se recuerde en la historia reciente, y al que se le ocurrió evacuar tardíamente un comunicado para que los colegios puedan ser más flexibles con los horarios de clase, cuando el desbarajuste ya se había desayunado toda la ciudad. Santiváñez es mucho más funcional para desactivar la Diviac que para dar pelea a los extorsionadores y a los del gota a gota. Santiváñez es muy locuaz y dicharachero para enfrentarse al fiscal de la Nación, pero cuando debe combatir a los delincuentes —y a toda esa lacra de bandidos que pide cupos y hasta mata microbuseros—, se empequeñece a tal punto que desaparece de la escena que lo reclama. Santiváñez tiene un prontuario repleto de limpiar a los cacos con galones. Pero todo el desmadre que padecemos es responsabilidad de la señora esa que deja en visto a todo un país, mandándonos a su vocero presidencial y dándose la media vuelta frente a toda la prensa nacional, mascullando quizá su ya conocida contestación de Fiestas Patrias: tu mamá.

Según datos a la mano de la Universidad Católica, de enero a marzo del año pasado —ya en el Gobierno de la gata Ron Ron—, se denunciaron 2.203 casos de extorsión; mientras que en el mismo periodo de este año existen ya 1.817 denuncias por este delito. De más está decir que esto no evidencia una disminución de la criminalidad, sino una menor cantidad de casos denunciados. La policía que jefatura Santiváñez asusta tanto o más que el ‘Tren de Aragua’. Haciendo la salvedad de que buenos policías hay. Y los malos policías abundan. Santiváñez defendió a casi toda la corrupción policial ejerciendo el oficio de abogado del diablo. Por propia confesión, ese ministro llegó al cargo para blindar los delitos que, tarde o temprano, procesarán y llevarán a la cárcel a la presidenta en ejercicio. Tú sabes que para subir todo vale. Vaya frase que podría ser el epitafio de este gobierno mediocre y corrupto.

Otros datos aún más perturbadores revelan que el 98% de las bodegas del país trabajan con rejas. Sí, esos bodegueros que son nuestros caseros, que se saben de antemano lo que vamos a comprarles porque casi que sobrellevamos el día a día con ellos, andan en pánico porque la diaria extorsión que enfrentan los obliga a atendernos hoy enrejados, asustados y desprotegidos injustamente. Abra los ojos, amable lector, estamos en el país del nunca jamás. Y no se olvide de que es por este Congreso lumpen que debemos sufrir todos estos latrocinios. No se deje engañar cuando dicen que ellos han obrado bien. Gracias a la gran mayoría de estos señores y señoras representantes, ya no son organizaciones criminales las que ejecutan la estafa, el chuponeo, la usurpación de tierras, los delitos informáticos, los cometidos contra la propiedad intelectual, la falsificación de dinero o de documentos, la venta de medicamentos falsificados, el tráfico ilícito de migrantes, la tala ilegal, el marcaje no agravado, la tortura simple, la concusión, la colusión simple, el peculado, los cohechos pasivo simple y propio, el soborno internacional pasivo, la negociación incompatible, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito básico y la falsificación de documentos.

Qué habremos hecho como país para tener que bancarnos a esta pandilla que gobierna con los votos rentados por los lavadores de dinero, la minería ilegal, el transporte informal y las mafias que han conquistado el poder en este país sin ley.

Ni Juan Carlos Hurtado Miller lo hubiese dicho mejor, pero que Dios nos ayude.