El Congreso completó el paquete de la reelección. Ahora no solo los parlamentarios se podrán reelegir, sino también los alcaldes y gobernadores. Sus promotores argumentan que este tema es fundamental y que será la ciudadanía la que defina libremente si las autoridades se quedan o se van, pero ¿esto es cierto?
El debate sobre la reelección está sobrevalorado. Pareciera que es la solución de todos los males y su prohibición la razón de todos nuestros problemas. Hemos tenido pésimos representantes nacionales y subnacionales con reelección y sin reelección. Los filtros partidarios fallan, las dinastías se promueven y las gestiones corruptas se mantienen.
La reelección hace de un mal gestor un candidato viable y de un alcalde regular una buena alternativa. El tener personal administrativo dependiente de una gestión y toda una maquinaria municipal con presupuesto genera todos los incentivos para que la autoridad de turno influya en la decisión electoral y condicione el supuesto voto libre de la ciudadanía.
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¿El cerca del 30% que se reelige es por su gran trabajo o porque tienen la cancha inclinada? Pienso que lo segundo, pero ¿por qué son tan pocos? Debido a que la gran mayoría son nefastos y a que los alcaldes entran principalmente por arrastre del partido.
Lo mismo pasa en el Congreso. ¿Qué tan libre es la decisión de la ciudadanía? Solo en Lima, 26 de los 34 congresistas por esta circunscripción postularon con los números del 1 al 4 (80%) y 32 de ellos tuvieron los primeros 9 números (cerca del 90%).
Entonces, ¿lo que define la reelección es la buena gestión o el número que le da el partido? ¿Es la cercanía con los electores o con la cúpula partidaria? ¿Es su esmerado trabajo político o el arrastre de su partido de turno?
Por lo expuesto, debemos superar el falso dilema de la reelección, que en la práctica no cambia nada, y también la idea equivocada de que la ciudadanía con su voto lo define todo. El problema de fondo son los partidos y los deplorables candidatos que nos ofrecen.