El congreso peruano es, desde hace ya mucho tiempo, el chiquero de la institucionalidad nacional por la mediocridad de la mayoría de sus integrantes y el espíritu de la corrupción que los guía, pero el actual nunca deja de superarse y esta semana desafió la duda de cuán más bajo puede llegar caer.
Ayer, quiso salvar de la justicia a la fujimorista María Cordero Jon Tay, una mochasueldera que se le recordará cuando le robaba el sueldo a un trabajador de su despacho parlamentario al grito de guerra de “¡vamos al cajero!”. El congreso debió retroceder poco después ante el escándalo que se produjo, pero evidenciando su vocación por el chanchullo. Si la simpatía con el delito estuviera tipificada en el código penal, este parlamento sesionaría en la cárcel.
Pero el daño hecho anteayer fue peor, pues el congreso ratificó, por si alguna duda había, su sólido compromiso con el crimen organizado, concretamente con la minería ilegal.
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La coreografía de este gran avance conseguido por el crimen organizado se desplegó antes en las calles de Lima por las que pasearon mineros disfrazados de ‘artesanales’ que exigían al congreso que derogue una norma que, supuestamente, los criminaliza.
Pero eso es una mentira grotesca que solo se podría aceptar por una gran ignorancia; por una ideologización absurda que lleve a creer que toda movilización social es legítima solo por disfrazarse de nacionalista o de izquierdista; o por un compromiso con la corrupción y el crimen.
No son pobres artesanales como se pintan, sino eslabón del crimen organizado en la minería que usa un supuesto proceso de formalización para seguir actuando al margen de la ley, con una magnitud que supera a la del narcotráfico y que representa 2,5% del PBI.
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Con el fin de allanar su consolidación y defenderla ante la ley, el congreso derogó el miércoles la facultad de la policía a actuar frente a la tenencia ilegal de explosivos, contando con 78 votos que van desde la izquierda de Perú Libre hasta la derecha del fujimorismo, y el respaldo hasta del alcalde de Lima.
Demostrando, de esta manera, que el compromiso de este congreso guachimán del crimen organizado no tiene color político, y que solo persigue el verde del billete del que es adicto.