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Opinión

Crueldades de este tiempo, por Ramiro Escobar

“Deja que los juegos de poder muevan sus fichas sin compasión, y opaca pequeñas luces en medio de la tormenta”.

larepublica.pe
Ramiro Escobar

Las barbaridades que se están cometiendo en este momento, ahora, en la Franja de Gaza son inenarrables: hospitales atacados, y ya inutilizados; gente que agoniza en UCI, precisamente porque un hospital fue pulverizado; falta de agua y alimentos en Rafah, una ciudad a punto de ser arrasada por tierra; y enfermedades que pululan entre miles de niños, adultos y ancianos.

Un desastre espantoso que no le mueve una pestaña al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien sigue con su retórica belicista, a pesar de que el mundo lo comprende cada vez menos y lo condena más. En tándem con él, Estados Unidos acaba de vetar en el Consejo de Seguridad de la ONU, por tercera vez, una resolución que pedía un cese al fuego en Gaza.

Más aún: cerca de la frontera de Israel con la franja atormentada, un grupo de ciudadanos ha ido con pancartas a pedir que no entre la ayuda humanitaria a Rafah, como si incluso los infantes fueran miembros del grupo terrorista Hamás. Ya no se encuentran palabras para describir lo que ocurre en esa esquina desolada del mundo, que Unicef ha llamado “cementerio de niños”.

Se está por llegar a los 30.000 muertos palestinos, además de los más de 1.200 israelíes, pero siempre hay un argumento para no parar la masacre: la realpolitik, la historia, el cálculo diplomático. Uno pensaría que eso solo puede ocurrir en el África. Pero no, está ocurriendo en la vecindad de Occidente, mientras que en el territorio africano otras tragedias abonan al horror.

En los últimos días, en la República Democrática del Congo, han recrudecido los combates que, durante hace casi tres décadas, han provocado cientos de miles de víctimas en ese lacerado país. El M23, uno de los grupos armados, está avanzando hacia Goma, donde hay millones de desplazados que comienzan a huir desesperadamente de lo que ya conocen: la muerte.

En el conflicto están implicados Ruanda y Uganda, y uno de los miserables detonantes es la explotación de coltán, un mineral que todos tenemos en nuestros celulares de última o modesta generación. Se ha denunciado esto numerosas veces, pero no nos importa un carajo porque está lejos, ya que mejor es teclear y olvidarse. Hasta hay un modelo de celular llamado M23.

Asumamos que lo anterior es una ingenuidad, no un perverso eco de la sangría de esas tierras. Pero ya la indiferencia es una forma de crueldad, un camino cómodo para creer que nuestro mundo es EL mundo. Cuando esta semana nos enteramos de que Alexéi Navalni, el líder opositor ruso, murió en una gélida prisión, también sentí que importaba menos que el fútbol.

Nuevamente, podemos decir que está lejos, que ya se sabe que Putin es así; o que no fue él, sino la CIA, o que se trató de una casualidad. Pero el hecho es que ese hombre venía siendo hostigado desde hace años, ya había estado en prisión y habían intentado envenenarlo. Incluso si su fallecimiento se debió a una “descompensación” (?) es una lógica consecuencia de su tormento en vida.

A su familia, hasta ahora no le entregan el cuerpo; como a los palestinos amontonados en Rafah no les dan una salida, y a los rehenes de Hamás los tienen en vilo. Del Congo, mejor no insistir porque quizás alguien dirá que mejor preocuparnos de nuestros propios problemas. Ocurre, sin embargo, que perder la sensibilidad mínima hacia esas tragedias globales es inhumano.

Deja que los juegos de poder muevan sus fichas sin compasión, y opaca pequeñas luces en medio de la tormenta. Como la que lanza la organización Mujeres por la Paz, que agrupa a palestinas e israelíes, y que incluso luego del 7 de octubre siguen abogando por una salida negociada al conflicto. O como los médicos, cooperantes y curas, que siguen luchando sin balas en Goma.

Pero no importa. Quizás todo eso no es noticia.