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Opinión

Carnaval, por Sonaly Tuesta

"Cuando los españoles trajeron su carnaval, en nuestras tierras se realizaban sacrificios para asegurar una buena cosecha, ya que febrero era el mes de las lluvias y las flores".

larepublica.pe
Sonaly

No sabíamos qué nos deparaba el futuro, pero esa tarde danzamos más unidos que nunca. Nuestros cuerpos, cubiertos de agua y pintura, testimoniaban nuestra celebración de la vida con una alegría desbordante, propia del carnaval. Unas semanas después, la pandemia llegó y sumió al carnaval en un letargo de varios años, aunque ahora ha recobrado su esplendor. Parece que necesitábamos esa profunda conexión emocional para afrontar los meses venideros.

El carnaval es un tiempo de permisividad, amor, fertilidad y júbilo por las primeras cosechas. Cada región del país tiene su propia manera de festejarlo. En Apurímac, se pone a prueba la fuerza a través del látigo, mientras que en Andamarca (Lucanas, Ayacucho) la chimaycha posee a los bailarines, impulsándolos a danzar día y noche sin descanso. La intensidad del baile es tal que el Miércoles de Ceniza cada participante recibe tres latigazos (por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) para disipar la fiesta y permitir que los buenos espíritus regresen sin extrañar el carnaval.

Como escribió nuestro José María Arguedas: “Es el tiempo del carnaval. En estas noches, cuando la voz del río retumba con toda su fuerza, en todos estos pueblitos al borde del abismo, emerge el canto y la danza del carnaval, la canción guerrera, que es como una ofrenda al río crecido y poderoso, al cielo tumultuoso y a la noche oscura”.

Cuando los españoles trajeron su carnaval, en nuestras tierras se realizaban sacrificios para asegurar una buena cosecha, ya que febrero era el mes de las lluvias y las flores. Aunque se adoptó la festividad, no se olvidó el pasado, y aún se mantiene el vínculo sagrado con la Pachamama (madre tierra). El amor entre pasñas y maqtas, entre solteros y solteras, se refleja en cada paso de baile y se descubre a través del canto.

Los carnavaleros están bajo el amparo de los santos de Andamarca (Lucanas, Ayacucho) y por el espíritu que anima su interminable algarabía. Los mayordomos auspician la fiesta y, como bienvenida, preparan la ullada, un guiso hecho con carne y frutos de la tierra: choclos, papas, habas, coles y duraznos. Este potaje se disfruta únicamente durante estas fechas, y en la mesa del banquete los protagonistas son el cantor, el sacerdote, los previsteros o encargados de cambiar y cuidar las imágenes religiosas, y las muñidoras, aquellas mujeres que adornan el templo y descansan un rato para carnavalear.

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