El reciente fallecimiento del padre Luis Felipe Zegarra invita a repensar en la corriente que defendió a lo largo de su vida: la Teología de la Liberación. Como bien dijo Mirko Lauer hace unas semanas, estamos en la edad de los obituarios, si no es el nuestro corresponde a los amigos. En efecto, Pipo Zegarra, además de ser párroco y docente universitario, fue un buen amigo de medio mundo. Un poco desde fuera, porque nunca fui parte de los círculos católicos, observé que su naturaleza incluía una innata generosidad. Sin dificultad practicaba la caridad con el prójimo, una de las virtudes de los apóstoles.
La Teología de la Liberación surgió como un nuevo acercamiento al misterio de Dios y tuvo en el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez uno de sus principales protagonistas. Gutiérrez formó una legión de seguidores entre los que se encontraba Pipo Zegarra. Todo comenzó cuando el papa Pablo VI convocó a los obispos latinoamericanos y les pidió recibir creativamente los documentos emitidos por el Concilio Vaticano II. Ahí nació el impulso para realizar una Conferencia Episcopal Latinoamericana, que se reunió en Medellín en 1968.
Por su parte, el Concilio Vaticano II había sido el aggiornamento de la Iglesia católica, que dejó atrás la misa en latín y celebrada de espaldas a los fieles, para mirarlos cara a cara. Así, la Iglesia buscó derribar las barreras que habían separado a la comunidad de sus sacerdotes. Esa vocación se expresó en el diálogo con el tiempo actual y sus demandas. Por ello, Medellín reflexionó sobre el llamado “pueblo de Dios”, fundamentando el compromiso cristiano con las condiciones de vida de las mayorías latinoamericanas.
De este modo, la Teología de la Liberación renovó la relación entre religión y ciencia. El famoso libro de Gutiérrez construyó puentes imprevistos con las ciencias sociales. Las nociones de dependencia y desarrollo encontraron sitio en la reflexión religiosa. Incluso, en este libro, Gutiérrez criticaba abiertamente la opción desarrollista y adhería a la teoría de la dependencia. Hoy en día estos conceptos suenan pasados de moda, pero en su momento eran resonantes. En comparación con la vieja y tradicional Iglesia católica peruana, se había producido una revolución epistemológica. La Iglesia había decidido situarse de otra manera ante la modernidad.
El punto esencial era el énfasis en dialogar con el mundo; es más, la convicción sobre el lugar clave del mundo para la opción cristiana. Ella había dejado de ser contemplativa. Este era otro punto de la renovación que implicaba la Teología de la Liberación. El sacerdote ya no estaba encerrado, rezando tras los muros de un convento, sino que trabajaba y/o compartía plenamente la vida cotidiana de su grey. Los veía con frecuencia en Villa El Salvador, sobreviviendo codo a codo con sus vecinos, afrontando las dificultades y desafíos de la pobreza. Era gente que valía la pena, porque creía en su mensaje y buscaba vivirlo a plenitud.
En esa propuesta, la caridad ocupaba un puesto crucial, como vimos en el caso de Pipo Zegarra. Ella era entendida como la virtud cristiana por excelencia, porque obligaba a salir de uno mismo y entregarse a los demás. El punto era querer al otro y no permanecer indiferente a su suerte. La caridad de esta teología es un acto de amor. Es más, el pecado es una ofensa a Dios cometida por el egoísmo y la sensualidad de una vida orientada a los placeres individuales. Así, la misma noción de pecado derivaba de la falta de empatía con los demás.
Este razonamiento conducía a la opción preferencial por los pobres. Al estar desprovistos y multiplicadas sus carencias, la caridad conlleva un compromiso para socorrerlos. Así, el discurso de la Teología de la Liberación apela al espíritu humanista contenido en la tradición cristiana primigenia. Según este parecer, la realización personal consiste en buscar el bien de la sociedad. La escalera al cielo es la vida en comunidad.
Otro desarrollo clave fue el diálogo con el marxismo. Era la época de las guerrillas y del marxismo romántico que se expandió por el continente. La figura del Che estaba en todas partes y la Teología de la Liberación desarrolló una fecunda confrontación con el marxismo. Rechazó el ateísmo, pero apoyó la lucha contra la injusticia. Llamó a alejarse de la violencia, pero coincidió en denunciar las causas de la protesta social.
El punto era la justicia social. Esta teología sostuvo que la injusticia es el fundamento del conflicto al actuar como causa activa del malestar social. Por ello, la protesta contra la injusticia era percibida como legítima. Ante esta realidad, el marxismo de la época predicaba la rebelión armada; mientras que la Teología de la Liberación alentaba un compromiso pacífico con las comunidades cristianas de base para buscar la justicia en este mundo.
Asimismo, esta teología tuvo profunda influencia en las izquierdas latinoamericanas. A partir de la incorporación de un gran contingente de cuadros cristianos de izquierda, el socialismo latinoamericano dejó de ser ateo, como había sido habitual durante las etapas anarquista y marxista. Otro efecto poderoso fue el humanismo. Las izquierdas pos Teología de la Liberación adoptaron el tema de los derechos humanos, que antes era percibido como un discurso liberal y no revolucionario. De esa manera, esta teología fue el puente entre la izquierda marxista tradicional y la izquierda actual, preocupada por cuestiones identitarias, todas las cuales implican colocar al individuo en el centro de la reflexión política.
La contribución de la izquierda cristiana a los movimientos populares provocó un movimiento de envergadura durante los setenta y ochenta. Esta influencia era perceptible, sobre todo en América Latina, pero las redes de los cristianos también se extendían a EEUU y Europa Occidental. Gracias a ello, fundaciones del primer mundo con este perfil financiaron una enorme cantidad de proyectos de cultura y emprendimiento popular en América Latina. Seguramente existe, pero no ha caído en mis manos un buen balance de estas experiencias.
Luego, la caída de la URSS y el triunfo del neoliberalismo provocaron el retroceso de las izquierdas. El viento sopló en contra. En ese momento hubo un giro conservador en la Iglesia que ha durado varias décadas. Pero, once años atrás, la elección del papa Francisco marcó un punto de inflexión. Bienvenido sea, aunque no sabemos cuál será su proyección a futuro. ¿Un eterno vaivén, la Iglesia siempre irá de izquierda a derecha? Imposible saber, sobre todo desde fuera, como dije al comenzar.
Pero, al mirar nuevamente los textos fundamentales de la Teología de la Liberación, aparece una propuesta moral intacta. Conserva precisión, fortaleza y poder de convocatoria. Es evidente que la caridad como compromiso vital colaboraría con una recuperación del catolicismo de su compleja situación actual, generada por los interminables escándalos sexuales y abusos de todo tipo que remecen a la Iglesia de hoy.
P. D. Me despido de los lectores de esta columna, hasta otra oportunidad.