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Opinión

El partido de la desesperanza, por Jorge Bruce

“Nosotros estamos enfrascados en la supervivencia, más aún cuando los conductores del vehículo que nos transporta están sumamente atareados en robarse hasta el timón del mismo”.

larepublica.pe
BRUCE

En las sombrías circunstancias por las que discurre la vida cotidiana de los peruanos, sería irreal hablar de desilusión. Confieso haber formado parte del contingente de ingenuos que creyó –pensó sería mucho decir– en una mejora de la situación política con la caída de Castillo y la entrada de Boluarte. Lección aprendida. En el Perú es mejor ser pesimista y equivocarse que la otra alternativa.

El modo en que nos encontramos, y en esto coincidimos con la actitud de quienes nos gobiernan, es lo que Paul Eluard –a quien ya he citado en estas páginas– llamaba “el duro deseo de durar”. Cualquier expectativa de mejora parece condenada a la frustración y, al menos por el momento, a la autopunición por tropezar con la misma piedra.

Es así que el partido más nutrido hoy en el país es el de la desesperanza. No creo que haya político alguno que se anime a encabezar un movimiento con semejante logo: PDD. Lo cierto es que este ánimo desalentador e incluso deprimente, no es exclusivo de este territorio que se diría abandonado por las potencias celestiales. Por doquiera en el mundo hay señales de regresión y avance de las fuerzas autoritarias y antidemocráticas.

Sucede que el miedo parece ser la emoción dominante en todo el orbe. En nuestra persistente inestabilidad (seis presidentes en un lustro son de una elocuencia descriptiva y predictiva apabullante), solemos pensar que lo nuestro es el páramo y lo foráneo es un verde jardín. En un reciente artículo en Le Monde, Nicolas Truong reformula la clásica pregunta de Kant en su Crítica de la razón pura: “En estos tiempos trágicos, ¿qué nos es permitido esperar?”.

Como puede verse, no estamos solos en esa vivencia de temor esencial. Nosotros estamos enfrascados en la supervivencia, más aún cuando los conductores del vehículo que nos transporta están sumamente atareados en robarse hasta el timón del mismo, a la par que destruyen todo lo construido hasta ahora.

Sin embargo, propone Truong, hay maneras de luchar contra lo que el autor no duda en llamar “una depresión individual y colectiva”. En primer lugar, afirma, tomando en serio la desesperanza. Cita a la filósofa “ecoansiosa” Corinne Peluchon, para quien “es posible superar esta depresión cuando se comprende que la causa de la misma es el amor al mundo y no el odio de sí mismo y de la vida”.

Quién sabe, y aquí me arriesgo a un nuevo contrasuelazo, los integrantes del gran partido de la desesperanza logremos organizarnos y retomar el control de la nave, así como de nuestras vidas.