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Opinión

El peruano del (d)año, por Maritza Espinoza

“Patricia Benavides: Medalla de oro. Formalmente, tal vez no tiene tanto poder individual como los anteriores, pero resultó ser el epicentro de una mafia”.

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ESPINOZA

El ánimo no está como para ponerse a pensar en quién ha sido el Hombre del Año en el Perú, título que —en tiempos normales— era una tradición con la que se cerraba diciembre. Tal vez el único ranking que puede hacerse con realismo es qué personaje es el que más daño le ha hecho al país y la democracia. Aquí nuestro modesto podio.

Dina Boluarte/Alberto Otárola: Medalla de bronce.

Nadie sabe con exactitud quién tiene más poder (de allí el empate), pero esta dupla pasará a la historia. No solo porque, bajo su mandato, se asesinó a más de medio centenar de compatriotas, sino porque su obsesión por aferrarse al cargo ha sumido al país en tal crisis que ahora nadie ve la luz al final del túnel. En ese afán, desperdiciaron la oportunidad de marcar distancia de la mafia fujicerronista y desacataron un mandato de la Corte IDH, validando el indulto trucho para Fujimori. Gracias, Alberto y Dina, por convertirnos en parias internacionales.

Keiko Fujimori: Medalla de plata.

Hay quienes dicen que la interminable crisis que atraviesa el Perú comenzó el 2016, con la pataleta de perdedora que la llevó a sabotear el Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, pero la doña repitió el plato el 2021, cuando pateó el tablero denunciando un fraude que nunca existió. Presencia inconfundible en el caso Cuellos Blancos (Señora K, ¿recuerdan?), se ha dado el lujo de tratar como a su mandadera a Dina Boluarte, quien la ha complacido en todo con tal de que no le baje el dedo.

Patricia Benavides: Medalla de oro.

Formalmente, tal vez no tiene tanto poder individual como los anteriores, pero resultó ser el epicentro de una mafia que englobaba congresistas, magistrados corruptos, partidos políticos y hasta sectores religiosos ligados a la pederastia. Todas las trapacerías del Congreso, desde la destrucción de la reforma universitaria hasta la persecución de la JNJ, confiaban en la impunidad que ella les daba. Y qué decir de sus tesis voladoras, que pasarán a la historia universal del ridículo.