Te quiero como un hermano, pero ya no puedo hacerlo de nuevo. Otra vez, la quinta, ya no. Creo que fue paulatino, pues siempre ostentabas ciertas excentricidades, desde que nos conocimos. Un día, recuerdo, cuando empezó nuestra amistad, fuiste con un buzo de educación física de tu colegio a una discoteca. También recuerdo una tarde en la playa en que una chica linda dijo: “Uno de ustedes me gusta”; y los 8 manganzones que mirábamos el mar creíamos que era alguno de nosotros, cuando en realidad fuiste tú, el adolescente que en ese momento estaba haciendo castillos de arena en la orilla, en el que la chica linda se había fijado, contra todo pronóstico. Nos hicimos muy amigos, hermanos, repito. Compartimos tanto.
Eras amigo de mi familia, eras amigo de mis novias, eras amigo de mis amigos. Tú no estudiabas e ingresabas y aprobabas, yo estudiaba y no ingresaba y con las justas aprobaba. Eras un geniecillo pedante que a veces caía mal y lo sabías, pero todos te queríamos. Empezaste a generar dinero antes que nadie, me invitabas las chelas, tenías auto y decías que escribías, que dibujabas, que esculpías, que hacías abdominales, que hacías poemas, que eras experto en electricidad, que eras amigo de los poderosos.
Entonces, a inicios de siglo, apareció el ‘caballo’ como tú lo llamas. Convocaste a todos para presentar tus inventos que hacían a los celulares resistentes al agua. Hiciste la prueba en un restaurante delante de como 50 personas a las que, además, les habías ofrecido tierras en el desierto. No resultó. Ya lo sabíamos. Estabas irascible y nosotros preparados. La bipolaridad en toda su expresión maniaca, porque nunca te deprimías, nos mostró su rostro. Nos hicimos cargo, odiaste por ese internamiento.
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Luego, la segunda vez, terminaste persiguiéndonos por las calles de Bogotá, vagando en la zona rosa. La tercera casi nos muerdes de madrugada nublosa en los acantilados de San Bartolo, cuando te fuimos a rescatar de tu yo maniaco, de la locura, de tu genialidad demasiado indómita, de jaguar. Luego escribiste un libro que quedó finalista en el premio Planeta. Siempre tenías y tendrás trabajo porque eres brillante.
La cuarta terminaste con todo el cuerpo tatuado de fórmulas matemáticas y regalando libros a diestra y siniestra hasta que empezaste el circuito de nuevo: apagarte, morir un poco para curarte. Ahora es la quinta, y me llenaste la casa de altares eléctricos e hiciste un retrato de mi madre con la que decías comunicarte hasta el más allá, caminando de madrugada sin parar. Ya no puedo hacerlo de nuevo. Ya no más, amigo, hermano, genio.