() Politóloga. (*) Salubrista y epidemiólogo. Lab. Innovación en Salud, Universidad Peruana Cayetano Heredia.
“La Humanidad ha abierto las puertas del infierno” sentenciaba el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en setiembre. Y es que, de acuerdo con las proyecciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre el año 2030 y el 2050, 5 millones más de muertes ocurrirán debido a la desnutrición, malaria, diarrea y estrés térmico solamente. Para el año 2030, según la OMS, se esperaría que los costos de los daños directos a la salud varíen entre 2.000 a 4.000 millones de dólares por año. Guterres instaba a los Gobiernos y empresas a tomar acciones más ambiciosas frente a la crisis climática. Una de las metas sería apostar por alcanzar la frontera segura que ha establecido la ciencia del 1.5 °C del calentamiento del planeta, lejos del 2.8 grados en los que nos encontramos.
El evento más esperado de este año para discutir esto fue la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Dubái, COP28, a la que asistieron cerca de 85.000 personas. En el año más caliente registrado en la historia y en una de las potencias exportadoras de petróleo, 197 países acordaron, entre otras acciones, abandonar los combustibles fósiles, implementar el fondo de pérdidas y daños para dar soporte a los países más vulnerables, hacer frente a los estragos del cambio climático en los sistemas alimentarios (una primicia en la historia de las COP). Este año el evento también marcaba un hito, como ya lo hemos señalado en esta columna: por primera vez la salud estaba en la agenda.
Para la doctora María Neira, directora del Departamento de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la OMS, hablar de salud en la COP28 representa la posibilidad de generar un consenso entre los países y de poner en el centro la vida y de actuar frente a ello. Una de las acciones más destacadas fue la firma de la Declaración de la COP28 sobre clima y salud que suscribieron más de 120 países.
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La declaración es un instrumento que busca priorizar acciones para prevenir el agravamiento de los efectos del cambio climático en la salud, a la vez que “facilitar la colaboración en torno a los retos de la salud humana, animal, medioambiental y climática”. Los puntos que contiene se pueden reunir en tres grandes grupos: el reconocimiento de la situación de salud de la población mundial así como las desigualdades entre países, la promoción de medidas de resiliencia y de adaptación para los sistemas de salud para prevenir riesgos asociados al clima y, finalmente, la necesidad de garantizar el financiamiento adecuado para que estas medidas puedan implementarse. Sin embargo, la preocupación persiste en la comunidad global por ir más allá de la capacidad de declarar y empezar a poner en práctica. Los líderes no actúan para reducir las emisiones de combustibles fósiles así como tampoco las empresas. Este tema es el gran ausente de la declaración. La gran lección que deja esta COP es que sin política, la salud corre riesgo. Sin voluntad política, la garantía de un futuro sano está comprometida.