Cuando el mundo convulsiona por guerras en distintos espacios con una perspectiva que tiende a empeorar y el riesgo de más enfrentamientos con armamento cuya potencia ha crecido exponencialmente, vale la pena celebrar los 25 años de los acuerdos de paz de Brasilia entre Perú y Ecuador.
Los conflictos abundan hoy, desde Gaza, donde Israel se enfrenta a Hamás como reacción por la masacre terrorista que este realizó, pero ocasionando muertes de palestinos; la invasión de la Rusia de Vladimir Putin a Ucrania; el apetito inocultable de Xi Jinping por Taiwán; el nacionalismo creciente de India; o los zigzagueos amenazantes de la Corea del Norte de Kim Jong-un.
América Latina parece, en ese orden, un espacio relativamente mucho más estable. Si se compara el mapa de Europa de hace un cuarto de siglo con el actual, se detectarán muchas nuevas naciones y un cambio muy importante de los límites entre estas.
PUEDES VER: Daniel Noboa enfocado en la “seguridad y empleo”
En Latinoamérica, en cambio, el número de países y los límites entre estos siguen siendo, básicamente, los mismos, aunque los problemas de la región no son sencillos: migraciones masivas, crimen organizado vinculado al narcotráfico y otras mafias, pobreza en alza, descontento con la democracia y su deterioro, así como surgimiento de opciones electorales extravagantes.
La tensión limítrofe entre países latinoamericanos se ha ido solucionando en general de manera relativamente pacífica, como en el caso del Perú en la corte de La Haya por la cuestión marítima con Chile, o con un acuerdo de paz como el pactado con Ecuador.
Dicho acuerdo fue uno de los logros más relevantes del gobierno de Alberto Fujimori, conseguido gracias a su apuesta por acercarse a Ecuador, con el primer viaje de un presidente peruano a ese país en mucho tiempo, que avanzó con la declaración de paz de Itamaraty de 1995 y culminó el 26 de octubre de 1998, con el acuerdo de paz de Brasilia que se conmemora hoy.
Luego de lo cual se construyó una relación mutuamente beneficiosa para ambas naciones y sus pueblos, que aún tiene muchos rubros por recorrer para enfrentar a los enemigos comunes, que son los que realmente importan, al margen de, como debe ser, la orientación política de los gobiernos de turno.