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Opinión

La foto más cara (y triste), por Jorge Bruce

“Un viaje al país de los sueños, como queda dicho. Pero las pesadillas acechan y no perdonan. Los psicoanalistas aprendimos de la tragedia griega clásica que el destino, tarde o temprano, te da el alcance... ”.

larepublica.pe
BRUCE

Releo el título de esta nota y me percato de la irrupción inconsciente de la palabra ‘máscara’. La del papa Francisco, con un rostro entre fúnebre y aburrido. La de la presidenta Dina Boluarte sintiendo que cumplió su sueño y lo bailado no se lo quitará nadie. Pero el atuendo negro, pese a ser protocolar, evoca el traje de luto por los peruanos asesinados durante la represión de las protestas entre diciembre y febrero. Un luto involuntario, pues su Gobierno jamás ha reconocido su responsabilidad en ese medio centenar de personas ejecutadas con armas de guerra.

Un millón de soles nos ha costado esa enésima fuga de la realidad. Un viaje al país de los sueños, como queda dicho. Pero las pesadillas acechan y no perdonan. Los psicoanalistas aprendimos de la tragedia griega clásica que el destino, tarde o temprano, te da el alcance. Ese despilfarro de un erario público precario, propio de un país que ha perdido la brújula y la esperanza del desarrollo, es imperdonable y pasa factura. Lo grave es que la estamos pagando, desde ya, todos. En particular, los más necesitados, huelga decirlo.

Los peruanos que habían quedado varados en Tel Aviv lo saben bien. La mayoría debió salir de Israel por su cuenta, pues el avión de la FAP llegó tarde y a regañadientes. Fue el aluvión de críticas el que forzó al Gobierno a aterrizar en el aeropuerto Ben Gurión.

Como vemos a diario, ese imperio de la frivolidad no es privativo de la presidencia. Hildebrandt en sus Trece ha detallado los viajes, gastos y costosos gustos de la fiscal de la Nación, Patricia Benavides. La fiesta macabra de la congresista Amuruz ya es parte de nuestro inagotable folklore político, acompañado de su correspondiente blindaje. Algo así como el arroz para el lomo saltado. Nutricionalmente, la combinación es un despropósito, pero como diría Jaime Bedoya: “¡Ay, qué rico!”.

Sin embargo, la negación de la realidad, por empecinada que sea, tiene un límite. Nadie puede saber con certeza cuál será ese plazo, pues el año 2026 ya no garantiza nada. Antes, durante o después, la creciente tensión política entre grupos tan depredadores e inestables, como los de nuestro elenco político, estallará.

Lo que también aumenta es el malestar y desaliento de los habitantes del Perú, muchos de los cuales huyen y otros sueñan con hacerlo por cualquier medio. Ha aumentado, por ejemplo, el contingente de peruanos que pretenden atravesar la peligrosísima región del Darién, a fin de entrar ilegalmente a los Estados Unidos. El goce de la foto oculta la evidencia del archivo y sus inevitables consecuencias.