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Opinión

Volver a la normalidad, por Eloy Jáuregui

"Ya en horas de la noche, la confusión seguía. ¿Y ahora quién es el cabecilla de la rebelión? De pronto alguien dijo su nombre: "Es el general Juan Velasco Alvarado"".

larepublica.pe
ELOY

Ese 3 de octubre de 1968, por la radio se informaba que esa madrugada se había producido un golpe militar y que las Fuerzas Armadas detuvieron al presidente constitucional Fernando Belaunde Terry –a quien lo habían sorprendido mientras dormía en Palacio de Gobierno– y que ahora estaba en pleno viaje a Buenos Aires en calidad de deportado. Lima estaba sembrada de soldados que cerraban las calles y los transeúntes apenas alcanzaban a mirar la casa de gobierno donde se habían asentado dos viejos tanques de guerra.

Al mediodía, en el atrio de la Catedral recién me uní a un reducido grupo de personas e intentamos gritar algo a favor de la democracia. La protesta fue corta. La policía nos detuvo y en unos portatropas nos llevaron hasta la Prefectura de la av. España, donde me soltaron a las horas por ser menor de edad. Cuando regresé a la plaza al atardecer, todo lucía como si nada hubiese ocurrido.

El experimentado periodista Abraham Lama habría de recordar a Martín Adán que esa noche, cuando se despedía de sus amigos del Bar Palermo después de una juerga de endecasílabos, y al enterarse de la noticia comentó: “El Perú volvió a la normalidad”. La frase recorrió las redacciones de los diarios, que celebraron otra muestra del ingenio cáustico del poeta. Pero esta vez estaba equivocado el rapsoda iluminado.

Lo que vendría después de aquella captura a Palacio de Gobierno no sería otro golpe militar “normal” propio de la voluntad sigilosa de un caudillo e históricamente perpetrado en nombre de la oligarquía terrateniente para salvar el orden amenazado por las convulsiones sociales. No. Esa vez la historia del Perú había cambiado para siempre.

Ya en horas de la noche, la confusión seguía. ¿Y ahora quién es el cabecilla de la rebelión? De pronto alguien dijo su nombre: “Es el general Juan Velasco Alvarado”. Mutis, ni en pelea de perros. A todos los hombres de prensa que se acercaban a Palacio de Gobierno les costaba trabajo recordar a ese nombre y a ese hombre. Velasco, piurano, había guardado su imagen media caña ultra caleta.

Fue uno de los once hijos de una familia mestiza y que había escalado con la sola ayuda de sus estudios y decisión toda la escala militar, desde soldado raso a general de división, ocupando como último cargo militar la Jefatura del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Era lo que se dice un cholo, como Sánchez Cerro u Odría, otros “cachacos” golpistas, tal como lo señaló un comentarista en La Prensa. Esa es nuestra historia.