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Opinión

Belleza profunda, por Lucia Solis

‘‘Cuando el cuerpo se convierte en territorio de disputa (…) y se aprende social y mediáticamente que cualquiera tiene derecho a tocarlo, señalarlo y a buscar avergonzarnos por él (…) se vuelve urgente y necesario repensar las decisiones que tomamos para contrarrestar la violencia estética, la misoginia (…)’’.

larepublica.pe
SOLIS

Tomar posición entre el ‘‘si mata no es belleza’’ y la defensa de la elección de cada persona para modelar su cuerpo como mejor le parezca es complejo. De un lado o de otro, con matices o sin ellos, el clamor común debería apuntar a que no se normalice que una mujer tenga que perder la vida por someterse a una intervención.

La reciente muerte de la actriz y presentadora argentina Silvina Luna, como resultado de una mala praxis durante una cirugía estética realizada por Aníbal Lotocki en 2014, encaja en esta difícil conversación. El caso de la cantante peruana Yuliana Perea, quien murió hace poco más de dos semanas después de realizarse una liposucción debido a negligencia médica, también.

Decidir si aumentar el tamaño de nuestros glúteos para vernos más voluptuosas o extraer tejidos y grasa del cuerpo para estar más delgadas no puede reducirse a una cuestión de debilidad frente a los mandatos de belleza capitalistas y patriarcales, ya que esto coloca el foco y la responsabilidad en las víctimas.

Como mencionó Marce Joan Butierrez en su ensayo para Latfem: ‘‘A Silvina Luna la mataron. Lo demás es discurso’’, elegir este tipo de procedimientos también puede ser una forma de cuidar nuestra salud mental, una especie de mimo o paréntesis ante la cotidianidad de los cuidados, para no ser víctimas de burlas y, en algunos casos, incluso para sobrevivir, como es el caso de muchas mujeres trans.

En última instancia, todas las personas son parte de la industria de la belleza en mayor o menor medida, con consecuencias diferenciadas según su identidad y experiencias. Sin embargo, hasta que no se acepte esa realidad (lo que no significa que no debamos cuestionarla) y se tomen medidas, seguirán ocurriendo casos como los de Luna y Perea. Mientras no se garantice la seguridad en los quirófanos de todas las especialidades y se siga asociando la decisión de una persona de intervenir su físico únicamente con la superficialidad, la conversación y las respuestas no evolucionarán.

Cuando el cuerpo se convierte en territorio de disputa, como les sucede a las mujeres, y se aprende social y mediáticamente que cualquiera tiene derecho a tocarlo, señalarlo y a buscar avergonzarnos por él (recordemos los pseudo análisis que se hacen de la cara de Luciana Fuster en programas matutinos o a Magaly Medina burlándose de la celulitis de Tilsa Lozano en el programa de espectáculos más famoso de la televisión peruana), se vuelve urgente y necesario repensar las decisiones que tomamos para contrarrestar la violencia estética, la misoginia o simplemente para vernos como deseamos sin que esto último implique traicionarnos. ‘‘Una es más auténtica mientras más se parezca a lo que soñó de sí misma’’, declaraba Antonia San Juan en el personaje de La Agrado en ‘‘Todo sobre mi madre’’ de Pedro Almodóvar. Quizás es todo ello a la vez.

Y es ahí, como también señala Joan Butierrez, donde ‘‘debemos construir un derecho al acceso a terapias seguras, a cirugías confiables y a una política sanitaria que limite el mercado’’.