La semana pasada, la prestigiosa revista científica Nature publicó un comentario sobre cómo acelerar el progreso científico y, con ello, el crecimiento económico y prosperidad social de los países. Por progreso científico, los autores se refieren al incremento de la eficiencia con la que cada dólar (o nuevo sol) invertido en ciencia se traduce en descubrimientos o invenciones comercializables. Desde su posición como estudiosos de la ciencia, sugieren que, para alcanzar esta meta, la academia y el sector público trabajen en tres cosas.
La primera es que la comunidad científica genere oportunidades de colaboración con Organizaciones No Gubernamentales (ONG), ya que estas cuentan con redes y experiencia para traducir los resultados de investigación en impactos sociales tangibles. La desconexión entre la ciencia y la política pública suele explicarse por el bajo entendimiento de los beneficios de la primera en sectores específicos, ausencia de capacidades para entablar un diálogo entre grupos, y falta de tiempo y priorización de acciones de involucramiento. Las ONG con amplia trayectoria cuentan con las herramientas para ayudar a cerrar estas brechas.
La segunda es trabajar para cambiar algunas normas implícitas en el mundo académico, incluyendo la instauración de un sentido más extendido de hacer investigación inspirada en la utilización y no solo en la novedad conceptual y teórica de la misma. No se trata de reemplazar una con la otra, sino de encontrar los balances y estímulos adecuados que permitan que los productos de investigación trasciendan los límites de las revistas científicas.
Por último, la comunidad científica necesita entender mejor cómo funciona la política pública (por ejemplo, a través de pasantías en organismos públicos durante el periodo de formación). Esto le permitirá al investigador construir relaciones más efectivas y generar productos que puedan ser incorporados en el diseño e implementación de políticas basadas en evidencia.